Historia de un trágico accidente ferroviario

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1 de febrero de 1970 – Tigre, Buenos Aires, Argentina

Balneario de Zarate: el sol brilló toda la jornada, entre chapuzones al agua, asados y mates la tarde mostraba los últimos resplandores; la gente emprendía su regreso; los más cercanos a pie, otros en bicicletas, autos particulares, colectivos, o el tren, pero con la característica que trae el ferrocarril por ser el medio de transporte público más barato, todos se agolpan de tal manera a punto de rebalsarlo.

A las 18:48 partió el tren local, “El Zarateño” con destino a Retiro. Según estimaciones, viajaban 1090 personas. A esa misma hora venía en viaje la formación Nº 1016 denominado “El Mixto” del ferrocarril Mitre (hoy Nuevo Central Argentino), salido desde Tucumán el día anterior, con el mismo destino, llevando 260 pasajeros.

Hasta Rosario se detiene en todas las estaciones, luego continua como tren rápido sin parar en ninguna estación hasta Capital Federal. Contaba con la particularidad de ser arrastrado por dos máquinas y alcanzar la velocidad de 110 k/h. Debido a todas las paradas, con algún tiempo de más en cada una de ellas, llevaba 40 minutos de atraso. Mientras tanto, en Benavídez, siendo las 20:02 horas, el de Zarate, tres minutos allí y continua, a pocos minutos un desperfecto, aminora su marcha al llegar al kilómetro 36; pasado el palo 12, se detiene; la noche recién aparecía en esas vías, los pasajeros sin mayor preocupación, dormían, otros escuchaban radio y otros miraban unos muchachos jugando un picado; el guarda saltó y se dirigió a la locomotora, preguntó al maquinista qué sucedía, le respondió que era un inconveniente que llevaría poco tiempo solucionarlo.

Enrique Delfino (Gral. Pacheco) era el barrio más cercano. Minutos antes, luego que el zarateño haya pasado por Benavídez, los empleados de esa estación tuvieron un descuido. Cuando la formación pasara por la estación Pacheco, personal de esa debería avisar a los primeros para que den vía libre a próximas formaciones, pero ese comunicado no existió.

El de Tucumán venía recuperando tiempo, eran las 20:11 y recién pasaba por Benavídez; 400 metros de distancia existía entre ambas formaciones; el motorman del tucumano se percata que estaba parado el otro combo y en la misma vía; frenó la máquina pero la inercia siguió lo suyo, fue imposible detenerse; según relató el mismo maquinista: “Cerré los ojos, rece hasta que llego el estrépito final”, eran las 20:15. En el tren estacionado, los únicos que presenciaron su avance fueron un grupo de jóvenes que miraban por la ventana con sus cabezas por afuera de los coches, y al escuchar las bocinas, se dieron cuenta que se aproximaba lo peor; comenzaron a alertar a los demás y a tirarse de los vagones por las ventanas. Algunos alcanzaron a hacerlo.

Por unos segundos, un silencio, luego, todo era ruido a maderas chillando y quebrándose, hierros retorcidos, vidrios rompiéndose, impactos de metales. Cuando el siniestro finalizó, comenzaron los gritos de desesperación, pedidos de auxilio y clemencia, heridos por todos lados. El maquinista del tren local, con una herida cortante en su cabeza, se alzó de fuerzas y con un caballo prestado por un vecino, cabalgó por las vías hasta la estación Pacheco a comunicar lo sucedido; este valiente hombre siguió y comunicó a los Bomberos y a la Policía que se encontraban a 500 y 700 metros de esa estación. Luego fue hasta la casa de un radioaficionado, quien fue el encargado de solicitar con su radio toda la ayuda necesaria a través del Radio Club General Sarmiento.

Llegaron Bomberos de Tigre, San Fernando, Escobar, Gral. Sarmiento, Villa Ballester, Vicente López, San Isidro, de la Policía Federal, la Brigada Aérea de Morón, personal del Ejército, Gendarmería y de la Prefectura Nacional Marítima. No solo en ambulancia eran trasladados los heridos, camiones, tractores y a caballo. Ya enterado el gobierno, el mismo presidente de la Nación fue quien puso todos los medios necesarios para brindar el auxilio a las víctimas; centros asistenciales completos e inclusive hospitales de campaña armados en las calles; se solicitaban médicos y personal ya que por ser fin de semana las guardias eran reducidas.

Ya entrado el lunes continuaban las tareas. Al ser las cuatro de la mañana la naturaleza también jugaría en contra, dejando caer una lluvia que dificultaba todo, igual fue tal la fuerza de los hombres y mujeres a cargo del rescate que al amanecer todos los heridos fueron derivados, los cuerpos sin vida se empezaron a sacar, se los llevaba al Destacamento de Bomberos y a la Subcomisaría, donde eran clasificados por sexo y condición (niños, jóvenes y adultos). A horas del mediodía se terminó de sacar de esa maraña de hierros todos los cuerpos.

Fueron muertos en el lugar alrededor de 160 (jamás hubo una cifra justa), hubo heridos muy graves que fallecían al ser trasladados, 500 fueron los heridos de distinta consideración, los hubo con miembros amputados, con discapacidades de por vida, algunos sin nada corporal pero si mental, atontados con pérdidas del habla, del sentido u otras secuelas debido al gran impacto emocional; también hubo desaparecidos, algunos se los encontró en la semana deambulando sin rumbo; muchos occisos no fueron reconocidos ni solicitados debido a que eran familias enteras.

Nadie iba a poder imaginar semejante catástrofe, la que sería la más grande del país y de Sudamérica. Es por eso que a través de estas líneas se les rinde un humilde homenaje a las víctimas, a familiares, al personal militar, policial, médico y de rescate, y a los vecinos que tuvieron que vivir hace 40 años, tal vez  el peor día de su vida.

Fernando A. Pérez

Miembro del Instituto de Estudios Históricos del Partido de Tigre

Fuentes: Testigos de la época

Diario Crónica 02 y 03/02/1970

Diario Clarín 03/02/70

Diario La Razón 04/02/70

Diario La Nación 05/02/70

Revista Así 12/02/70

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