Desde la cultura mapuche, Luisa Calcumil se planta en escena

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En un momento de profunda indagación, surgió el consejo de los queridos antiguos

Intérprete de cantos tradicionales y creadora de intensos mensajes, la actriz Luisa Calcumil presentó su obra Es bueno mirarse en la propia sombra en la sala Aparecidas de Pacheco. En diálogo con Actualidad, hizo un recorrido por la estética y la intencionalidad de sus obras.

 

Desde la oscuridad, con una voz profunda que se adueña de todo el espacio, la obra Es bueno mirarse en la propia sombra, de Luisa Calcumil, emocionó a todos los espectadores que el sábado 3 de septiembre se sintieron convocados por una propuesta que no sólo es teatro. Es, también, un sacudimiento, un cachetazo, un dedito que señala, una vida que se despliega para hablarnos sobre el pasado y el presente de todas las violaciones que sufrieron y sufrimos, desde las bestialmente criminales hasta las sutilmente disfrazadas de modas o tendencias.

Así como los griegos utilizaron el teatro para enseñar moral, la actriz mapuche Luisa Calcumil lo utiliza como herramienta de concientización y sensibilización, “fundamentalmente porque una tiene necesidad de comunicar y ejercer la esencia lúdica de lo humano, que está en el teatro y en todas las artes”, dijo – en un descanso de los preparativos – con voz calma y lenta, tan convincente como la voz escénica.

Desde el punto de vista occidental, mirarse en la propia sombra implica una reflexión para ver qué se hace de bueno y de malo con la propia existencia. “En el ámbito de la cultura mapuche, implica tener una vida de alto compromiso ético y espiritual con nuestra existencia, porque, si cometemos errores, tenemos la posibilidad, cuando ya no seamos personas vivas en la tierra, de que nuestro espíritu esté al servicio de las cosas malas”. Profundo significado que “obliga a buscar la impecabilidad”.

 

Puente para el entendimiento

Desde hace 24 años, Luisa Calcumil es invitada a festivales, teatros, espacios culturales, colegios, para hacer su obra Es bueno mirarse en la propia sombra. “La gente la pide porque sigue vigente”, señaló su autora.

Efectivamente, la (in)visibilidad indígena, el abuso a las jóvenes que trabajan con “cama adentro”, la extranjerización de la tierra, las conductas “hipnotizadas”, las antiguas voces que vuelven en los jóvenes descendientes son temas siempre actuales.

Es sabido que un proverbio mapuche, que también es “un consejo dejado por los queridos antiguos”, da título a la obra; a su alrededor, surgió la creación del texto, en un profundo momento de indagación personal: “Justo en la época en que yo me estaba interrogando tan fieramente sobre mi origen y sobre qué hacer desde mi labor de artista, me encuentro con esta frase”, explicó Luisa y, luego de una pausa, añadió: “Creo que los compañeros actores y dramaturgos coincidirán en que, cuando empezamos a pergeñar algo, aparecen, desde vaya saber dónde, datos, imágenes, sensaciones. Y así se va conformando un universo que a nosotros mismos nos asombra”.

Con muchos años de estudios de dramaturgia, ese universo se fue poblando de texto, movimientos, objetos, una estética que “se fue haciendo, estando en permanente estado de creatividad y observación. No es algo tan preconcebido. Se van reuniendo todos los elementos, como si fueran convocados por algo ajeno a uno. En muchas obras me ha pasado esto. Además, yo soy una permanente recopiladora de objetos, telas, herramientas, maderas, de distintas cosas que me llaman la atención. Nunca sé si los voy a usar, pero por algo me llaman la atención. Jugando con estos elementos se vuelve a ser niña”. Tal vez por esto la obra conmociona tanto, porque toma algo del lenguaje de la niñez, al expresar a través del cuerpo, de los gestos, de los gritos. Sumado a esto, los objetos tradicionales como el kultrum y la trutruca y los rituales y cantos típicos nos ponen frente al valor de la cultura mapuche. Esos cantos que bien conoce Luisa porque la acompañaron desde su niñez: “Primero fui cantora, después actriz. Pero cantora porque de niña he cantado, no con el afán del aplauso, sino con el deseo de alegrar. De niñita, por ahí estuve presenciando algo muy doloroso, me he puesto a cantar y se ha detenido la situación, no por el poder de mi canto, sino porque se han asombrado de que una niña, en el medio de esa situación, se pusiera a cantar. Siempre me gustó cantar para alguien, pero no sólo en el escenario, siempre me llego a la casa de alguien y espontáneamente saco mi guitarra y canto, aunque sea sólo una mujer o unos niñitos los que me escuchen”. Y sentenció: “Ejercer el canto es necesario”.

Muchos públicos vieron las obras de esta dramaturga mapuche, tanto en Argentina como en el exterior: participó del Festival Raíces en Tránsito, que reúne a mujeres de todo el mundo, organizado por Julia Varley y Eugenio Barba. “Nos emocionamos con cada espectáculo y también con éste, más allá de los idiomas, porque el teatro tiene otras posibilidades de lectura y es eficaz”.

Si bien alguna vez declaró que carga con tres adversidades en su vida – ser mujer, ser indígena y ser actriz -, Luisa Calcumil reconoció que nunca hizo una bandera de su propia discriminación, “pocas veces hablo de eso. Hay mucho más positivo y además no estoy sola en el tema de la discriminación, muchas mujeres del mundo son maltratadas. Yo realmente soy una agradecida de la vida”.

Por su talento, también el público está agradecido.

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