Escritor, restaurador y coleccionista

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El historiador de San Fernando, Roberto Carleo. Orgulloso de ser la sexta generación nacida en San Fernando, Roberto Carleo reconstruye la historia de esa ciudad a través de sus libros y de homenajes a ciudadanos destacados. Tiene publicados 12 libros y próximamente reeditara un libro sobre mitos populares.

 

Que en los últimos años el interés de los argentinos por conocer la historia nacional ha crecido, es un hecho fácil de advertir observando las librerías. A este sano hábito podemos sumarle el entusiasmo, por construir el pasado, de inquietos habitantes de Tigre y San Fernando. En este último caso, Roberto Carleo lleva la delantera.

Desde la región de Lombardía, Italia, llegaron, en 1896, sus antepasados. “Anduvieron un tiempito en San Miguel y luego se mudaron a San Fernando. Mi familia ya lleva seis generaciones de sanfernandinos”, dijo, con orgullo, Carleo.

En 1903, la familia compró una casona en 3 de Febrero y General Pico, “con cámara frigorífica porque tenían matadero”. Fundaron la primera fábrica de embutidos de la zona, Las Delicias, abasteciendo “a todas las carnicerías y quintas de las familias ricas de San Fernando y Tigre”. Y este recuerdo le disparó un dato histórico: “La hacienda bajaba donde ahora está el cementerio judío en la zona de Bancalari y los troperos la traían a pie por un camino que finalmente se llamó Las Tropas. Después, a esa calle le pusieron Arnoldi, pero la gente la sigue llamando Las Tropas”.

 

Las historias del cementerio

Si bien Roberto quiso hacer el profesorado de Historia y cosas de la vida se lo impidieron, ya lleva escritos 12 libros sobre historia de San Fernando, da la materia en el curso de guías de turismo de la Biblioteca de Tigre y desde hace un mes, el Consejo Municipal de Educación de aquel municipio lo convocó para ver “qué podía hacer por el cementerio”. Armó, entonces, un proyecto de restauración y otro de visitas guiadas. “Lo entregué al otro día y me dijeron ‘no había tanto apuro, Carleo’”.

En relación al relevamiento de las bóvedas, anticipó que encontró “una que tiene un gobelino inmenso con el corazón de Jesús. Otra que tiene, dentro de una vitrina hermosa, a la virgen del Carmen”. En cuanto a las visitas guiadas, Roberto propuso “el camino de los pioneros, de los docentes, de los poetas”.

Entre los poetas, mencionó a Demetrio Zorzópulos, quien “escribió Consejos a un joven; fundó centros literarios como la agrupación Almafuerte; participó en la revista El Zorzal y en el diario La Razón de San Fernando. Lamentablemente, su tumba no tiene placas, ningún homenaje”. Para saldar esta deuda, Roberto organizó “una comisión de homenaje para personajes vivos y otra para personajes muertos que nunca tuvieron reconocimiento”.

Un muerto ilustre, que no vivió en San Fernando, pero cuyos restos descansan en su cementerio, es Adolfo Saldías, “su tumba tenía la bandera nacional y un sable, que ya no está”.

Quienes sí vivieron en San Fernando fueron Pracánico y Servetto, conocidos letristas de tango. “Escribieron el tango ‘Madre’ y se lo dieron a mi abuelo que se fue a Italia. Allí encontró a su madre ciega y agonizando; cuando ella sintió pasos que se acercaban a su cama, le dijo al hijo ‘¿sei tu, Paolo?’, lo reconoció y después murió, como en el tango. Por eso, ese tango tiene una importancia muy grande para nosotros”. Y agregó un dato para la polémica: “Servetto escribió grandes letras, pero vivía alcoholizado. Muchos grandes del tango le tiraban unos pesos y él escribía letras que luego firmaban ellos”.

A partir de sus investigaciones en el cementerio, Roberto aseguró que “hay cosas que pasaron desapercibidas desde 1865. Hemos descubierto, por ejemplo, que todas las tumbas de las mujeres docentes, tenían cruz; en cambio, las tumbas de los hombres docentes, no, porque eran masones”.

Entre tanto trabajo erudito, surgió un episodio risueño: “Le expliqué a Ignacio Pérez, un muchacho joven que es director del cementerio, que una columna trunca, en el arte funerario, significa que murió una persona joven. Entonces, un día, haciendo una visita, él me dijo ‘este hombre murió joven’. Me fijé y había llegado a los 80 años, por lo cual Ignacio me preguntó por qué tenía la columna rota. ‘Simplemente’, le respondí, ‘porque, para robarle la placa, le pegaron un mazazo’”.

Roberto está convencido de que “la historia de las naciones no la hacen los políticos, sino los luchadores, los obreros, los maestros”, por eso se encargó de recuperar sus historias. Escribió, además, “el primer libro sobre mitos de la zona, que se han hecho carne en el pueblo”. Confesó que “pensaba que no iba a tener aceptación, sin embargo, se agotó en 18 días, porque la gente encontró allí, los relatos de sus abuelos”. Quienes no lo han leído, tendrán la oportunidad de hacerlo, pues próximamente saldrá la segunda edición. Y como los aportes de Roberto Carleo son inagotables, en el próximo número esta crónica continuará.

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