La dama de los botes

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Historia del Partido de Tigre – Parte CI

Piero decidió quedarse a vivir en las Islas del Delta, se casó y tuvo un hijo al que llamó Olímpico – por el título de fútbol obtenido por Uruguay en las Olimpíadas de Amsterdam 1928 -. Al morir su padre Vittorio, no pudo mantener la convivencia pacífica de la comunidad, y se mudó a una casa sobre el río Carapachay. Allí retomó su pasión por la fotografía, comenzó retratando ríos, pájaros y mariposas, derivó en ancianas isleñas hasta llegar a fotografiar mujeres jóvenes desnudas en medio de la vegetación de las Islas, entre los sauces y botes abandonados. Su esposa, que no comprendía su arte, lo tildaba de “pornógrafo y pervertido”.

 

Luego de un largo viaje, Piero se reencontró con su padre Vittorio y éste le confesó de dónde había surgido la ocurrencia de formar una comunidad en las Islas del Delta. A partir de la lectura de una novela de Salgari, “Piraterías”, Vittorio había quedado fascinado con la historia de tres náufragos que lograron montar un verdadero paraíso en la isla Samary, la más meridional del archipiélago Zulú (Filipinas). El propio autor los bautizó como los Robinson italianos. Un capitán veneciano y dos marineros perdidos en una tierra remota, los que ante innumerables aventuras y peripecias, lograron rescatar a tres mujeres y un par de hombres del naufragio de una chalupa. Al poco tiempo se constituyeron parejas y la pequeña colonia se dispuso al trabajo bajo la dirección del capitán veneciano.

Se dedicaron a cultivar, plantaron bananos, duriones, mangostanes, cocoteros, sagues, palmas de toda especie y arenga sacarífera. Acumularon una gran cantidad de harina, que convirtieron en bizcochos y galletas, almacenaban el alimento en rudimentarios almacenes para asegurar la provisión por largo tiempo. Confeccionaban sus propias vestimentas, obtuvieron papel de un árbol llamado gluga. También produjeron tintas y plumas de escritura. Los colonos fueron tan felices que rehusaron abandonar la isla, y se limitaron a aceptar del continente solo algunos objetos indispensables. Esta había sido la historia que promovió la quimera de Vittorio en el Delta.

Piero decidió finalmente radicarse en la Isla y solamente regresó a Uruguay unos años después cuando su madre falleció. Piero se convirtió en la mano derecha de Vittorio en la administración del lugar y adoptó la misma pasión por la fotografía que su padre. Se pasaba el día tomando fotos, revelando y ampliando en el papel fotográfico que su padre hacía traer de Italia.

Más tarde, Piero conoció a una chica de San Fernando, llamada Josefina Pisano, con la que se casó y tuvo un hijo que nació el 28 de junio de 1928. Le pusieron “Olímpico”. Al poco tiempo, Vittorio falleció y toda la comuna lo lloró como a un verdadero padre.

Tras la muerte de Vittorio, la convivencia en la comunidad comenzó a deteriorarse. La intolerancia y la mezquindad empezaron a ser frecuentes. Entonces Piero decidió irse. La presencia de Vittorio era la que había posibilitado la vida pacífica y Piero no tenía el carisma ni el poder del “Tano” Matregano para calmar los ánimos. Vendió la propiedad y se mudó a una casa sencilla sobre el río Carapachay y desde allí le dio rienda suelta a su pasión por la fotografía.

 

“Degenerado h… de put…” le gritaba su esposa

Sus motivaciones en la fotografía fueron cambiando año a año. Pasó del registro de los ríos, arroyos y accidentes geográficos a los pájaros y luego a los batracios. Y luego pasó a las mariposas, y luego a los retratos de isleñas ancianas. De las ancianas, pasó a las mujeres maduras a quienes capturaba en sus tareas cotidianas. Finalmente Piero recaló en las mujeres jóvenes, a quienes retrataba desprovistas de ropas, en poses audaces y provocativas, muy escandalosas para la época.

Hasta allí llegó la paciencia de su esposa que luego de muchas disputas decidió dejar a su marido y regresar a la ciudad con Olímpico. Josefina jamás había considerado las peculiaridades artísticas de Piero a quien calificaba de pornógrafo y pervertido. No sólo dudaba de la fidelidad de su esposo sino también de su salud mental. Le gritaba “loco de mierda” y “degenerado h… de put…”, mientras su esposo le hacía burlas y se reía.

Las tomas tenían como fondo los paisajes de las quintas, los ríos, los arroyos, los tupidos follajes de las Islas, los sauces volcados sobre el agua, y los botes abandonados. Todo ello era el escenario de Piero para la confección de un álbum de fotos que pretendían imprimir en Europa con el título “La dama de los botes”, ese volumen contendría desnudos de mujeres de la Primera Sección de Islas.

Continúa en el próximo número.

 

Fuente: Cófreces, Javier & Muñoz, Alberto, “Tigre”, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010.

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