Fueron a prestar auxilio a Chile

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Escuela Canina de Catástrofe

Perros y hombres entrenados para trabajar en situaciones de colapso. Pasando las pruebas, cualquier animal puede convertirse en rescatista. Capo, Milca y Elétrico estuvieron en Constitución, epicentro del sismo en el país trasandino.

Después de los dos atentados sufridos en Argentina – embajada de Israel y AMIA -, en 1995 surgió la Asociación Civil “Escuela Canina de Catástrofe” (ACECC), como iniciativa de Juan Carlos Lombardi, un italiano que ya había trabajado en su país con perros de búsqueda y conocía, por lo tanto, sus ventajas en situación de catástrofe.

“Tenemos el único campo de entrenamiento que hay en Argentina”, dijo Patricio La Vernicocca, un tigrense integrante de esta ONG desde hace 7 años.

En Richieri y Ruta 4 se encuentra la cancha diseñada para que entrenen perros, rescatistas, bomberos, “es un predio con distintos tipos de escenarios: estructuras colapsadas, apuntalamientos, una laguna”, explicó Patricio, jefe de la delegación zona norte con sede en Tigre.

Para que un perro comience su entrenamiento, primero “se debe ver si reúne las condiciones mínimas para trabajar. Una vez que pasa ciertas pruebas – altura, sonido, motivaciones para el juego-, entonces se comienza con ejercicios básicos”. Si bien hay ciertas razas que tienen mejor rendimiento (ovejero, labrador), “cualquier perro, si pasa las pruebas, puede trabajar”, especificó Patricio.

El entrenamiento se hace de forma conjunta, perro-hombre, “es un binomio; aunque hay perros que responden a varios guías, nuestra forma de trabajo es un perro con un guía”. A partir de los 45 días de nacido, ya se puede comenzar con el entrenamiento que se extiende unos 2 años, “se considera que un perro de 8 años comienza a bajar su nivel de operatividad, por eso es mejor empezar con un perro joven”. Generalmente, los perros viven con sus guías, pero si un voluntario no puede tener al perro en su casa, entonces queda en la institución.

El poderoso olfato de los perros hace que puedan encontrar a una persona sepultada a 4 metros de profundidad, “los animales detectan a la persona por el cono de olor que sale del lugar donde se encuentra la víctima. Una vez que la detecta, el perro ladra y ladra hasta que llega el guía y lo premia, es decir que el perro busca, encuentra y ladra y lo único que espera es su juguete. Todo lo contrario de una persona, está contento cuando encuentra algo, no tiene el sentimiento de sufrimiento que hay en las personas. Si la víctima está viva, tiene una motivación mucho más alta porque lo busca para jugar”, indicó Patricio, instructor de estructuras colapsadas y espacios confinados, razón por la cual fue a prestar servicio con su perra Milca a Chile, a la zona afectada por el terremoto.

7 días en contacto con la desolación

El 27 de febrero, en horas de la madrugada, un terremoto de 8,8 grados de magnitud en la escala de Richter estremeció el centro y sur de Chile. La destrucción provocada por el sismo exigía la ayuda internacional, por eso, pocos días después del desastre, 7 bomberos del cuartel de Villa Ballester y 3 rescatistas de ACECC partieron a Luján de Cuyo, “nos llamaron los bomberos de Mendoza para hacer el recambio de la gente que ya estaba cansada”, contó Patricio, que junto con Gean Franco y Juan Carlos Lombardi estuvo durante 7 días en Constitución, epicentro del terremoto.

Una vez en el lugar, el equipo trabajó desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde “porque a esa hora se daba el toque de queda; se cortaban todas las operaciones de búsqueda por un tema de seguridad”. Además, tanto hombres como animales necesitaban descanso, pues “el animal puede trabajar muchas horas, pero según el tipo de búsqueda necesita descanso porque se estresa mucho”.

En este caso, todos quedaron shoqueados, pues “era tanta la destrucción, la gente pidiendo agua, comida, no había luz y además todos tenían pánico de que hubiera otro terremoto porque hubo varias réplicas” recordó Patricio y contó que en varias oportunidades tuvieron que salir del lugar donde estaban trabajando, ir a zona segura y esperar que pasara el temblor para luego volver al trabajo.

Capo, Elétrico y Milca – los perros de ACECC – encontraron 4 cadáveres, 3 en zona rural y uno en zona urbana.

El grupo permaneció en Chile 10 días, pues “el abastecimiento que llevamos nos alcanzó para eso, más no” y Patricio explicó que “cada equipo lleva su comida, su agua, no se puede ir a una catástrofe y pedirle todo al gobierno del país que está afectado porque sería un problema más”.

ACECC tiene mucho trabajo y “podríamos tener más si tuviéramos algún apoyo. Al ser una ONG formada por voluntarios, a veces no se cuenta con el recurso económico para ir adonde nos llaman. Tenemos los recursos humanos, pero a veces no tenemos combustible o se necesita el transporte aéreo”.  Sucede esto aún sabiendo que la búsqueda con perros da más posibilidades de sobrevida a una persona que está sepultada “porque un perro tarda 6 minutos y un equipo de bomberos puede tardar 24 horas en encontrar a una persona, siempre que haga ruido, porque si no, no la encuentran. En cambio un perro la encuentra por el olor”.

Todas aquellas personas mayores de edad que tengan interés en el tema, pueden acercarse al campo de adiestramiento (Autopista Richieri, por colectora bajada puente 13) o llamar al 4382-8904 o 15-6633-3618. Si escucha un ladrido, no se asuste.

La ciudad de Constitución se encuentra sobre la costa del Pacífico, a orillas del río Maule. Sus habitantes fueron sorprendidos durante la madrugada por el terremoto y 30 minutos después por un tsunami. “Esa diferencia dio tiempo a que la gente saliera de sus casas y se fuera a los cerros”, dijo Patricio. El tsunami -olas de 10 metros de altura – avanzó 3 kilómetros sobre el continente, “hasta casi un cuarto de la subida de los cerros” y al retirarse, dejó 8 metros de agua en las casas. “Dicen que el agua hizo más desastre que el terremoto, porque fue de noche, no se veía venir la ola y mucha gente, que primero se refugió en los cerros, después volvió a sus casas y ahí los agarró el tsunami”. Días después del temblor, el mar seguía devolviendo cadáveres, “cuando nosotros nos volvimos, había más de 300 muertos y aún no se sabe la cifra de desaparecidos”.

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