“Hay que soñar ideales para tener alguna realización”

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Un hombre inquieto que sigue ampliando su archivo histórico. El padre Edel Torrielli habló de arte, historia y ecología. Recordó vivencias personales y acontecimientos históricos poco divulgados. Destacó la función de la escuela para educar en el cuidado del medio ambiente.

 

A un año de haberse jubilado, el padre Edel Torrielli dijo que su vida “sigue siendo igual”. En este marzo cumplió 35 años como párroco de la Parroquia San Francisco de Asís, por lo cual ha tenido contacto con tres generaciones de tigrenses; dirigió además el colegio Don Orione durante 10 años y llegó a tener “400 alumnos de carpintería”.

Con más tiempo para conversar, se explayó en una charla colmada de recuerdos, reflexiones y sugerencias para el Tigre que “está despertando a una nueva realidad” y en el cual tiene puesta una gran expectativa: “Que Tigre sea un ejemplo para el país en todos los aspectos, social, económico, político. Hay que soñar ideales para tener alguna realización”.

 

La pintura como búsqueda permanente

Además de pintar, el padre Edel visita museos y galerías de Buenos Aires, “hay que ir porque allí están los grandes maestros y uno aprende de ellos”.

En relación a la actividad plástica en Tigre, sostuvo: “Donde hay un museo tan importante como el MAT, se supone que debe haber una escuela de arte, una asociación de artistas, porque no todo el arte se encierra en un museo. El arte es parte de la vida, si enseñamos a descubrirlo, mejora el estilo de vida. En Holanda, cada 10 mil habitantes hay 1500 artistas subsidiados por el Estado; hay que tomar ejemplo de ellos. En Alemania, los estudiantes de música tocan en las calles, cerquita de las confiterías. Sería muy lindo ver eso aquí”. Indudablemente, la mención a tan agradable espectáculo nos hace sentir mucha envidia, pues, mientras los alemanes gozan de la armonía musical, parece que nosotros estamos condenados a soportar los escapes de las motos, “eso tendríamos que cambiarlo”, opinó.

“Tenemos mucha gente que se dedica al arte y no tiene espacios para mostrar lo que hacen, faltan espacios públicos. Y los hay, porque los jardines del MAT son espectaculares. A Tigre vienen miles de turistas por fin de semana y hay que cuidarlos, porque puede aparecer una competencia y llevárselos”. Y además de la advertencia,  hizo su propuesta: “Aquí falta un lugar de bohemia. Yo he señalado que ese lugar es la plaza San Martín que, al estar cerrada con rejas, podría ser una feria para que los artistas muestren su obra”.

En su doble calidad de productor y admirador del arte, sostuvo: “Tigre no tiene un mercado de arte, los artistas no sabemos dónde ir a vender nuestra obra. Pienso que la obra tiene que ser accesible a todo bolsillo, porque un coleccionista puede comprar algo de mucho valor; pero, mientras yo me tomo un mate en la cocina, me gustaría ver un buen cuadro, no un almanaque”.

En 1985, fundó la primera Asociación de Artistas Plásticos de Tigre, que luego se diluyó. También fundó el Centro de Estudios Históricos, que “está funcionando muy bien. Sirve para conservar la memoria”. Y de eso también se habló.

 

Memoria viva

Como se sabe, el padre Edel escribió una historia tigrense, que espera pronto reeditar y, quizás, ampliar porque su archivo personal se fue agrandando.

Para disfrute de su interlocutora, hizo un repaso de anécdotas, rarezas y grandezas de este pueblo, que es su pasión. “La parroquia de Tigre es una de las más antiguas de la provincia de Buenos Aires. Tuvo como párroco a Carlos de San Ginés, que terminó yéndose a San Fernando porque se llevaba muy mal con los vecinos. Al irse, escribió: “Si los infelices concheros se quieren ahogar, que se ahoguen”.

Los archivos demuestran que no fue el único que no se hizo querer. “En 1864, el padre Laguna fue a bendecir el cementerio, que era un terreno alambrado. La gente no lo quería, entonces no lo acompañó nadie. Cuando volvió a la parroquia, escribió que había bendecido el lugar sagrado, pero que el pueblo no lo había acompañado”.

Continuando con el cementerio, comentó que “el Municipio tendría que tomar a su cargo todos los sarcófagos de 100 años y declararlos monumentos históricos. Ahí está el primer médico que tuvo el pueblo, el Dr. Pereyra, cuyo sarcófago hizo restaurar Ubieto. También está el vaqueano de Santiago de Liniers. Aún no hay una historia escrita sobre el cementerio”.

Allá por 1880, “el Municipio regalaba un lote de tierra y daba un año de plazo para cerrarlo y ponerle árboles. Pero acá (Cazón 913) había un metro de agua. Los que pidieron estos terrenos fueron los Milberg, los Bullrich, los Madero, los Pueyrredón. Donde hoy está el club Hacoaj era la cabaña de los Milberg, de donde salían las hereford y las shorthorn a la exposición rural de Buenos Aires. Milberg y Ángel Pacheco eran los contribuyentes más importantes, el primero con 5000 pesos y Pacheco con 6000”.

A mediados del siglo XX, la producción de las huertas de Rincón y Benavídez llegaban al canal de San Fernando “en carros por Cazón, entonces a las tres de la tarde pasaba el camión regando porque se llenaba todo de tierra”.

Sus recuerdos de niñez aparecieron pintados en el aire: “Cuando yo tenía 8 años, el corralón de Marsi  – Colón al 500 – trasladaba la arena en carros pintados de blanco y celeste, tirados por percherones blancos. Construían casas de madera en las islas”.

Y le llegó el momento al delta. “El ingeniero Leber fue uno de los primeros agrónomos que se ocupó del delta. Tuvo el vivero de azaleas y camelias más importante de Sudamérica”. Como gran conocedor de las costumbres isleñas, propuso “recuperar las pocas casas hechas con chorizos de barro que todavía quedan; es muy interesante saber cómo se construyen porque es una casa cálida en invierno y fresca en verano. Después vino el uso de la madera y la chapa, así construyeron los inmigrantes”.

Entre los grandes emprendimientos de los habitantes del delta, el padre Edel recordó que “durante la primera guerra mundial, como el mar estaba minado y los barcos no podían traer petróleo a la Argentina, se hizo la primera destilación de petróleo en canal San Fernando; después explotó el laboratorio y las calderas quedaron sepultadas en el barro, detrás del astillero de Sánchez, enfrente del edificio actual de la Prefectura”.

 

Conciencia ecologista

El padre Edel recordó con nostalgia: “Yo nací en un delta distinto, ese desapareció”. Tristemente, el nuevo delta está plagado de basura: “No se cuidan las aguas, lo vemos en el puerto de Tigre”. “Todavía no tenemos una conciencia ecologista y deberíamos caracterizarnos por eso, porque todavía estamos a tiempo para arreglar algunos desbarajustes. Sería bueno que los beneficios que nos traen la industria, el motor, la velocidad, estuvieran acorde con una conciencia ecologista y de cuidado del medio ambiente. Por ejemplo, en mi adolescencia se usaban sólo cajones de madera, que es reciclable, pero hoy nos invaden los plásticos que tardan cientos de años en transformarse. El cuidado del medio ambiente debería enseñarse en las escuelas, tendría que haber una materia obligatoria”.

¿Desde el púlpito se habla de estas cosas? “No, y es muy importante porque hace a la vida de los hombres. Pero, a pesar de que la academia de ciencias del Vaticano ha tratado estos temas, todavía no han llegado al pueblo”. Y recalcó: “Debería enseñarse desde el jardín de infantes”. Y desde una vivencia personal, transmitió una gran reflexión: “Los pájaros tienen una razón de ser; mi padre nos enseñaba a protegerlos porque lo ayudaban en el control de las plagas. La armonía de la naturaleza es de una magnitud que todavía no comprendemos”.

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