Vivir en tierras baldías

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Villa La Ñata, entre la necesidad y la voracidad. La necesidad de tierra para construir viviendas dignas se hace presente día a día en el conurbano. En este caso, viejos pobladores de La Ñata fueron ocupando una manzana que sólo tenía pastizales. Lograron un acuerdo con los supuestos dueños. Se constituyeron como asociación civil y están trabajando mancomunadamente para urbanizar el lugar.

 

A pesar de que los edificios crecen como hongos en las ciudades más populosas del país, cada vez hay menos gente que puede acceder a una vivienda digna. Por este motivo, muchas personas, al ver que terrenos baldíos permanecen en esa condición durante décadas, instalan allí casillas y luego intentan pagar impuestos y servicios. Tal fue el caso de 39 familias de Villa La Ñata, que ocuparon algo más de una manzana, casi a la entrada del pueblo.

“Acá hay gente que vive desde hace mucho tiempo, aún en condiciones muy precarias”, explicó Augusto, un poblador nacido y criado en La Ñata, que se instaló en esa tierra deshabitada.

En medio de un inmenso pastizal, vivían las familias sin entrar en conflicto con el resto de los vecinos, que prácticamente no habían advertido su existencia. “Hubo un incendio y eso hizo que el resto del barrio viera que había familias ocupando el lugar. A partir de ahí empezaron a correr un montón de rumores. La Municipalidad empezó a recibir quejas y así aparecieron los dueños”.

Augusto aclaró que, desde el inicio, buscaron que la ocupación fuera prolija, por eso trataron de reunir documentación sobre esas manzanas baldías. “La titularidad de estas cuatro manzanas no está completamente en regla. Nosotros dudamos de que hayan sido compradas. Esto fue un arreglo, hace 50 años, entre Pagliettini y Sarthou (en ese momento tenían formada una sociedad) y el Municipio. Ellos, que tenían máquinas de dragado, dragaron el canal Carolino, rellenaron estas manzanas y el Municipio se las dio en pago. Pero nunca las ocuparon, ni siquiera las alambraron”.

A principios de año, después del incendio, se realizó una reunión en la delegación de La Ñata; concurrieron los vecinos, la Municipalidad, la policía, los titulares de las tierras. La conclusión fue que, entre Municipio y titulares, darían una solución al problema habitacional de esas familias.

 

Y se vino la asociación

Pasada la reunión conciliatoria, el Municipio realizó un censo. “Nosotros participamos voluntariamente. Se censaron 39 familias y ese fue el núcleo de la toma. A partir de ese momento, fuimos los custodios de la tierra para que nadie más se metiera. En este sentido se vieron beneficiados los titulares, porque nosotros frenamos gente que viene a ocupar todos los días, pues en Tigre hay gran necesidad habitacional”, contó Augusto.

Los titulares de la tierra también hicieron lo suyo: “Un pozo enorme sobre Mitre para impedir que pasáramos. El delegado municipal durmió adentro de un auto en la esquina de Saavedra y Mitre para evitar que entráramos. Desde la fiscalía salió una orden para impedir que entráramos con materiales. Esa fue la solución que nos dieron”.

Viendo que se había iniciado una cadena de hostilidades, las familias comenzaron a organizarse, acompañados por el concejal Federico Ugo.

Ya mejor constituidos, se apersonaron en la fiscalía y se encontraron con una sorpresa: “Estaba acordada una audiencia para unos días después y no nos habían notificado!”. Además se había abierto una causa de averiguación de ilícito por usurpación.

Todas las familias se presentaron a la audiencia; entraron en un proceso de negociación sobre la cantidad de metros de tierra que les podían ceder. La condición fue que se organizaran en una asociación civil para ceder los derechos de posesión de la tierra a dicha asociación.

Según se dice, la sociedad Pagliettini-Sarthou mantuvo al día los aspectos impositivos, pero hizo un abandono territorial. “Dado que nuestra ocupación fue a la luz del día, no hubo engaño, no hubo estafa, no cortamos alambrados, porque no los había, entonces la causa penal fue cerrada porque no hubo ilícito”, informó Augusto.

De las 4 manzanas de titularidad de Paglittini-Sarthou, 3 fueron rellenadas. La ocupación se desarrolló fundamentalmente sobre tierras bajas, anegadas, sobre el bañado, como lo llaman los antiguos pobladores. Esa fue la manzana cedida.

“Pagliettini no respetó el acuerdo, porque alambró 3 manzanas quedando adentro una calle pública y unas pocas casas. No permitió que la gente se lleve sus cosas!”.

Mientras tanto, las familias siguieron avanzando en la organización: hicieron los planos con un agrimensor, como les pidió el Municipio; iniciaron los trámites ante escribano para conformar la asociación civil. “Nunca pensaron que nos íbamos a organizar como asociación civil, lo hicimos sin saber muy bien qué era y ahora nos damos cuenta que es algo mucho más grande que cada uno de nosotros, excede nuestro pedacito de tierra”.

Todos juntos, fundamentalmente, están llevando adelante las mejoras del lugar: marcación de calle, un poco de relleno, entubado. “Nos organizamos contra la traba de estos grandes propietarios y también del Municipio que no es capaz de ponernos un caño de desagüe, por el contrario hace un pozo para que no pasemos”.

Hay sectores llenos de agua estancada, foco para la cría de mosquitos; además, como el Municipio no abre la calle Saavedra, Edenor no entra y, por lo tanto, las conexiones eléctricas son muy precarias.

 

Criteriosos y trabajadores

La comunidad está integrada por trabajadores de variadas actividades: docentes, mimbreros, costureras, obreros. A la hora de hacer, todos se arremangan y ponen su granito de arena. Es así que los sábados, hombres y mujeres van mejorando ese pequeño espacio que eligieron como su lugar en el mundo. Parejas jóvenes y familias numerosas se pusieron de acuerdo para una repartición equitativa. “Se estableció un criterio para que las familias con más hijos tengan un terrenito un poco más grande. Todo se consultó entre todos y esto hizo que el grupo se consolidara, porque todos vieron que es posible organizarse y creer en el vecino de al lado”.

Actualmente la mayor necesidad es poner caños para que el agua circule, por eso se puede ver, los sábados, a los hombres trabajando denodadamente en esta tarea. Tienen programada la apertura de la calle, cuidando, por supuesto, los hermosos sauces que ofrecen su sombra a los mortales y sus ramas a las aves. Han tenido ofrecimientos para instalar un biodigestor para depurar las aguas grises. “Tenemos la voluntad de que el impacto ambiental sea el menor posible”.

Con alegría, Augusto contó que muy pronto tendrán un centro comunitario “para realizar actividades y ofrecer lo que cada uno hace”. Estará, desde luego, abierto a toda la comunidad de La Ñata, ya que un objetivo de estos pobladores es romper con el estigma que ha caído sobre ellos. “Queremos demostrar al pueblo que somos gente honrada. Organizamos asambleas abiertas para echar luz sobre el trabajo que estamos haciendo. Queremos integrarnos al barrio y romper el prejuicio de ser los usurpadores”.

Mientras el mate circula de mano en mano, el sol se va poniendo y los hombres comienzan a guardar las herramientas. El entusiasmo se plantó en esta comunidad, que está habitada por el ritmo creador y fraternal de la Tierra.

 

Foto: La calle Saavedra mejorada por los vecinos

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