La Lic. Sofía Astelarra destacó el accionar de las organizaciones socio-ambientales que no sólo ponen el cuerpo en la defensa de sus territorios, sino que también construyen conocimiento. Los empresarios inmobiliarios, además de modificar el paisaje, desvalorizan a las poblaciones pre-existentes.
El 2 de febrero de 1971, en la ciudad iraní de Ramsar, se suscribió la Convención sobre los Humedales, a la cual ingresó nuestro país en 1991 con la ley 23.919. La Dra. Inés Malvárez, en 1997, definió al delta como un macromosaico de humedales. También por aquella década, algunas organizaciones, en paralelo con el ámbito académico, comenzaron a hablar de humedales, aunque este concepto se instaló a nivel nacional en 2020 gracias al empuje de las organizaciones socio-ambientales en pos de lograr la ley de humedales. “Esto es clave, porque las organizaciones llegan a este concepto desde otro lugar, pero a la par del sector académico”, definió la Lic. Sofía Astelarra, coautora de Naturalezas Neoliberales.
A partir de los incendios de 2018, “la noción de humedal se instala a nivel nacional como un ecosistema a defender”, dijo Astelarra, quien escribió el segundo capítulo del libro, cuyo título es “Humedales como territorio de vida. Conflictos socioambientales frente al extractivismo inmobiliario”.
Proyectos nocivos
Visibilizar las resistencias de las organizaciones ante la emergencia de los barrios privados es el eje del capítulo de Sofía Astelarra, quien aseguró que “a partir de Nordelta, el conflicto se expande de manera exponencial”.
Los lujosos barrios construidos en Tigre, encerrados entre paredones, instalaron la conflictividad porque los vecinos pre-existentes “pudieron imaginar que esos proyectos inmobiliarios iban a ser nocivos para sus territorios”.
En poco tiempo, el tema ambiental y territorial se instaló en toda Argentina, por eso “Maristella Svampa habla de giro ecoterritorial. Van apareciendo nuevas narrativas: la defensa del territorio, del agua, la Pachamama como sujeto de derecho y como parte de una nueva cosmovisión”.
Los empresarios inmobiliarios no sólo planifican barrios donde se crea la ilusión de que es posible controlar y moldear la naturaleza a gusto de un consumidor acostumbrado a los escenarios cinematográficos, también fracturan la vida social que los pre-existe al cerrar accesos públicos, ya sean calles o arroyos “provocando divisiones entre los de adentro y los de afuera que supuestamente son peligrosos y por lo tanto deben ser dominados e incluso destruidos”.
CABA y la costa del río
En la ciudad de Buenos Aires se fue construyendo un modelo de ciudad que le dio la espalda al río y esto permitió que “el sector privado se fuera apropiando de la costa, generando procesos de desplazamiento de los sectores más humildes”, recordó Sofía Astelarra.
La lógica privatizadora del gobierno de la última década de CABA fue generando conflictos de tal magnitud que provocó la reacción de los porteños: “La audiencia pública multitudinaria en defensa de la costa será siempre recordada”.
Astelarra señaló que la ciudad de Buenos Aires y la gran mayoría de las ciudades argentinas priorizan la ganancia inmobiliaria en detrimento de una planificación urbana que tenga en cuenta la crisis climática.
Nuevos pasos
La entrevistada ejemplificó como “ceguera epistémica” los informes de algunas universidades que sostenían que la construcción de Amarras de Gualeguaychú no afectaría el ecosistema. Sin embargo, el accionar ciudadano fue de tal magnitud que la Corte Suprema de Justicia de la Nación “tomó principios del derecho internacional y falló a favor del agua y la naturaleza. Ahora está en debate el tema de la remediación”.
El libro Naturalezas Neoliberales da cuenta del extractivismo inmobiliario en todo el país y asimismo de los logros del accionar colectivo. “Ahora se presentan los estudios de impacto ambiental. Y el debate que debemos seguir dando es quién los evalúa, de qué manera, si es una técnica efectiva”, expresó Sofía Astelarra, quien finalmente precisó: “Hay un debate en torno al modelo de vida, a la tenencia de la tierra, de quién es y para qué”.
Por Mónica Carinchi
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