Encontró la felicidad doblando hierros

Esculturas de gran tamaño, amigables y tiernas. Desde hace 7 años, típicos animales pampeanos salen del taller de Facundo Huidobro. Trabaja con materiales que compra en el chatarrero o que él mismo va recogiendo por la calle.

 

Una mamá gansa seguida de sus gansitos, levantando la patita en ese peculiar bamboleo de la familia gansa es un espectáculo muy tierno. Y, cuando esos gansos son de hierro, entonces la ternura se vuelve sorpresa y admiración por el trabajo del joven escultor Facundo Huidobro.

“Fui criado en el campo, siempre estuve rodeado de animales, es como una fascinación natural”, contó este tigrense por adopción que aseguró que “los animales son una manera sencilla de llegar a las personas”.

Facundo definió a su obra como “figuras cercanas y amigables, porque no voy a hacer nunca un animal amenazante. Soy tan feliz trabajando que es imposible que me salga una figura triste, melancólica o deprimida. Aunque haya tenido el peor día y esté de mal humor, cuando me pongo a trabajar se me pasa”.

 

Detallismo sin realismo

Aunque tiene “cero formación escultórica”, nunca se demoró en pequeñeces: su suegro vio un “pasatiempo” que había hecho con alambres y chapa y le encargó un sapo para el campo de Entre Ríos. “Como yo quería aprender a soldar, decidí hacerlo en hierro. Empecé como si estuviese dibujando, no tenía mucha idea de las proporciones en el espacio, pero comencé por una línea, me gustó, la seguí y, cuando terminé… el sapo tenía un metro y medio”.

La historia tuvo un final feliz: al suegro no sólo le gustó, sino que le pidió otra escultura. “Otras personas fueron viendo mis obras, me empezaron a hacer encargos, así que largué mi trabajo anterior y me dediqué a full a esto”. Para Facundo, la dedicación plena es “fundamental porque el nivel de aprendizaje y compromiso que se logra trabajando 8 o 10 horas por día, no es igual que si lo hiciera en mis tiempos libres”.

Pero esa dedicación exclusiva no vino únicamente del éxito de sus obras, surgió porque, cuando empezó a doblar hierro, se dijo: “No quiero hacer ninguna otra cosa en mi vida. Fue como un amor a primera vista”. El descubrimiento de la vocación se produjo un poco después de los 20 años y “fue un alivio, porque en esos años uno está con el miedo de no encontrarse con lo que le gusta”.

Así, el hierro fue adquiriendo vida: lechuza, mulita, pavo real, picaflor, ñandú. “Siempre me gustó el arte figurativo, pero no trabajo de manera realista, es un trabajo bastante detallado, pero no es realista. Observo a los animales, buscando eso que los diferencia y, una vez que encuentro el aspecto que me atrae, ahí me quedo. Por ejemplo, si tengo que hacer una garza, busco en qué es diferente a un flamenco”.

Su obra está “100 x 100 pensada para el exterior y para ser un elemento más del ecosistema. A mis esculturas no las pienso en el medio de un jardín, iluminadas; las imagino al lado de un cantero, en un rincón, como si fuese un animal que está caminando por ahí, no busco que sea el centro de la atención”.

Si bien actualmente está trabajando con una llama, Facundo aclaró que “es uno de los pocos animales no cercanos, porque siempre hago animales con los que tengo una relación muy cotidiana, casi no necesito dibujarlos  porque los tengo en la memoria”.

En el taller de Facundo todo tiene uso: “Lo que es desperdicio de una escultura, se usa para otra”. Del material que tanto lo apasiona, dijo: “El hierro es muy noble; cuando está caliente, es muy dulce y dócil; y es muy diferente cuando está frío”. Efectivamente, se podría decir que el hierro es un material rechazante, y eso, para Facundo, “es un contraste lindísimo, hacer algo familiar a partir del hierro. Es un éxito espectacular lograr que algo sea amigable y tierno, dé ganas de acariciarlo y esté hecho con chatarra. Es uno de los retos más interesantes de esta profesión”.

Una característica de su obra es que “siempre son tamaños importantes”; en general, no las pinta y “eso tiene su pro y su contra. Requieren cuidado, porque el óxido es un proceso degenerativo que va avanzando. Pero a mí me encanta cómo combina con el verde, con el celeste del cielo, además es el color natural del hierro porque en la naturaleza existe como óxido”. En algunos casos puede aparecer un detalle en madera o vidrio, pero Facundo se encargó de aclarar, una vez más, que su pasión es el hierro, “por sobre todas las cosas”.

En el 2010, Facundo fue convocado para hacer un monumento al estibador en D’Orbigny, un pueblito cercano a Coronel Suárez, a donde llegaban muchos trabajadores golondrinas que cargaban sobre sus hombros bolsas de trigo y maíz para colocarlas en los trenes. “Me instalé en la estación abandonada y trabajé con los fierros viejos que fui encontrando”. La figura del bolsero tiene 3,20 y en su rostro se aprecia el gesto adusto del trabajador que parece interrogar al pueblo que “murió instantáneamente cuando dejó de pasar el tren”.

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