“Estamos acá contra todo pronóstico”

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Gustavo Petro juró como
Gustavo Petro por el período 2022-2026.Desde la plaza de Bolívar de la ciudad de Bogotá, el nuevo presidente se dirigió a todo el país en un discurso que duró poco menos de una hora. Retomó temas constantes de su accionar político: la paz, la desigualdad, el cuidado del ambiente. Como manifestación del cambio necesario, el pueblo colombiano cantó “alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina”.

        El domingo 7 de agosto pasado, Gustavo Petro asumió como presidente de la República de Colombia. Un hombre con una larga historia de militancia política llega, en su tercera postulación, a la presidencia con dos logros: es el candidato con mayor número de votos en la historia colombiana y el primer presidente de izquierda de su país.

        Por otro lado, la vicepresidenta, Francia Márquez, es, como ella dice, hija del pueblo negro. Nacida en la región del Cauca (una de las más afectadas por la guerrilla) militó por la paz y por los derechos de la naturaleza, obteniendo en 2018 el premio ambiental Goldman. Es abogada, lideresa social y tiene como lema: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.

        En un acto al aire libre, al cual concurrieron más de 100 mil colombianos, el nuevo mandatario, que hizo llevar la espada de Bolívar hasta allí, se dirigió al pueblo remarcando temas urgentes, anticipando propuestas y asegurando que tienen la oportunidad de transformar la vida de las niñas y niños de Colombia.

        “Tenemos que terminar con 6 décadas de violencia y conflicto armado”. Esto marca a Colombia como a ningún otro país latinoamericano. Todavía existen focos de armados y para terminar con ellos propuso cumplir y ampliar los acuerdos de paz y “más democracia y más participación”. Conocedor del entramado entre drogas, armados e intervención norteamericana en el tema, aseguró: “La paz es posible si se cambia la política de prevención del consumo en las sociedades desarrolladas”. Por esto reclamó una nueva convención internacional que “acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado” y expuso cifras: un millón de latinoamericanos asesinados en 40 años y 70.000 norteamericanos muertos por sobredosis por año. “La guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó a los Estados”, dijo rotundamente.

        Desigualdad y pobreza: 10% de la población colombiana posee el 70% de la riqueza que se produce en el país. Para resolver este desequilibrio inmoral propuso políticas de redistribución, reforma tributaria y una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento. En su presupuesto prioriza: infraestructura escolar, sanitaria y de agua potable, distritos de riego y caminos vecinales.

        Soberanía alimentaria: el campo debe producir los alimentos sanos que el pueblo necesita, el excedente se exporta.

        Cambio climático: la ciencia advierte sobre posibles cambios irreversibles, por lo cual es necesario un modelo sostenible económico, social y ambiental. Pidió apoyo económico para conservar la Amazonía libre de extractivismos y para transformar a sus pobladores en guardianes de la selva. Si esos fondos no llegan, propuso “cambiar deuda externa por gastos internos para salvar y recuperar selvas, bosques y humedales”. Se dirigió al FMI específicamente.

        Reconoció que Latinoamérica se junta en instituciones, pero no en proyectos concretos. “¿Hemos logrado la conexión de todas nuestras redes de energía eléctrica?”.

        Gustavo Petro tuvo invitados de honor a quienes nombró detenidamente: Arnulfo Muñoz, pescador artesanal; Katerin Gil, líder juvenil; Keli Garcés, barrendera de Medellín; Rigoberto López, campesino cafetero; Iván Londoño, silletero; Genoveva Palacios, vendedora ambulante. Estos ciudadanos y ciudadanas representan a los millones que trabajaron para llegar a ese momento porque están convencidos de que pueden salir del remolino de polvo y escombros que viene asolando a Colombia desde hace 6 décadas y han elegido a Gustavo Petro y a Francia Márquez para reconstruir todos juntos a su patria.

Por Mónica Carinchi

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