Este 25 de julio, los Altos Hornos de la Sociedad Mixta de Siderurgia Argentina (SOMISA) cumplirían 52 años. Por el contrario, en este 2012 nos encontramos con los 20 años de su privatización.
Fundada con el objetivo de abastecer de acero a la industria nacional, su creación fue parte del plan de sustitución de importaciones impulsado por el primer gobierno peronista. “La creación de SOMISA fue sancionada en el 47, pero su construcción demandó más de 10 años, pues incluyó la planta – con talleres y dos altos hornos -, el barrio para técnicos e ingenieros, el puerto, la red ferroviaria, el hotel Colonial”, explicó la Lic. Cynthia Rivero, autora de Entre la “comunidad del acero” y la “comunidad de María”. Un análisis antropológico sobre los avatares sociopolíticos de San Nicolás.
La planta General Savio fue inaugurada, “aún en contra de todos los que se oponían a que aquí hubiese industrias”, por el presidente Arturo Frondizi que sostuvo que “el impulso a la siderurgia es garantía de progreso y soberanía nacional”. No lo entendieron así quienes se encargaron de venderla al 10% de su valor real, destruyendo, además, a todos los talleres que trabajaban para SOMISA y provocando, en definitiva, el desmoronamiento de la ciudad de San Nicolás.
Intrínsecamente traidores
SOMISA llegó a tener 12.000 trabajadores. “El 50% de la población de San Nicolás trabajaba para la planta, no sólo de manera directa, sino también indirectamente, porque había muchas empresas satélites”. Por otro lado, los salarios de los trabajadores posibilitaron “un gran consumo y eso generó gran desarrollo urbano, se abrieron negocios, escuelas, institutos terciarios, universidad. Los empleados de SOMISA tenían crédito en todos lados porque nadie los iba a echar, una vez que la persona entraba, ya tenía su trabajo asegurado, incluso para sus hijos”. A la relación laboral, hay que agregar la actividad deportiva, cultural y recreativa que la empresa promovía. “Trabajar en SOMISA significaba prestigio, seguridad y estabilidad laboral, además de condiciones de trabajo que hoy son añoradas por los ex trabajadores”.
La situación de bienestar se derrumbó con la llegada de Menem: “Si bien durante el gobierno de Alfonsín hubo un intento de privatización, la oposición de la CGT, con Saúl Ubaldini, de los intendentes, de la UOM local y la población, fue muy fuerte. Con Menem, el panorama cambió, porque Lorenzo Miguel ya había negociado y apoyaba las privatizaciones. Todo estuvo precedido y acompañado por un vaciamiento de la empresa”.
Para que la privatización fuera posible, se armó una coyuntura propicia: “Cambio del marco jurídico – Ley de Reforma del Estado y Ley de Emergencia Económica; dentro de la fábrica, los mismos trabajadores reconocen que había falta de insumos y desorganización en general, ‘cosas raras’ dicen ellos, que imposibilitaban llevar adelante el proceso de trabajo; por otro lado, todos los medios de comunicación – Nación, Clarín, El Cronista, la revista Somos – de a poco fueron instalando la idea de que SOMISA daba pérdidas por el sobredimensionamiento de personal”. Efectivamente, el economista Juan Alemann, ante todos los micrófonos, decía: “Las empresas estatales son intrínsecamente ineficientes”.
La ofensiva sistemática contra todo aquello que fuera parte del Estado se transformó en una máquina voraz que deglutió a Entel, Aerolíneas Argentinas, SOMISA, YPF, YGF, ELMA, ferrocarriles, etc., etc.
Los nombres relacionados con la privatización de SOMISA fueron: “Hugo Franco, empresario y político, tenía vinculaciones con la iglesia, Massera y la UOM; Juan Carlos Cataneo, empresario, implicado en el caso de corrupción IBM-Banco Nación; Jorge Triaca, sindicalista, con él se produjo el grueso de los retiros voluntarios; finalmente, María Julia Alsogaray liquidó la empresa”. Sintetizando el proceso de privatización, la Lic. Rivero dijo: “Se dio una disputa dentro del peronismo, porque esto se resolvió entre el peronismo en su versión local y el peronismo versión nacional”.
Un manto de contención
En el año 83, en el barrio que habitaban los operarios – El Pulmón, por aquel entonces; El Campito, luego – se dio por primera vez el fenómeno de la virgen.
Si bien en los primeros tiempos esto no tomó mucha trascendencia, “en el 85, el municipio de San Nicolás donó al obispado el terreno conocido actualmente como El Campito para la construcción de un santuario, porque la iglesia católica local – que es muy fuerte en San Nicolás, en su versión más conservadora – tomó rápidamente este fenómeno, lo promovió y organizó. El proceso de privatización de SOMISA y el crecimiento del fenómeno religioso se dieron en paralelo”, señaló Cynthia, quien realizó una investigación “basada en la relación entre el imaginario industrial, vinculado al acero y la empresa, y el imaginario vinculado a la virgen, los milagros, la peregrinación”.
Durante el proceso de cierre de la planta se dio “una mixtura entre la fe cristiana y el reclamo gremial. La imagen de la virgen acompañó a los trabajadores durante toda la protesta. En los días en que se instalaron carpas delante de la planta para evitar el apagado de los altos hornos, se hacían allí mismo dos misas diarias”. O sea que el símbolo de la virgen y su liturgia estuvo presente durante todo el conflicto de la privatización “como red de contención para todos los ex trabajadores que cayeron en la desorientación, escepticismo e, incluso, desesperación”.
Fue así que, mientras los trabajadores quedaban en la calle y con ellos la ciudad se iba empobreciendo, “surgieron los eventos relacionados con la virgen”. Aparece, entonces, la pregunta: ¿La difusión de la aparición de la virgen sirvió para suplantar, en parte, la ausencia de trabajo? Lo que dejan entrever los propios lugareños es que “si bien el fenómeno religioso tiene connotaciones económicas, no reemplaza el nivel de vida y ocupación plena que habían alcanzado cuando funcionaba SOMISA”.
La experiencia del desempleo vivida en la década del 90 obligó a los trabajadores a buscar soluciones: algunas individuales, otras colectivas; algunas mágicas, otras combativas. En el caso de SOMISA, la Lic. Rivero señaló: “El trabajo en la planta fue el estructurador de la vida de los trabajadores y de muchos nicoleños; desaparecida ésta, algunas personas necesitaron recurrir a la religión como estrategia de supervivencia”.
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