Las lanchas de Héctor Crestanello, el souvenir de Tigre

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Chatas, canoas isleñas y las tradicionales lanchas de pasajeros, en miniatura

Aprendió el oficio de carpintero naval junto a su padre. Desde hace 7 años realiza una artesanía que se convirtió en el obsequio típico del Municipio de Tigre. Se lo puede encontrar los fines de semana frente al colegio Marcos Sastre.

 

“Hace unos 7 años, mis hijas – María Florencia y María Victoria – me impulsaron a retomar esta artesanía que había hecho en mi juventud. Primeramente los vendían ellas, después me propusieron que saliera yo. Al principio me daba un poco de vergüenza. Pero preparé un par de botes, me anoté en el Museo de la Reconquista y empecé”.

Así sintetiza parte de su historia Héctor Crestanello, el artesano que realiza réplicas en miniatura de lanchas de pasajeros, chatas y botes de isla que el Intendente Massa obsequia a los visitantes destacados, “nunca en la vida pensé que un trabajo mío iba a ser regalado a la Presidenta de la Nación. Es un orgullo”, exclama Héctor.

 

Uno por uno

“Mi oficio es carpintero naval, lo aprendí con mi padre. Él siempre me decía ‘vos tenés que usar el ojo y darte ideas’, y es cierto porque estas réplicas las hago sin planos, armo todo artesanalmente, ningún bote es igual a otro”.

Con madera de álamo del Delta del Paraná, Héctor va armando cada pieza a partir del piso, luego va agregando cada parte: “Los costados, las toleteras, los asientos. Los pinto, los barnizo. Los armo a mi gusto, uno por uno”.

Sus herramientas son limas, tijeras, un torno pequeño, una sierra eléctrica; siempre tiene a mano pegamento, barniz, pintura al agua porque “seca rápidamente y dura mucho”.

Las tradicionales lanchas de pasajeros tienen su baño con su puertita, los asientos del costado, pasamanos, chimenea, “hay que ingeniárselas para ver qué se usa para cada cosa, por ejemplo el ojo de buey es un ojal de zapatilla”, cuenta Crestanello.

Muchas de sus réplicas están en Europa porque los turistas que vienen en cruceros a fin de año visitan Tigre y “se llevan mis botes”. Pero, desde luego, la mayoría de sus clientes son locales: “Hay gente que me hace pedidos especiales, por ejemplo ahora estoy haciendo una lancha de pasajeros que funcionó como barco pesquero. Le tengo que hacer dos ventanitas y después todo cerrado”. Hizo réplicas de la conocida lancha María Julia; la Galofré, que salía del Canal de San Fernando y llegaba hasta Paranacito; lanchas de la línea Interisleña y de la Pajarito; en un tamaño especial, que le llevó un año de trabajo, hizo 3 réplicas de la Austral II, “una está en Europa”.

“Hace un tiempo, un muchacho me pidió una lancha para ponerle un motor. Se la hice, con velas, y los fines de semana la lleva al lago del Planetario”.

Entre todas las lanchas que tiene en su casa, se destaca un solitario camioncito: “Me lo trajo un amigo que es coleccionista. Me trajo la cabina y me pidió que le hiciera la caja de madera”.

La habilidad de Héctor con la madera sobresale en todas sus labores: “El año pasado un amigo compró un barco, yo le hice un piso entarugado precioso. Nadie cree que es eucalipto, todos creen que es viraró. Pero todo depende de cómo se trabaja la madera”.

 

Una tradición familiar

El abuelo de Héctor nació en Venecia en 1886; se vino para Argentina en 1919. En sus inicios vendía fruta en una canasta por San Isidro. Luego, en los años 30, se puso de canastero. “Hacía el canasto grande de panadería y el canasto de fruta que se usaba en el puerto cuando venía la fruta de la isla”.

Intrigado por el oficio de canastero, Héctor le preguntó a su padre por qué no lo había aprendido, “un día me puse y el abuelo me dio un montón de lonjazos con el mimbre porque me salían mal”, fue la respuesta que obtuvo. Comenzó, entonces, a trabajar en un astillero por la calle Chacabuco, “al principio sólo lijaba, pero un día, con 14 años, mi papá le dijo al dueño que él sabía hacer remos, le mostró uno que tenía guardado y desde ese día sólo hizo remos”, cuenta con orgullo Héctor.

Al lado de su padre fue aprendiendo el oficio de carpintero naval. Con el tiempo, entró a ejercer el oficio en la Prefectura: “Al lado del Museo Naval había un astillero que se llamaba Tajerina, ahí trabajaba desde las 5 de la mañana hasta la una del mediodía. Después, de las 14 hasta las 18, trabajaba en el taller con mi padre y cuando llegaba a mi casa en Pacheco, seguía trabajando hasta las 11 de la noche”.

Será por eso que, aún hoy, por la madrugada se lo puede encontrar pintando sus pequeños barcos, sobre la mesa de su cocina o en su taller, a donde se llega por una escalera que tiene un pasamano que hizo su padre.

El hombre que desde siempre vive entre barcos, confesó un íntimo deseo: “Siempre les digo a mis hijas que quiero hacer la estación fluvial, con los muelles, las lanchas. Bueno, quizás la haga algún día”.

Seguramente, aquellos que pasan buena parte de sus vidas en una lancha de pasajeros o en una chata, estarán esperando que el deseo se cumpla.

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