Un legado para revalorizar

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A 60 años del fallecimiento de Eva Duarte

El 26 de julio se cumplieron 60 años de la muerte de Evita y este aniversario cobró una mayor trascendencia tal vez porque se trata de un número redondo que marca una década más de su desaparición física. Pero el acontecimiento fue más allá de eso. Su accionar, sus posturas ideológicas y su compromiso por los sectores populares es sobre lo que se debe focalizar la atención, e interpelar con su legado y su pensamiento la realidad que hoy nos toca vivir. Evita es pasado, es historia pero también es presente porque la desigualdad, la inequidad y la injusticia social en contra de lo que luchó con firmeza y pasión no ha perdido vigencia en nuestra sociedad. Sigue habiendo actores que se enriquecen a costa del empobrecimiento de las mayorías.

Antes se llamaba oligarquía, ahora se llaman grupos económicos concentrados, capital financiero, organismos financieros internacionales, etc. También es cierto que el actual gobierno es el que más ha hecho desde el primer peronismo por los sectores excluidos. Distintas políticas sociales están restituyendo derechos que habían sido vulnerados desde la dictadura y especialmente durante la era menemista. Esto ha sido un avance que también hay que destacar.

Volviendo a Evita, después de 60 años, su figura vuelve a generar veneración y admiración para algunos, y desaprobación y rechazo para otros. Su actuación política en nuestra historia, – la mujer política más trascendente de la historia de nuestro país – ha dejado zanjas abiertas que hablan de las profundas diferencias que existen todavía en nuestra sociedad.

El fuerte rechazo que generó la visibilidad de los cabecitas negras en la sociedad de los años 50´ es similar al rechazo que hoy le provoca a algunos sectores medios, políticas como la Asignación Universal por Hijo o el Plan Argentina Trabaja. “Hacen el asado con el parquet de las casas que les dan”, decían antes. Ahora dicen: “Son unos vagos, se quedan embarazadas para recibir la Asignación, me cobran impuestos para mantener a estos negros…”, son algunos de los comentarios que se escuchan en la calle. Sin desconocer que estas medidas pueden tener errores en la implementación, y que el hecho de ser pobre no otorga credencial de honestidad, – es decir, todos somos seres humanos con defectos y virtudes – lo que se destaca es que hay todavía profundos prejuicios y falta de solidaridad de ciertos sectores medios y altos sobre aquellos que tienen mayores necesidades y que han quedado rezagados. Es más, se observa la tendencia a culpabilizar a aquel que está excluido por su propia condición desconociendo las causas estructurales que han determinado que millones de argentinos no puedan gozar de una vida digna.

Eva Duarte, al provenir de aquella parte de la Argentina excluida y marginada – siendo ella misma una hija ilegítima – sabía lo que se sentía, en una sociedad conservadora y elitista como la de las primeras décadas de este siglo, ser marginado y humillado por los poderosos, por aquellos que se creen más por haber nacido en mejores condiciones. Su capacidad de empatía con los más necesitados era plena. Se podía poner en el lugar de los otros. Como decía el tema de la ópera Evita: “… soy del pueblo, jamás lo podré olvidar. Debéis creerme. Mis lujos son solamente un disfraz. Un juego burgués, nada más…”. A pesar de los vestidos y los viajes, nunca dejó de reconocer sus orígenes y de luchar por una sociedad más justa e igualitaria.

En esa férrea voluntad arrolladora hacia la reivindicación de los derechos de los más pobres estaba destinada a generar violentas reacciones de aquellos que preferían mantener el statu quo, las condiciones económicas que les garantizaban su lugar de privilegio en la sociedad. Y esta situación estaba naturalizada, no se ponía en discusión, porque siempre había sido así. Evita lo que hizo fue lograr una ruptura en la conciencia social y plantear que eso no era natural, que era una situación de injusticia que había que cambiar y, a su entender, esa herramienta era el peronismo, era de la mano de Perón, el conductor del proceso político. Politizó lo que estaba naturalizado. “Donde hay una necesidad hay un derecho”, dijo, y eso para la época, era revolucionario.

Evita no se conformó con denunciar la injusticia sino que fue más allá y señaló con el dedo, desde una posición de poder gubernamental, a los responsables de esa injusticia, quienes se venían enriqueciendo en este país desde hacía siglos en perjuicio de grandes sectores de población y de la nación en su conjunto. La Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas y la llamada oligarquía fueron el blanco, y se ganó a todos los enemigos. Su actitud fue rebelde porque se rebeló al sistema, revolucionaria porque intentó modificar el orden de las cosas, de la mano del peronismo, – que logró la mayor inclusión social en la historia de la Argentina -, y desagradable a los ojos de muchos porque no se callaba nada. Incomodaba. Estorbaba a propios y ajenos. No tenía medias tintas, o estabas de un lado o estabas del otro. Incluso se enfrentó a sus propios compañeros peronistas, como fue el caso de los dirigentes sindicales, que se dejan “marear por las alturas”, claudicando en sus convicciones por los banquetes de la oligarquía.

Evita sabía que su tarea era muy ardua, que todavía hacía falta tiempo para organizar a los sectores populares y para consolidar las conquistas logradas, que los enemigos eran poderosos y que venían por todo, que había además traidores dentro de sus propias filas, que el tiempo apremiaba por el desencadenamiento de los hechos y por sus propias limitaciones físicas, y que no podía haber concesiones. Evita se desesperaba al reconocer la adversidad del contexto pero hasta el último momento no dejó de luchar por sus convicciones.

Su claridad política y su convicción legítima, honesta y desinteresada por los que más necesitan siguen generando admiración. La restitución de derechos y la legitimación de las clases oprimidas es un legado de enorme trascendencia. Ojalá que también provoque una sana imitación en aquellos que tienen el poder de tomar las decisiones.

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