Bañado La Estrella, un paraíso aún desconocido

Ecoturismo. Generado a partir del desborde del río Pilcomayo en 1940, el Bañado ocupó el lugar de quebrachos, algarrobos, palos santos, cuyos troncos, por ser maderas duras, todavía están en pie. El lugar se transformó en hábitat de cientos de especies de aves. Caminando o en canoa, surcar el Bañado es sumergirse en el imperio de la naturaleza.

 

        Para aquellos que buscan paisajes silvestres poco frecuentados, la ecorregión denominada Gran Chaco Sudamericano, que abarca Argentina, Bolivia y Paraguay, aún está esperando ser descubierta. El Bañado La Estrella, un humedal de 400 mil hectáreas en la provincia de Formosa, es parte de esta región. Reservorio de biodiversidad (fue declarado Área de Importancia para las Aves, por Aves Argentinas-Birdlife International) y riqueza cultural, ya que allí conviven pueblos originarios y criollos, el Bañado ofrece la posibilidad de hacer ecoturismo y, al mismo tiempo, conocer la forma de vida de quienes lo habitan y, a veces, incluso, lo padecen.

 

Fortín La Soledad

        Rodeado por un muro que lo protege de las crecidas del río Pilcomayo, Fortín La Soledad se levanta sobre un costadito del Bañado La Estrella. Es un poblado que alberga unas 100 familias, es decir aproximadamente 500 personas, aunque una parte de ellas ya no residen de manera permanente en el lugar, pues se han trasladado a las ciudades más cercanas, en especial Las Lomitas.

        Calles de tierra que dan a una calle principal – también de tierra – con su plazoleta con juegos para los niños; casitas de ladrillos, hechos en la zona; 4 horas de electricidad por día; polvo o barro, según los caprichos de la naturaleza; escuela primaria y secundaria; alguna 4×4 que llega ocasionalmente con turistas, nacionales o extranjeros. Esto es Fortín La Soledad, para el puñado de criollos que todavía siguen viviendo allí.

        La principal actividad de la zona es la ganadería; el que más tiene, cuenta con unas 1000 vacas, pero la mayoría anda por las 300; también crían porcinos, cabras y, para el sustento familiar, gallinas y patos. En los meses en que el agua se retira del bañado, es posible hacer una quintita. Y, aún pensando en el comer, el bañado ofrece caza y pesca, por supuesto con las reservas del caso, ya que la naturaleza debe ser protegida. O sea que en este poblado, la desnutrición no tiene resquicio donde filtrarse, sobre todo si la voluntad para el trabajo está presente.

        Bien oriundo del lugar, Carlos Antonio Maldonado, conocido por todos como Calila, es ocupante de 900 hectáreas del bañado. “No podemos acceder a un título porque el bañado fue declarado de dominio público, pero sí lo podemos ocupar”, explicó este criollo que día y noche viste ropa de trabajo.

        El abuelo de Calila llegó al bañado desde Algarrobo Viejo, Santiago del Estero, buscando pasturas para el ganado. “Mi padre nació aquí, mi familia ya tiene 100 años en este pueblo”, recordó Calila, que, al igual que su padre y su abuelo, ocupa gran parte de su tiempo en la actividad rural, pues siguió la tradición familiar: la ganadería.

        Por ser una llanura de inundación natural del río Pilcomayo, que crece en el verano por las precipitaciones que se producen en la yunga boliviana, en marzo, el bañado empieza a recibir agua en abundancia y, a principio de junio, ya comienza la bajante. “Si no fuese por el bañado, no tendríamos nada, porque la pastura que hay es producto de la humedad. Sin embargo, el bañado para unos es bueno y para otros, no, porque, cuando viene mucha agua, hay que sacar todo, alquilar campos para el ganado. Y, cuando no viene agua, no hay pastura, hay mucho gasto en perforaciones; los animales se mueren de sed. Además, nosotros, por suerte, estamos sobre la orilla, porque, cuando vienen los picos altos, si no fuese por el anillo que nos rodea, Fortín La Soledad no existiría. En el 82 fuimos castigados por el bañado, porque el muro de contención era muy chiquito”. Actualmente, el muro es una pequeña montañita aplanada que permite la circunvalación del pueblo y tiene zonas bien delimitadas para el ingreso al bañado. Desde allí arriba se tiene un primer acercamiento al paisaje: palmeras caranday por doquier y los champales, una fantasmagórica conformación de enredaderas que han colonizado un árbol muerto. Este año, que fue de sequía, las palmeras mostraban las marcas típicas de la inundación, “en una semana se llena todo y en la parte más honda, el agua llega al metro y medio”.

 

Maravilla natural

        Quién mejor que la persona oriunda de un lugar para conocer cada recoveco, cada camino y guiar la observación de los visitantes! Ese conocimiento lo tiene, obviamente, Calila, que – apoyado por un programa del INTA – se está iniciando (dice él, humildemente) como guía de ecoturismo.

        “Estamos haciendo los senderos”, comentó, colocándose a la cabeza del grupo; y, así, en una caminata, que por lo interesante podría ser infinita, Calila se va deteniendo cuando avista un ave – algunas de plumas rosas; otras, blancas como la nieve; cuando encuentra huellitas o algún nido abandonado.

        En las zonas más altas del bañado se forman pequeños bosquecitos; también hay islas y un pozo que nunca se seca: “Es casi el corazón del bañado, allí está el 80% de los yacarés. Se puede caminar por los bordes y también navegar”. Mimetizados con el color del lugar, los yacarés se deslizan por el agua o toman sol en las orillas, compartiendo el espacio con patos, nutrias, carpinchos.

        Cuando hay suficiente agua, el bañado se recorre en botes; desplazarse lentamente en un mar de repollitos y camalotes, entre palmeras, alisos y champales para perseguir con la cámara fotográfica un elegante yabirú – el ave insignia del lugar – es uno de los disfrutes de todos los turistas. Cuando hay poca agua, Calila se anima igual y, entonces, arrastra el bote, que se queda atascado una y otra vez por la maraña de plantas acuáticas.

        Los bordes del bañado también invitan a las caminatas y, con suerte, se podrá observar otro tipo de fauna: guasuncho, oso hormiguero, oso mielero, tapir.

        Las extrañas conformaciones de champares ofrecen abrigo a cientos de aves, que acompañan al caminante con sus cantos o deleitan con sus vuelos; grandes variedades de zancudas caminan acompasadamente sobre las aguas; indescriptibles puestas de sol deslumbran al visitante, ávido por registrar cada una de las maravillas naturales.

        Orgulloso de su lugar en el mundo, en un alto del camino, Calila aseveró: “Acá tenemos un paraíso y no se conoce”.

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