Menos para vivir mejor

La mentira del crecimiento ilimitado es inocultable. En la última década, pensadores de distintas disciplinas están levantando las banderas del decrecimiento económico como una única posibilidad para mejorar la calidad de vida y preservar el planeta para las generaciones futuras. Las tradicionales propuestas económicas, que transforman al mundo en un mercado, sólo producen, como se ve en Europa, crisis.

 

Desde hace ya unos cuantos años, el término “decrecimiento” viene sonando fuerte desde la Europa en crisis. Serge Latouche, en Francia, como Carlos Taibo, en España, entre otros, desarrollan y divulgan esta corriente de pensamiento económico, político y social.

La idea del decrecimiento económico está concentrada en algunas sencillas frases: “menos es más”, “vivir mejor con menos”. Aunque esto pueda ser inquietante para algunos, cabe recordar que el crecimiento económico – o sea la acumulación de “bienes” – y el consumo constante – o sea, el despilfarro de recursos – nada tienen que ver con la tan ansiada felicidad.

 

Desarticular un modelo

La crítica al modelo de crecimiento económico ilimitado se basa en un hecho irrefutable: es imposible crecer infinitamente en un planeta de recursos finitos.

El crecimiento económico se traduce en agresiones medioambientales irreversibles, ya que provoca el agotamiento de recursos que no estarán a disposición de generaciones futuras. Además, y dado que este crecimiento es siempre para los países del norte, Carlos Taibo hace notar que “se vincula con la expoliación de la riqueza humana y material de los países ‘pobres’”. Abrumadora verdad ya historiada por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, cuya primera edición es de 1971.

Otro dato para reflexionar es que, para tener más dinero y consumir más, es necesario trabajar, cada vez, más horas. Esto genera un estilo de vida esclavo, que, según Taibo, se apoya y perpetúa en tres pilares: la publicidad (“conjunto de instrumentos que nos obligan a comprar lo que no necesitamos e, incluso, aquello que nos repugna”); el crédito (“permite obtener el dinero necesario para tener aquello que no necesitamos”); la caducidad (“los bienes son producidos para que dejen de servir en un período de tiempo breve con lo cual nos vemos en la obligación de adquirir otros nuevos”).

Para ir desarticulando el modelo consumista, los propulsores del decrecimiento proponen “reducir el tamaño de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte; comunitariamente, recuperar lo local, la autogestión y la democracia directa; en lo personal, la sobriedad y la sencillez”.

“Estos valores”, asegura Taibo, “están presentes en la historia de la especie humana. Se han manifestado en las prácticas del movimiento obrero de siempre; a través de la economía de cuidados configurada por la mujer y plasmada, ante todo, en el cuidado amoroso de ancianos y niños; en la propia institución familiar, donde no impera la lógica de la competencia feroz, sino las leyes del regalo y la gratuidad. También en muchas prácticas de pueblos que la sociedad capitalista se empeña en descalificar”.

De esos pueblos proviene Evo Morales, presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, que, el 24 de septiembre de 2008, dijo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “No es posible que tres familias tengan rentas superiores a la suma del PIB de los 48 países más pobres… Estados Unidos y Europa consumen, de media, 8.4 veces más que la media mundial. Es necesario que bajen su nivel de consumo y reconozcan que todos somos huéspedes de una misma tierra”. Caso contrario, la luna los hará arrepentir.

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