Sembrando el futuro

Huerta Comunitaria El Cordón. En medio de la ciudad de Montevideo, Inés Velazco inició un movimiento de huertas comunitarias. Vecinos, migrantes, visitantes, todos llegan con la necesidad y decisión de generar una forma diferente de relacionarse entre sí y con la tierra. Comer sano y cultivar los lazos comunitarios es la consigna del grupo que se va extendiendo por todo Montevideo. Dificultades y avances en un año de existencia.

 

Cortar un zapallo y encontrarse con semillas que producen, a su vez, más zapallos, ha comenzado a provocar, desde hace tiempo, interrogantes, angustias y decisiones.

Una de las tantas personas que pasan por esta inquietud es Inés Velazco, que comenzó, en su departamentito de Montevideo, a hacer compost y plantar tomates. “El balcón ya me estaba quedando chico, entonces recordé que un amigo tenía una casa desocupada”, contó Inés. La respuesta fue simple: “Cuando se venda la casa, te llevás tus tomates”.

Y allí fue Inés con sus plantines, a la casa del barrio El Cordón, un barrio que tiene el encanto de las casas antiguas, con puertas de doble hoja, balcones y el infaltable fondo donde los niños jugaban y las abuelas cultivaban sus plantas aromáticas. “Había mugre y pastos inmensos. Vinimos con una amiga, limpiamos toda la tarde y no se notaba nada. Entonces me dije que eso no era para uno solo”.

Volvió con un amigo huertero, pero la casa seguía quedando grande. “Publiqué en facebook una invitación para participar de una huerta urbana comunitaria. En una semana se sumaron 20 personas”.

“Los indios makiritare saben que si dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si dios sueña con la vida, nace y da nacimiento”. Así surgió la Huerta Comunitaria de El Cordón o Huerta Madre, porque, con ella, se inició el Movimiento de Huertas Comunitarias de Montevideo, en octubre de 2013.

El crecimiento – en todo sentido – fue vertiginoso: un mes después los contactó gente del Ministerio de Cultura interesados por la experiencia y, en agosto de este año, el Ministerio armó el Programa Plantar es Cultura, en apoyo a huertas comunitarias urbanas. En enero fueron declarados de interés cultural por la Intendencia de Montevideo; en un año hicieron más de 5 mil seguidores en Facebook.

“Las hormiguitas blancas y azules / con su carguita cruzan la tierra / cruzan los mares, cruzan los cielos / dejando atrás el temporal / la casa rota, el pie asesino / la vida herida por ese mal, / el temporal”.

 

Sorpresas múltiples

El entusiasmo se extendió a otros barrios: “Nos contactaron de Malvín Norte para iniciar una huerta allí. En Parque Rivera también nos ofrecieron un terreno”.

De las instituciones surgieron pedidos: “Nos llamaron de un hogar de ancianos, Piñeyro del Campo, que ya tiene una huerta, pero la encargada no da abasto. Fuimos y aprendimos pila con la señora Mari, vimos a los viejitos sintiéndose parte de su proceso de alimentación. Además, contaban historias de su vida, cantaban tangos, así descubrimos que lo mejor de esto es lo comunitario, la huerta es excusa para lo comunitario”.

Las sorpresas fueron múltiples: “Un día nos preguntaron por Facebook si estábamos interesados en 50 plantines de brócoli. Les dijimos que sí, que pasaran por nuestra huerta”. La respuesta conmovió: “No podemos, estamos privados de la libertad”.

Casi se estaba cumpliendo un sueño de Inés que venía pensando que sería muy bueno que los presos hicieran huertas porque es muy sanador. “Meter las manos en la tierra, el trabajo físico, se generan cosas, la tierra devuelve mucho porque tiene una grandeza!”.

Fueron a la cárcel. “Es un complejo espantoso, pero en el fondo está el oasis, la huerta que ellos trabajan con gran dedicación”.

De 1200 presos, sólo 10 se dedican a la huerta. Como ya no tienen más lugar para plantar, le entregan plantines a la Huerta El Cordón para que los lleven a escuelas, como manera de devolverle algo a la sociedad. “Cuando salgan, van a seguir haciendo huerta, están muy entusiasmados. Nosotros estamos muy contentos porque es una forma de incluir gente”.

Otra experiencia que surgió fue con personas en situación de calle: “Cerca de la Huerta hay un centro de pernocte; los coordinadores quieren enseñarles para que puedan plantar en los lugares que frecuentan. Van a tener que cuidar las plantas, eso les va a dar un sentido de responsabilidad personal y social, es una manera de inclusión”.

Emocionada, Inés exclamó: “Éste es un proceso vivo, no sabemos hasta dónde puede llegar, cada puerta que abrimos genera una nueva oportunidad y la experiencia se va extendiendo más”.

“…los sueños y los caminos / las hormiguitas no dejarán / los van cargando con la ilusión / de un circo en viaje hacia la función / si les preguntan dónde trabajan / contestan siempre “en la construcción”.

 

Volver a la tierra

A principios de octubre, dieron una charla en el marco del Festival Música de la Tierra: “Nos aplaudieron muchísimo. Después nos escribió una chica que nos escuchó y quedó entusiasmadísima. Tiene 12 años. Quiere hacer huerta en el complejo habitacional donde vive. Nos pide ayuda para convencer a los viejitos del lugar. Allí iremos”.

Inés enfatizó que le encanta que se incorporen niños, ya que, a causa del cambio climático, probablemente, en el futuro, plantar sea una necesidad. “Aspiramos a plantar árboles frutales en las calles para que haya alimento y todos aprendan a cuidarlos. Hay que plantar en los balcones, en los fondos, para alimentarnos independientemente de las grandes corporaciones, porque lo que comemos es un producto, no un alimento, está hecho por grandes compañías que le meten de todo para que crezca mucho y rápido, para que haya producción, como en una fábrica, y se ha perdido capacidad nutriente. Estamos comiendo cosas transgénicas de las que no se sabe muy bien – o sí se sabe – si hacen bien”.

También en Uruguay se plantan miles de hectáreas con soja y maíz transgénico que “agotan el suelo, lo desgastan y nos dejan con muy pocas variedades, por eso corremos serios riesgos”. Allá y aquí, las transnacionales intentan adueñarse de las semillas: “¿Desde cuándo las semillas son de alguien? Las semillas son de la vida”.

“Tenemos este pequeño planeta llamado Tierra que es nuestra casa común. Si destruimos nuestra casa, todo lo otro es ciencia ficción”. (Adolfo Pérez Esquivel).

Como ejemplo de que es posible construir una ciudad alimenticia, Inés mencionó a Todmorden, un pueblo de Inglaterra de 15 mil habitantes que “es un 80% autosustentable, porque hace años empezaron a plantar en las veredas, en el cementerio, en parques. Fue una idea que se generó en la casa de una mujer, charlando con amigas y la gente se fue involucrando y ahora se alimentan y recuperaron la relación comunitaria”.

La necesidad de retomar las raíces comunitarias surgió una y otra vez en la charla. “Ahora cada cual hace la suya, todo es muy competitivo y nos olvidamos de que a nuestro lado hay personas con historias, dones, talentos, que quizás están dormidos porque se perdieron los vínculos”. En cambio, en la Huerta El Cordón, en un ambiente relajado y favorecer del diálogo, debajo de un laurel gigante, se fue formando un grupo sólido. “Sin conocernos previamente, con edades distintas, de estratos sociales diferentes, todos tenemos el mismo amor y respeto por la Tierra. Eso potenció todas nuestras capacidades”.

No sólo se agrupan vecinos uruguayos debajo del laurel, también fueron llegando gran cantidad de extranjeros: franceses, nicaragüenses, alemanes, italianos, argentinos, canadienses. “Nuestra principal asesora es una rosarina. Sudamérica tiene mucha conciencia, creo que está a la vanguardia del cambio”, aseguró Inés.

“Se ve que lo tenemos en nuestro ADN, todos queremos volver a la tierra. Somos de una generación que perdió ese contacto; la prisa, ganar plata, eso nos desconectó de los ciclos naturales. Y esto es una excusa para volvernos a conectar con esos ritmos, hay que desarrollar la paciencia, la observación, el trabajo en equipo”.

Entre el trabajo y los mates van surgiendo problemas y también resoluciones: “La juntada de cabezas pensando en soluciones en común despierta mucha creatividad. Esto es muy entusiasmante. Estamos muy felices”. Y como en la huerta todo es colectivo, Inés puntualizó: “Esto es bueno para todos, si no, no vale. Se puede venir y participar y proponer, pero tiene que ser bueno para todos y, básico, para la tierra, porque si no, no es bueno”.

Energía, entusiasmo, disfrute, certezas, pero hay un tema que está pendiente: “La casa está a la venta. Pero nosotros tenemos un proyecto muy importante que vamos a presentar en muchos lugares. Queremos ser autónomos, pero necesitamos de algún filántropo para iniciarlo”. La idea es casi un laboratorio social que, partiendo de la huerta, generará muchas actividades autosustentables. “Estamos creando una nueva, o vieja, forma de vincularnos, volviendo a la tierra en la mitad de la ciudad”.

“Las hormiguitas carpintereando / albañileando, pintarrajeando / imaginando, desolvidando / enamorando y hasta cantando / van caminando y acumulando / verde energía, mucha esperanza / mucha esperanza”.

 

Inteligencia en armonía

Los vecinos más cercanos a la casa, al principio no se acercaron. “Ellos no entendían y nosotros no sabíamos cómo hacerlos participar. El día que pusimos un pizarrón afuera, se acercaron muchos y quedaron encantados!”. Ahora llevan los residuos húmedos para las lombrices y así reducen la basura de cada hogar.

Como Inés, muchos de los que llegan a la huerta están buscando alternativas. “Yo, un día dije basta! y busqué una forma de trabajo independiente”.

Ahora, vecinos y llegados de remotos confines, coinciden en que “si seguimos este ritmo, vamos al colapso, porque la tierra tiene un límite, es finita. No podemos seguir con el consumismo alocado, porque no hay tiempo de reciclar los desechos que producimos. El actual modelo productivo no es sustentable. El éxito agroindustrial es nefasto. El agua está absolutamente contaminada. La diversidad, tanto de fauna como flora, está en serio peligro. Estamos agradecidos al avance tecnológico, pero ahora tenemos que darle otra vuelta, hay que dejar de usar energía contaminante, hay que liberar en lugar de atesorar, energía libre para todo el mundo! Tenemos que poder disfrutar del confort sin que se nos vaya la vida en eso. Tenemos que dar un salto evolutivo, utilizar la inteligencia en armonía con la naturaleza”.

Unida a la mirada crítica sobre un sistema que, efectivamente, nos puede llevar al colapso, la afirmación optimista: “El éxito está sembrado. Nosotros estamos colaborando”.

“Las hormiguitas que yo les canto / son tan chiquitas que ni se ven. / Pero los sueños que van cargando / tienen la altura que tiene el bien / el bien de toda naturaleza / que en esta tierra pide un lugar”.

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