Ecos del Tigre Hotel

Una obra de teatro que recupera al mítico hotel desaparecido en la década del 40

Escrita por Damián Dreizik y dirigida por Vanesa Weinberg, la obra se repuso en el MAT, donde se dará todos los domingos de julio a las 20hs. En septiembre se representará en el Museo de la Reconquista y en octubre y noviembre en No Avestruz, espacio teatral de la Capital Federal.

 

A partir de algunos datos, de cosas que se dicen aquí y allá, algunas leyendas y mucha imaginación, Damián Dreizik escribió la obra de teatro Ecos del Tigre Hotel, que se reestrenó el domingo 6 de julio en el MAT.

Como surgidos de una máquina del tiempo, objetos y personajes van apareciendo a través de los cuerpos de 8 integrantes del grupo de formación y entrenamiento actoral de la escuela de Teatro “El Tigre”, dirigida por Vanesa Weinberg.

“La obra no cuenta una historia, es un paseo por un hotel y por una época”, dijo Romina Correa, la actriz que encarna a una severa – y casi cruel – jefa de mucamas y, finalmente, al río.

En este paseo por los testimonios de una época, la mirada del autor se detuvo en el esplendoroso mobiliario del salón principal; en personalidades de aquel entonces, como Rubén Darío, uno de los ilustres que visitó el lugar; en las peculiaridades del menú, en momentos en que, en Tigre, había muchos que no comían; y en historias contadas subterráneamente, como la existencia de un casino clandestino y los suicidios por él ocasionados.

Todos los integrantes del elenco coincidieron en que, al hablar con sus conocidos de la obra, surgió la confusión existente entre el Tigre Hotel y el Tigre Club: “Además de creer que eran una misma cosa, pareciera que no hay ganas de aclarar mucho. No sé si hay como una vergüenza colectiva, pero yo veo como una zona neblinosa”, sintetizó Vanesa.

 

La pericia de los actores

Con el marco señorial del Museo de Arte Tigre y una escenografía escasísima, va surgiendo “el mismísimo hotel, es la pericia del actor”, expresó la directora, con sus ojos brillando de satisfacción.

Entre el parpadeo de ojitos para los brillantísimos caireles y movimientos corporales para representar sofisticas comidas y bebidas, el trabajo de las actrices se luce más allá de los personajes que encarnan. La mucama gallega (Patricia Castro) es inolvidable; el aullido de Blanquita (Victoria Quintana) así como su desolada presencia perduran en nuestras emociones; la desesperación de la cordobesa (Yanina Valle) que ve su futuro malgastado por su marido, nos inquieta hasta las ganas de querer ahorcarlo; la jefa de mucamas (Romina Correa) nos alarma con sus enseñanzas, además de alterarnos en ese enredo-danza de una sábana que tememos que se nos caiga encima.

Algunos caballeros también nos sorprendieron: no sabíamos que Diego Díaz pudiera rugir tan bien; a Roberto Silva le queda cómodo el traje de chef amanerado y obsesivo como el de duelista implacable. A Rubén Darío lo imaginamos más apasionado y aguerrido, por eso Enrique Sakic nos convenció más como joven enamorado.

El espacio en que se realiza la obra es pequeño, “casi un living”, de ahí que el público esté muy cerquita. “Los niños se sientan adelante, algunos en el piso, y, cuando sale el tigre, ya se quedan enganchados. No pensamos en ningún momento en el público infantil, pero les gusta mucho”, es la percepción que tienen todos los actores. Para la directora, éste es un termómetro que indica que van por el buen camino.

Risas, gestos de sorpresa y silencio final ante unos cuerpos que se mueven acompasadamente, como el agua del río, acompañando la hermosa poesía de Juan L. Ortíz que cobra vida en Romina Correa.

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