En el Caraguatá los vecinos dicen “presente”

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Asumir la vida con esperanza y acciones concretas

Después de 30 años de abandono, una escuela fue recuperada para desarrollar un polo cultural. Niños y adolescentes concurren de lunes a viernes, mantienen una huerta, aprenden música y comparten fechas patrias en comunidad.

 

Cuando uno se interna en el Delta, alejándose del río Luján, el ambiente es cada vez más apacible y selvático. Estos parajes son buscados por visitantes de fin de semana que huyen del ritmo acelerado de la ciudad, pero, para los habitantes permanentes, la tranquilidad se transforma en monotonía. Así lo entendieron un grupo de vecinos del Caraguatá que hace 4 años recuperaron una escuela abandonada desde 1974. “Un chico en la ciudad puede aprender muchas cosas porque toma un colectivo y está en un centro cultural o en un cine; acá, en la isla, no hay opciones, ni para los chicos ni para los adultos. Un montón de cosas que pasan, es porque no hay actividades que los saquen del tedio del trabajo y la vida de familia. Aquí no hay nada, ni siquiera hamacas, por eso cuando las nenas van a la ciudad, se desesperan por hamacarse”, comenta Jorge Donadio, secretario del Centro Cultural Comunitario Caraguatá.

De lunes a sábado, un grupo de 35 chicos concurre al lugar, “la gran mayoría viene desde el primer día, ya sienten este lugar como propio. Tenemos una huerta y nuestros chicos se alimentan con esas verduras, están incorporando vitaminas, están más fuertes, se enferman menos. Además, casi todos son los mejores de sus grados, se destacan”, dice con satisfacción Jorge.

Una actividad que ha sido muy importante para los niños es la música: “Estos chicos terminan con sus manos agarrotadas por la actividad que hacen, porque todos ayudan a sus padres como algo muy natural. Entonces, poder mover los dedos y sacar sonidos agradables de un instrumento, les permite revalorizarse, los está cambiando”.

Como el centro cultural también tiene una biblioteca, “los mayorcitos están fichando libros y una nena quiere ser bibliotecaria, es la primera que se pone a fichar. Además, como van leyendo títulos, les da curiosidad y se van enterando de cosas nuevas”. Justamente este es uno de los objetivos, abrir ventanas hacia nuevas posibilidades, porque “la escuela pública está muy retrasada y si la realidad es dura, para estos chicos que viven en las márgenes de la sociedad, es durísima. Ellos creen que existe un solo mundo y que no pueden salir de allí”.

Para cambiar esta realidad, los integrantes del centro cultural buscan “desarrollar un polo cultural en un lugar que estuvo 30 años abandonado. Somos los responsables de dar curso a lo que se abandonó y mirar con ojos esperanzados, porque tenemos brazos y fuerzas que nos sobran. Los que tenemos estudios debemos abrir perspectivas, sacarlos a estos chicos de la creencia de que el destino está prefigurado. Ellos tienen derechos”, señala Jorge, que es abogado y además un militante de la vida.

En un arroyo “donde la draga hace mil que no pasa y la navegación se hace dificultosa, al punto de que la lancha colectivo no pasa si el río está bajo”, este grupo de compatriotas se ha propuesto recuperar el festejo de las fechas patrias: “Como lo hacían antiguamente, vamos a convocar a las familias, porque todos necesitamos distracción. Empezamos el 9 de Julio, vamos a reinaugurar el mástil. En el taller de teatro están preparando algo para ese día. Después vamos a compartir la comida”.

Aunque están alejados de tierra, muchas personas, incluso empresas, colaboran con ellos, “nunca olvidaremos a la Asociación Italiana de Tigre, fueron los primeros en enviarnos una donación. También Líneas Delta colabora mucho con nosotros; Ford nos regaló una televisión grande, la Municipalidad nos da leche en polvo y con un subsidio de la provincia pudimos mejorar muchísimo el lugar, porque queremos que sea lindo”.

Cada vez que pueden, van de paseo a la capital pues muchos “no salen nunca de la isla” y ahora, según Jorge, lo más importante que están haciendo es llevarlos al dentista “al centro de salud del Carapachay, uno por uno hasta que las bocas queden perfectas”.

Jorge conoció, cuando era adolescente, esa escuela abandonada por el Estado; de adulto fue a vivir a otra provincia y cuando volvió a Buenos Aires quiso ir al Caraguatá para ver qué pasaba. Finalmente se quedó a vivir en el arroyo y junto con otros vecinos empezó a acunar el sueño de recuperar la escuela; ahora dice con sencillez: “Todos tenemos un aspecto comunitario, si lo desarrollamos, también a nosotros nos va mucho mejor como personas”. Quien quiera oír, que oiga.

Delia Domínguez y Nilda Sicheti están unidas a la escuela del Caraguatá – que llevó como nombre Sarmiento – desde hace más de 50 años. Fueron alumnas, colaboradoras siendo ya adultas y ahora conforman la comisión directiva del Centro Cultural, Delia como presidenta y Nilda como vice.

Nilda inició el primario en 1946, con la maestra Elena Rodríguez, que además de tener todos los grados a su cargo, era la directora; cuando ella terminó de cursar, empezó Delia que fue allí hasta 4° grado porque “en este colegio no había más, para hacer hasta 6° había que ir al Carapachay”. Y justamente en este arroyo vivía Delia, por aquel entonces: “Antes había un camino que unía los dos arroyos, un dique sobreelevado. Yo venía caminando casi 14 cuadras, no estaba abandonado como ahora. Éramos como 14 los que veníamos desde allá, corríamos, nos tirábamos por el dique, esas cosas no se olvidan más”.

Una de las cosas que más recuerdan son las fiestas patrias, “venían todos los vecinos, algunos de otros ríos. A veces también se hacían bailes y asados para recaudar fondos para la escuela”.

Los padres de Delia fueron inmigrantes españoles que “empezaron a trabajar como jornaleros en las quintas”; su padre, además, fue “encargado de  tambo de una quinta que se llamaba Ida Ome, que al principio fue la cervecería Bember. Después una parte la compró Hugo del Carril”.

Por otro lado, los padres de Nilda tenían una quinta de frutales, por lo cual recuerda que el colapso se produjo cuando ya no pudieron vender más en el puerto de frutos, porque la mercadería llegaba de otros lados, con fletes más económicos, entonces “la gente empezó a buscar otros medios de vida”.

Aunque aquel universo de la niñez se diluyó, las penetrantes agujas del frío todavía se recuerdan: “Yo venía caminando 15 cuadras desde mi casa. Los días de frío, el pasto estaba mojado y llegaba a la escuela con los pies empapados. Ese frío no me lo voy a olvidar. Mi mamá me ponía en una bolsita un par de zapatos secos con medias secas. Me acuerdo del frío de los pies; después lo demás era todo lindo. Era tan distinto!”, exclamó Nilda y la nostalgia quedó suspendida en sus miradas.

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