Rincón de Milberg
Desde hace dos años reclaman normas de sociabilidad. Se consideran los olvidados de la calle Juan de Garay. Viven entre el barro, máquinas en desuso y una inquietud permanente.
Desde hace algún tiempo, en Rincón de Milberg se vienen mejorando arterias muy transitadas: Av. Santa María, la ruta 27. Sin duda, esto facilita la vida de los vecinos. Pero si uno abandona esas calles céntricas y se adentra, por ejemplo, por la calle Cebey, hacia el Canal Guazú Nambí, se encontrará con un contraste notable.
Cebey está asfaltada desde ruta 27 hasta Del Carmen, o sea, una cuadra. Luego, un poco de mejorado y después sólo tierra. Esta situación empeora cuando se toma por Juan de Garay hacia Paiva, calle que en realidad no existe porque el Municipio no procedió a su apertura.
Allí el paisaje es bastante desconcertante: sobre una mano, una fábrica; sobre la otra: enormes máquinas en desuso, detrás de ellas, casas, medianeras derruidas, bloques de hormigón armado desperdigados sobre un terreno, un colectivo abandonado, matorrales. No existen veredas, la calle es un gran barrial; el espacio público parece una playa de maniobras.
En este escenario refractario a la vida humana, vive gente. Estos vecinos de Rincón habitan el lugar hace 4 años y cuando llegaron “esto era un pantano, nosotros rellenamos a pico y pala”, contó Marcelo Herrera, quien, junto a su vecina Ana Halupa, viene reclamando al Municipio – desde hace dos años – que le ponga límites a Norberto Moschen, dueño de la fábrica Estacada, ya que “sus camiones se cruzan delante del portón y no se puede salir, hace lo que quiere, ocupa toda la calle, el ruido del obrador lo tenemos clavado en los oídos desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde”, agregó Ana.
Desde inicios del 2008 en que hicieron la primera denuncia, todos los vecinos que rodean la fábrica están esperando que el Municipio intervenga para solucionar el problema, pero “nosotros estamos olvidados, con la Delegación no podemos contar, nos dicen que no tenemos derechos porque no pagamos ABL”, explicó Marcelo que además señaló: “queremos dejar en claro que no tenemos nada personal con Moschen, no queremos perjudicarlo en lo económico ni en lo laboral, yo lo que quiero es mantener mi salida a la calle, que la vereda esté libre, que no ocupe con sus máquinas la calle pública, como él es dueño de entrar a su casa como corresponde, nosotros también queremos entrar a nuestras casas tranquilos”.
La familia Herrera edificó su casa en el fondo de su lote y un día encontraron el frente ocupado por 3 grúas que allí continúan obstruyendo la salida, juntando suciedad y alimañas; asimismo, “con la retroexcavadora hicieron tanto lío que aflojaron todos los postes y el día de la tormenta grande se vino todo abajo, él mismo se perjudicó porque se quedó sin luz, hubiera podido pasar cualquier cosa”, dijo Marcelo, que se pregunta qué está esperando la Municipalidad para actuar.
Por su parte, Ana contó que “el 13 de noviembre vinieron (personal municipal), clausuraron la fábrica, la gente se quedó sin trabajo un par de días porque ahora siguen trabajando aunque el obrador no está abierto, pero nosotros no pretendíamos eso. Nosotros queremos que saquen las máquinas, que nos dejen el pasillo libre, que limpien porque esto es un foco infeccioso”.
Dada la escasa transitabilidad de la calle Garay – causada por el exceso de camiones y maquinarias -, los vecinos no reciben el correo, ni las ambulancias ni el camión recolector de residuos ingresan al lugar, por esto “tenemos que quemar la basura, pero algunos se quejan por el humo, a veces corremos al camión de la basura, no sabemos qué hacer”, resumió Marcelo; desde luego, cuando llueve, es muy difícil salir y los chicos se quedan sin escuela. A esto se suma que esa calle no tiene luz “aunque pagamos Edenor y en la boleta se incluye el alumbrado de calle, pero en realidad no existe”, aclaró Ana.
“Estábamos haciendo nuestras casas y ahora estamos paralizados, nos desanimamos, no podemos mejorar nuestras vidas con esta situación de amenaza constante”, manifestó la señora Halupa, agregando que “el dueño de la fábrica se presenta, saca fotos, se ríe, nos dice que nos queda poco”, es decir una actitud intimidante que recibe como única respuesta, por parte de los vecinos, la búsqueda de justicia. Pero de la mano de los funcionarios locales, la justicia viene lenta y respuestas como “no tienen derecho porque no pagan ABL” nos huelen a políticas neoliberales que convierten al ciudadano en un frágil consumidor, al estilo de las transnacionales: “primero pague y después exija”. Frente a la ausencia de normas de conducta, el Estado debe mediar y presentarse como un contralor para que todos cumplan con la parte que les corresponde.
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