Un proyecto cultural unido a la gastronomía

Cantina La Salamanca. En el pequeño pueblo de Cerro Colorado, Córdoba, se encuentra la cantina La Salamanca, un espacio para disfrutar comida típica, conocer lugareños y guitarrear. Biblioteca, fototeca y buena conversación son parte de la propuesta. Junto a la cantina se puede visitar una casa-pozo, típica vivienda de los comechingones, pueblo que habitó la zona antes de la llegada del invasor español. Es famoso el locro que prepara Matías para el mes de agosto. Para informarse, Facebook Casa Pozo Cerro Colorado.

 

Si la salamanca convoca para artes brujeriles, está por verse. Lo que sí sabemos, es que la cantina La Salamanca, en Cerro Colorado, Córdoba, propicia el intercambio, el canto, la amistad.

Allí donde vivieron los comechingones y sanavirones, hoy se levanta un pequeño pueblo serpenteado por las aguas cristalinas del río Tártagos. Cerros de 800 metros de altura, rojizos, conservan mensajes de las antiguas culturas que aún no han sido descifrados; chañar, algarrobo, espinillo, mistol, tala conforman un monte que ofrece su reparo al caminante.

A ese pueblo de callecitas sin semáforo, sin asfalto, con lugareños siempre dispuestos al amable saludo, llegaron hace 6 años Mariela y Matías para instalar un proyecto cultural, donde enraízan la gastronomía y la recuperación de la historia local.

 

Mucho más que comer

“Con mi marido, que es cocinero, siempre tuvimos la idea de poner una cantina temática, ligada a lo criollo y a las costumbres y tradiciones del norte de Córdoba”, cuenta Mariela con su tono cordobés.

Donde era un baldío, levantaron la cantina, con techo de caña y piso de tierra. Adentro, mesitas, una biblioteca, fotos y muchos objetos. Afuera, árboles, un alero y una gran mesa de timbó.

“La biblioteca es temática, aborígenes de América, plantas medicinales, historia del norte de Córdoba. Estamos convencidos de que la cultura es lo único que puede sacarnos adelante como sociedad”, asegura Mariela.

La fototeca se va armando lentamente, con aportes de toda la comunidad. “A la gente le gustó ver a su familia ahí. Don Reina registró a las personas más sencillas, en su vida cotidiana; ahora, la gente llega y descubre a sus abuelos, se van armando las historias y van aportando fotos y datos”.

Por la década del 60, Augusto Reina – empleado del Banco Provincia de Córdoba – tomó fotos aéreas de los habitantes de la zona, realizando actividades de su vida cotidiana: esquilando, hilando, guitarreando.

Mientras van llegando las empanadas, es imposible resistirse al llamado de los objetos: latas de galletitas, planchas, radio a transistores, mecheros. Muchos de los adornos han sido del bisabuelo de Mariela. “Antes, cada casa tenía su herrería, todo se hacía manualmente”.

Uno de los árboles típicos es el algarrobo, por eso en enero se hace el Festival de la Algarrobeada. “Este año hubo mucha algarroba, el alimento básico de los comechingones. Ellos hacían el patay, aloja, pan”. Quien quiera saber más, tendrá que darse una vuelta el año próximo.

 

Casa-pozo

Todos los años, contingentes de estudiantes llegan a Cerro Colorado para aprender in situ el pasado prehispánico. “Los chicos preguntan cómo fue que desaparecieron todos. Desaparecieron por las pestes, por la esclavitud”, explica Mariela. Sin dudas han quedado descendientes porque es imposible acabar con una cultura y el arrope de chañar o la cestería en palma, presentes en la vida cotidiana del norte de Córdoba, es la demostración de la continuidad indígena.

Para conocer la forma constructiva desarrollada por los comechingones, al lado de la cantina construyeron una casa-pozo. “Los españoles no distinguían dónde había una aldea porque eran un montón de casas-pozo que se compenetraban con el paisaje”.

Para hacer la casa-pozo hubo mucho estudio y también mucho esfuerzo en la búsqueda de los materiales. “Nos llevó más de un año hacer el acopio. Ahora es un problema recoger la paja porque la mayoría de los campos son propiedad privada, entonces hay que pedir permiso. Finalmente nos dejaron entrar en un campo y sacamos toda la paja”. Sobre el techo de paja nacieron plantas, o sea que se armó un techo vivo.

Los palos que sostienen la estructura llegaron de 100 kilómetros de distancia. “Haciendo una recorrida (Mariela es trabajadora social), vi una casa abandonada. Volví y le dije a Matías ‘encontré los horcones para la casa-pozo’. Fuimos, gestionamos y nos dieron permiso para retirarlos. También trajimos material de un rancho de mi abuelo, porque antes todo el mundo tenía construcciones de madera y adobe, que después se fueron reemplazando por ladrillos”.

Actualmente ya no hay ranchos de adobe en el campo porque ya no hay gente en el campo. “Ahora, la especie en extinción es el pequeño campesino”, dice, con un poco de tristeza, la entrevistada.

Mariela y Matías también se fueron, siendo más jóvenes, pensando que el futuro estaba en otro lado. “Lamentablemente, la gente piensa que acá no hay nada, que hay que irse. Pero hay un montón de cosas, lo que sucede, es que hay que valorarlas”.

El año que iniciaron la construcción de casa-pozo fue muy seco, “así que era imposible cavar, cuando llovía un poquito, Matías se ponía a cavar enseguida”.

La casa tiene aproximadamente un metro y medio de profundidad. En su interior se pueden apreciar utensilios típicos de los comechingones; además, se vivencia lo propio de esta construcción: la frescura en un día de mucho calor.

 

Festejos todos los meses

Una mesa de 6 metros espera a las familias numerosas o a comensales dispuestos a compartir el espacio y la conversación. “Yo no hubiera talado un árbol para esto, pero… ya estaba”, comenta la dueña de casa que, además, aclara que no talaron ninguno de los árboles que había en el terreno cuando iniciaron la construcción de la cantina.

Conocido por sus comidas ricas y abundantes, Matías convida unas exquisitas aceitunas que algunos acompañan con cerveza artesanal y otros, con tradicional vino tinto. Mientras, debajo de los frondosos árboles se va armando la guitarreada.

El microclima permite que todo el año haya turismo, por eso todos los meses hay una actividad especial. Ya es famoso, a principio de febrero, el Encuentro de Pintores de Cerro Colorado, fue declarado de interés legislativo.

En agosto, a la celebración de la Pachamama, se suma un día de locro, que terminan siendo tres. En noviembre, es imposible perderse la Cabalgata Yupanquiana.

Para el 2019, están organizando un encuentro de historiadores del Camino Real del Norte de Córdoba; la sede será en Tulumba, pero, dado que se realizarán muchas actividades paralelas, habrá posibilidad para degustar una de las ricas pizzas de Matías y, con suerte, un budín de pan con harina de algarroba que, según dicen los lugareños, es el mejor de toda Córdoba; lástima que no lo pudimos comprobar.

Cantina La Salamanca está muy cerca de uno de los aleros que se visitan por sus pictogramas, por eso conocer casa-pozo y sentarse en el patio de La Salamanca es lo que hacen todos los viajeros.

 

Foto: Mariela sentada junto a la mesa de timbo

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