El hijo del crack

Cuando el esfuerzo cuesta la vida. La última película que filman juntos Leopoldo Torres Ríos y su hijo Leopoldo Torres Nilsson. Protagonizada por Oscar Robito y Armando Bó. Se puede ver en cine.ar play

En diciembre de 1953 la dupla de directores cinematográficos Leopoldo Torres Ríos – Leopoldo Torres Nilsson estrenaron la última película que dirigieron juntos.

Casualmente se trata de un film que narra la admiración de un niño por su padre, un jugador de fútbol, en decadencia. Protagonizada por Oscar Robito (Marito) y Armando Bó (Héctor/Balazo), el actor que tiene cuerpo de deportista y rostro de padre abnegado, El hijo del crack fue estrenada el 15 de diciembre en el cine Normandie.

La película comienza por el final: un minuto de silencio por el gran jugador Balazo. Su hijo, entre los espectadores, se para y se saca el gorro que identifica su colegio. Marito, compungido, mira hacia abajo, pero, en sintonía con la voz en off, levantará su cabeza y recordará su corta historia junto a su padre.

En la cancha se juega la masculinidad y Marito, que aprendió de su padre que los hombres no lloran, empujó a Balazo a ese lugar donde demostró que es el mejor de todos.

Los hinchas también exigen y cuando los partidos se pierden, deciden vengarse: en la escena de la golpiza, la cámara se mueve con primeros planos, rápidos como los golpes, que se presienten brutales por el sonido de los puñetazos.

Cuando Balazo, recostado en su camastro, intenta recuperarse de la paliza, surgen los dos temas de trasfondo: su problema de salud y la existencia de una madre rica que podría mejorar la vida de su hijo.

La distancia que existe entre la familia burguesa y la dupla padre-hijo, que representan al pueblo, está dada, por un lado, por el manejo de la cámara –siempre distante para los burgueses, en tanto los primeros planos son para Marito y Héctor- y por el otro, por el habla, con un registro culto (suena impostado) para los ricachones y un registro popular para el resto de los personajes.

Como el “veneno del fútbol” está metido en el ADN de Marito, aún en su nueva vida, seguirá atado al recuerdo del fútbol y por consiguiente a su padre. Éste, con el mismo sentimiento que el hijo, seguirá con su mirada entristecida la figura de un hombre con su pequeño hijo en brazos.

Marito se escapa del colegio, adviene, entonces, una escena en una estación de tren, ajena a la historia general, escena que preanuncia el tipo de cine que desarrollará Torres Nilsson.

Balazo hará el último esfuerzo para seguir siendo el ídolo de Marito. La pasión que despierta el fútbol se impondrá, incluso, en el remilgado abuelo del niño que no podrá contenerse y gritará, junto a todos los hinchas, los goles del crack, que cayó en la cancha, con una mueca de dolor, pero jamás lloró.

Por Mónica Carinchi

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