Escuchar y escribir

El arte y los oficios se aúnan en La Musaranga. La compañía nació en San Fernando. Trabajan en barrios humildes, presentan sus espectáculos en plazas, teatros, colegios. Los libros son una parte importante de su producción cultural; todos los autores están relacionados de alguna manera con la compañía. Realizan un trabajo artesanal que se destaca por su contenido y también por su presentación.

        Probablemente en el primer momento en que un ser humano enseñó un hacer a otro ser humano, con la expectativa no sólo de que lo asimilara, sino también de que lo transmitiera, se inició el largo camino del aprendiz. Pero, para no remontarnos a etapas ignotas, nos quedamos con la declaración del Día del Aprendiz en nuestro país en 1944, el 3 de junio, ya que ésta es la fecha que la Compañía Nacional de Autómatas La Musaranga festeja su aniversario.

        “Nosotros hacemos desde la visión de los oficios, esto marca el pensamiento, las palabras, lo discursivo”, señaló Pedro Hasperué, uno de los fundadores de la Compañía.

        “Todo lo concebimos dentro de las artes y los oficios, esto es la zaranda por donde pasa todo. Entonces, si hacemos libros, tenemos que saber encuadernar”. Y esto es así, ya que dentro de la diversificada propuesta cultural que es La Musaranga, se encuentra una editorial, artesanal, casera, singular.

        Después de muchos años de andar musarangueando, Pedro nos compartió una reflexión: “Ahora nos damos cuenta de todo lo que tiene que ver con nuestra formación en la escuela técnica. Por ejemplo, pintando la kermes mecánica, la miré y pensé en todo lo que estaba ahí encerrado y en su momento no me di cuenta, porque, cuando la hice, no pensé en las poleas, en los tornos de mi escuela secundaria. Pero como uno lo tiene incorporado, no se da cuenta cuando lo hace. Después, con el tiempo, uno lo mira y lo ve. Sin ese marco, haríamos otras cosas”.

        A este conocimiento de oficios, se suman compañeros con conocimientos artísticos y de esta manera surgen, por ejemplo, libros, que además de su contenido literario, son un bello objeto.

        Obviamente, la editorial exigió aprender encuadernación: “El encuadernador que nos enseñó es un veterano amigo de mi viejo. Empezó con nosotros y no nos quería cobrar, entonces le hicimos arreglos en su casa”. Después de años, ahora son ellos lo que pueden enseñar. Pero, ojo! no hacen un taller de 18 a 20, eso no les sale, “lo que nos gusta, es compartir el trabajo”, aclaró Pedro.

        La edición de libros se inició en 1996 con la colección Titer, extraño nombre que es la impronta de un niño.

        “Fue Cachalito, uno de los integrantes iniciales del elenco infantil de títeres de San Roque. La ventana de su pieza daba a un pasillo contra un paredón. Lo recuerdo: tenía una camiseta de River blanca, una cara negra, un tono de voz rasposo, hermoso. Cuando yo pasaba por el pasillo, él se asomaba y me decía ‘Pedro, ¿hoy vamos a hacer titer?’. Para él todo era titer: pintar una remera, hacer dibujos o títeres. Me daba tanta gracia que me dijera eso, que quedó”. Ojalá Cachalito se entere de que prendió en el corazón de Pedro Hasperué.

        “Es en la raíz del roble/ que se enraíza en lo profundo/ donde silenciosamente/ las hadas tienen su mundo”.

No perder nunca la alegría

        Titer surge de un dispositivo muy peculiar: una máquina de escribir – manual – en medio de un parque, un escribiente de La Musaranga y un interesado en contar que, simplemente, se acerca por curiosidad.

        “Le explicamos a la gente que juntamos historias y, a cambio, le damos una Titer. Así se establece un vínculo, que, seguramente, no perdurará en el tiempo, pero queda el registro de la palabra dicha”, contó Alejandro Cantarella, otro histórico del grupo.

        “Ejercite la oreja, más no confunda con serlo. Escuchar es toda una acción. Silenciosa y pasiva en apariencia. El escuchador atiende las palabras de otro. Es pura antena. Hay voluntad de meterse en el otro. Se sale de su importancia. Valora y estima y hace hermano y compañero al prójimo”.

        Titer reúne historias de niños y también de adultos. Con el tiempo, el escribiente fue encausando las historias, en busca de lo más auténtico de cada narrante. “A los chicos les decimos que no valen ni princesas, ni ogros, ni castillos. Estos términos están alejados de nuestra vida. Pedimos algo de esa persona de verdad, que esté dentro suyo”. Cuando se llega al momento de la edición definitiva, se hacen retoques que no atentan contra el corazón de la historia: “No mejoramos lo que nos cuentan en el sentido de hacerla más linda, es para que se entienda. Y tratamos de respetar la oralidad, que es hermosa”.

        Entre los tantos que han contado sus vivencias, Alejandro recordó a “un señor que estuvo apoyado sobre un tronco como una hora, mirándonos”; finalmente, el hombre se decidió, se arrimó y empezó a contar que, en su provincia, hacía ladrillos y tanto se entusiasmó que le pidió a Alejandro que no escribiera, que sólo lo escuchara. “La gente tiene necesidad de contar. En las historias aparece de todo, algunas cosas trágicas. A veces tenemos que decidir qué poner, por cuidado y hasta por pudor”.

        La tapa de Titer está ilustrada por un grabado de algún integrante de la Compañía y su interior, por dibujos de niños. Su encuadernación es manual, como la de esos libritos que algunas maestras preparaban, en la década del 60, para sus alumnos de 1° grado. Será por eso que los envuelve un halo de nostalgia.

        Las otras colecciones que componen la editorial son: El Caballito Pinto (libros infantiles); La Sardichela (para mayorcitos); Ubovar (novelas, cuentos, teatro, poesías, reportajes y otras yerbas).

        El contenido de los libros es de lo más variopinto, según ellos, “un intento modesto por querer expresar un tipo de literatura”. El intento avanza, podríamos decir, expresando ciertas preocupaciones. “La música y el baile, en el período que va de 1940 hasta mediados de 1960, acompañó un fenómeno en el que participó una gran parte de la sociedad, precisamente la que estaba invisibilizada socialmente… a través de su inserción como protagonista logró una vez más que renaciera la esperanza, el sentimiento de dignidad y de que el futuro fuera mejor que el pasado… después, el viento de la historia hizo lo necesario para que la esperanza fuera un objetivo. Entonces supimos que para alcanzarlo hay que conservar la memoria, no olvidarse de nada, ni de nuestros orígenes, ni de nuestras tragedias y luchas para avanzar en nuestra humanidad y, sobre todo, no perder, nunca, la alegría”.

Deja una respuesta