Jardines de bajo mantenimiento

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Permacultura, biodinámica y plantas nativas. Desde muy pequeña, Paula Moure estuvo rodeada de plantas. Hace 7 años se decidió a instalar un vivero de nativas y plantas africanas en la isla. Diseña jardines silvestres y busca, especialmente, que sean autosustentables.

 

Hace ya unas cuantas décadas, un agricultor japonés desarrolló un método de cultivo basado en la no intervención de la tierra: ni agroquímicos, ni labranza, ni desbrozamiento. El sistema se asienta en el respeto por los ciclos naturales y la realización de sencillas tareas, por lo tanto se reduce el tiempo de trabajo y, así, se disfruta verdaderamente del jardín.

Ese es el concepto que aplica Paula Moure cada vez que diseña un espacio verde: “Trato de poner plantas que no necesiten atenciones especiales, por eso utilizo nativas que aceptan las condiciones de la zona. Nunca, jamás uso agroquímicos. En un jardín con nativas se produce un equilibrio natural, aparecen pájaros, mariposas”.

Permacultura y biodinámica son los ejes de su trabajo, al que suma formación en agronomía, pedagogía Waldorf, artes plásticas y diseño.

Esta joven eligió la isla para desarrollar un emprendimiento que excede lo económico: “Esta es mi vida, más que mi trabajo”.

 

Observando la naturaleza

Además de tener un vivero de nativas, Paula también produce plantas africanas: “En Buenos Aires andan muy bien las que son originarias de la misma latitud. En la isla hay muchas africanas, por ejemplo caña de ámbar. Algunas no son muy comunes, pero siempre está la persona que da el gajito, entonces lo planto, lo veo crecer, veo qué pájaros o mariposas atrae”. Y justamente observar plantas es una de las actividades que más disfruta y que comparte con su familia que es “muy jardinera”.

También observa los movimientos de los astros: “En biodinámica se trabaja con un calendario solar/lunar. Determinados días son buenos para podar, otros para sembrar ciertas plantas. Por ejemplo, si a uno le interesa la menta para hacer té, hay que potenciar su aceite esencial, entonces se cultiva en un determinado día”.

Otra cosa a la que está atenta “es a la realidad del lugar, la luz, el suelo, porque poniendo las plantas que se adaptan a esa situación, todo funciona bien”. Y surgió el ejemplo: “En mi vivero no hay plagas, no mato ni una hormiga, hay de todo conviviendo armónicamente. Esto es lo que me interesa que suceda en los jardines”.

 

Las plantas de las abuelas

Si bien la costumbre de usar pasto para cubrir el suelo está muy generalizada, Paula prefiere utilizar otros recursos: “El pasto es un alto consumidor de nutrientes; para que esté espectacular requiere mucha fertilización, entonces la gente tiene que estar ocupándose de él todo el tiempo. Por eso, si tengo que empezar un jardín de cero, no pongo pasto”. Aparecen, así, otros cubresuelos: viruta, hojarasca del otoño, paja, piedritas.

“Uso viruta de madera dura, que es muy económica y no tiene químicos. Se pone una capa gruesa, por lo cual no se pierde humedad”, muy recomendable para los largos períodos de sequía que suele haber en Buenos Aires. Además, la viruta impide que “crezca la maleza, esas plantas que son muy yuyos, que, con el suelo cubierto, son más fáciles de extraer”. Sin embargo, aclaró: “Actualmente, a esas plantas que fueron consideradas yuyos, estamos aprendiendo a usarlas como ornamentales”. Y fue señalando matas de diclípteras, que “atraen colibríes”; trifúrseas; sangre de toro, “cero mantenimiento”; lantanas, “consideradas plantas de viejas y ahora revalorizadas”; sen del campo, que “atrae al celestino”.

Mientas explicaba que “la gente disfruta mucho de las salvias porque tienen una floración muy larga y siempre están llenas de colibríes”, una y otra vez, esos pajaritos aparecieron, llenando la tarde de destellos multicolores.

“Ya todos sabemos que los agroquímicos son perjudiciales, por eso, cada vez más, la gente se acerca a la biodinámica, a la permacultura. La gente no quiere fumigar”.

 

Reserva de nativas

Algunos citadinos, los fines de semana, se sumergen en la contemplación de la biodiversidad isleña. Son sensibles y quieren compartir ese paisaje, además de preservarlo. Así es Enrique, un hombre a quien Paula quiere agradecer porque la ayudó “un montón, sin él nada hubiera sido posible”.

En su isla, Enrique hizo una reserva de plantas nativas y allí estuvieron las manos de Paula. “En general, el fondo de las islas lo tenemos bastante desaprovechado porque es bajo. En este caso, lo que hicimos fue levantar una pasarela para caminar – incluso cuando el agua sube -, tiene lugares para meterse y termina en una plataforma donde se puede comer. Intervenimos limpiando, incorporando árboles nativos. Trabajamos con un método desarrollado por Fukuoka, revoleamos bolitas de arcilla con muchas semillas de nativas”. Es decir que se hizo presente aquel agricultor japonés, autor de La Senda Natural del Cultivo.

“Hubo que desmontar un lugar que era lirio y ligustrina; se hizo en forma paulatina para no destruir la fauna. A medida que íbamos limpiando e incorporando nativas, después de un tiempo, empezaron a germinar solas. Por eso, si bien en el Delta hay mucha exótica, mi sensación es que las nativas tienen semillas muy fieles y, cuando uno les hace un poco de lugar, emergen nuevamente”. De esta experiencia, su conclusión fue taxativa: “No hay que comprar nativas, están en el Delta”.

 

Un taller de investigación y acción

Los saberes que Paula viene desarrollando desde muy joven, “desde los 17 años trabajo en viveros”, le han permitido armar un taller que surgió, casi, sin buscarlo: “Fue idea de algunas personas que venían habitualmente a comprar. Como nos poníamos a charlar cada vez más y más, al final me pidieron que hiciera un taller”.

Además de aprender a realizar el propio jardín, desde reproducir una planta hasta el diseño, también es un espacio de investigación “muy naturalista, porque nos pasamos observando lo que sale espontáneamente”. En cada encuentro se aprende a reconocer plantas nativas y el universo que las acompaña: pájaros, mariposas, insectos. En ocasiones, surge una poesía o el dibujo de una flor, ya que todo lo que pueda enriquecer el mundo de la botánica tiene allí su lugar.

Con la calma de las espigas mecidas por el viento, Paula comentó: “Desde que encaré este proyecto, nunca más tuve un bajón. Siempre lo digo porque veo tanta gente con depresión o ataque de pánico que me doy cuenta de que es fundamental dedicarse a lo que a uno le gusta”. Y en ese camino de definiciones también colaboró, además de Enrique, Elsita Shulte, quien confió en Paula “siendo muy novata”, por eso, también hubo para ella un agradecimiento.

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