Terapia Hortícola, una promesa de bienestar

Entre surcos de tierra se acuna la felicidad

En mayo, la Asociación Argentina de Terapia Hortícola organizó su 1er. Seminario en la ciudad de Buenos Aires. Hubo panelistas nacionales e internacionales que intercambiaron experiencias sobre esta terapia, que ya tiene su historia.

 

Observar cómo surge la vida de una semilla que se plantó unos días antes, es un hecho poco habitual para hombres y mujeres que viven entre cemento y asfalto, pero, dado que el contacto con la naturaleza produce bienestar, cada vez son más los citadinos que buscan el reencuentro con entornos naturales.

Antiguamente, los hospitales estaban rodeados de jardines, pues pasear entre plantas era parte de la recuperación de la salud; en la actualidad, muchos profesionales, advirtiendo el aspecto terapéutico de la relación naturaleza/sujeto, han desarrollado una nueva disciplina: la terapia hortícola.

Si bien en algunos países americanos esta disciplina tiene reconocimiento universitario, en Argentina se viene realizando, en algunos casos, de manera intuitiva y en otros, apostando concientemente al poder curativo de la naturaleza. “En el año 86 empecé a hacer huerta en el Borda, me daba cuenta de que era terapéutico. Después lo apliqué en geriátricos, en escuelas y veía que la relación entre la gente se iba transformando”, señaló la Lic. Andrea Sucari, presidente de la Asociación Argentina de Terapia Hortícola.

Uno de los pilares de la horticolaterapia en nuestro país es “establecer un vínculo de respeto con la naturaleza, no querer transformar el jardín en algo que no es, por esto trabajamos con plantas autóctonas, para que la tierra dé lo que tiene que dar. De esta manera surge un paralelo entre las personas y el trabajo con la tierra: dejar que surja lo que tiene que salir”, explicó Andrea. En este sentido, la psicóloga respalda su trabajo en los conceptos del naturalista Ricardo Barbetti: “Ver una planta nativa y reconocerla como la acción de la naturaleza implica dejar de considerarla un yuyo, entonces ya no asoma la idea del veneno para matarla, sino la admiración por la cantidad de insectos y aves que conviven con esa planta. De esta manera se empiezan a descubrir todas las redes en que estamos inmersos”. Es decir que se descubre el beneficio de preservar y cultivar la flora local, desmitificando la idea de que todo lo que viene de afuera es mejor.

La terapia hortícola piensa al ser humano “como integrante del ambiente, como una parte más de todos los seres vivos que forman el planeta” y propone al jardín como un espacio para “vivenciar, a partir de los sentidos, la magia de la vida, porque el jardín es una promesa permanente de una vida mejor”.

También aparece el concepto de reciclado: “La tierra se hace y renueva con los desechos, este reciclar es algo que se mete adentro de uno, conduce a ver qué hace uno con sus cosas internas”.

Distintas discapacidades son tratadas con esta terapia, incluso en algunas cárceles desarrollan talleres de huerta que, dirigidos por personal especializado, devienen terapéuticos.

Cuando se piensa en vacaciones, inmediatamente aparece la idea de ir hacia la naturaleza, la terapia hortícola invita a vivir en la naturaleza todos los días.

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