“Esta es la década ganada, no por el Gobierno, sino por el pueblo”

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Opinión

        El pasado 25 de mayo se cumplió diez años de la asunción de Néstor Kirchner como Presidente de la Nación, dando inicio, aún con sus vaivenes, a la etapa de mayor inclusión social de los últimos 50 años.

        En aquel momento, Kirchner llegaba al poder con tan sólo el 23 % de los votos y no había grandes expectativas sobre él, tanto en propios como ajenos. Sin embargo con el paso de los meses, la adopción de distintas medidas comenzó a vislumbrar un nuevo estilo de conducción. Tal vez uno de los mayores méritos del kirchnerismo, como proceso político, haya sido la capacidad, en un momento histórico, de traducir, retomar ejes y valores que no se esperaban de él pero que, sin embargo por su mediación, han podido generalizarse y transformarse en políticas de gobierno que condujeron a la conformación de un proyecto político.

        Considerando las medidas centrales, el Gobierno Nacional decidió iniciar la remoción de las secuelas presentes de la dictadura (reivindicación de los DD.HH., juicio y castigo a los responsables del Terrorismo de Estado, la democratización de las Fuerzas Armadas, etc.), modificó la composición de la Corte Suprema; implementó una política de desendeudamiento poniendo fin a los históricos condicionamientos de los organismos financieros internacionales; se promovieron los derechos de los trabajadores con la apertura de las paritarias de forma anual e ininterrumpida desde hace diez años; se extendieron las jubilaciones con aumentos por ley dos veces al año; se recuperaron las políticas sociales universales como la Asignación Universal por Hijo (AUH); se terminó con el negocio especulativo de las AFJP y se recuperó el sistema de seguridad social; se estatizaron empresas de servicios públicos como Aerolíneas Argentinas, Aguas Argentinas e YPF; se profundizó la integración de América Latina generando un fuerte bloque político regional; se ampliaron los derechos a las minorías sexuales; se sancionó la ley de servicios audiovisuales, recientemente se promovió una serie de leyes para la democratización de la justicia, etc., etc.

        Estos logros, que marcan un cambio de rumbo con relación a los 90, se pueden sintetizar en la palabra “recuperación”. Recuperación del Estado como una maquinaria que puede ser puesta al servicio de las mayorías, recuperación de la política como una herramienta para la transformación social y la recuperación del sentido de lo nacional en cuanto a la pertenencia a un conjunto mayor, a una patria. Porque una sociedad más inclusiva genera nuevos lazos de solidaridad y un sentido de unidad que se traducen en un sentir nacional. Recuperar los símbolos patrios que fueron apropiados históricamente por la derecha –como otras tantas cosas-, dueña de la tierra y de las vacas, es un enorme logro. Mientras que para unos esta “recuperación” tiene un sentido altamente positivo, para otros puede significar la “sustracción” de sus privilegios o la imperdonable alteración de un orden moral.

        También se ha ido recuperando hasta el significado etimológico de la palabra democracia, algo así como el gobierno del pueblo para el pueblo, o el gobierno de las mayorías. Más allá de sus orígenes griegos, la democracia como forma de gobierno, en un sistema capitalista no es una entelequia sino el resultado de la correlación de fuerzas entre el poder político – y aún incluyendo las contiendas dentro de él – y los poderes económicos establecidos – entre los cuales algunos pueden verse favorecidos y otros no -. En esa tensión, el poder político puede subordinarse/asociarse al poder económico y formar un mismo bloque de alianzas como fue el caso de la dictadura y del menemismo y, de esta manera, la democracia desaparece, o se reduce a su mínima expresión poniendo al Estado al servicio de los intereses particulares de la clase dominante.

        En la década del 90, esto se plasmó en un modelo excluyente que profundizó la fragmentación social y la vulneración de todos los derechos sociales con altos niveles de pobreza y desocupación. También puede suceder que el poder político busque conformar otro bloque de alianzas y erigirse como autónomo de determinados grupos, en función de llevar adelante un proyecto a favor de las mayorías populares, y allí es donde se produce un quiebre y se genera un proceso de enorme tensión como el que hoy estamos viviendo.

        El kirchnerismo, con sus vaivenes y contradicciones, impone ejes de debate en forma permanente provocando rupturas en el letargo mental y cultural establecido que considera determinados temas de interés público como naturalizados, o como asuntos sobre los cuales nunca es políticamente correcto intervenir. Es el caso de tocar y poner al desnudo el monopolio de los grandes medios como Clarín y La Nación erigidos en sí mismos como baluartes de la patria; romper con la imagen del Estado como un actor bobo que estaba para hacerse cargo de los fracasos económicos del estableshment y mantenerse alejado de los asuntos de éste (por ejemplo delegando en ellos el manejo del Banco Central) y recuperar al Estado como un actor soberano para llevar adelante políticas redistributivas; intervenir en el mercado subordinando la economía a las decisiones políticas; implementar políticas sociales a favor de los sectores populares; recuperar a la política como una herramienta para la transformación social capaz de mejorarle la vida a la población; involucrar a los jóvenes en la política; preponderar las políticas de generación y mantenimiento del empleo (a pesar de la crisis internacional) y no como variable de ajuste de la política económica; poner en cuestionamiento y hacer bajar al llano a uno de los poderes del gobierno que menos ha tomado nota del pasaje de la dictadura a la democracia y que se ha mantenido incólume en sus privilegios, etc. etc… son algunas de las “intromisiones” imperdonables que grupos económicos e intereses sectoriales no están dispuestos a tolerarle a este Gobierno y que harán todo lo que esté a su alcance para modificar el rumbo iniciado.

        En estos diez años tampoco todo han sido aciertos. Como sostiene Alfredo Zaiat, “el kirchnerismo ha mostrado en más de una ocasión que recurre a diversos instrumentos de política económica para dar respuesta a cuestiones inmediatas, que luego se van integrando como parte de la construcción de su proyecto político. A veces con éxito y otras con fallidos por torpeza en la enunciación y posterior gestión”. Por otro lado, no se puede soslayar que todavía queda mucho por hacer y profundizar en áreas como la democratización de las fuerzas de seguridad, el manejo de los recursos naturales, la concentración de la tierra y en el modelo agropecuario dominante, entre otros, y que hay una materia pendiente que es estructural al Estado, que es la calidad de la gestión pública, la que repercute en el nivel de los resultados obtenidos o en el fracaso directo más allá de las intenciones originales. Se trata de la sintonía fina que requiere aún el proyecto nacional y popular.

        Por otro lado, en un contexto en el que la llamada oposición adopta un rol tragicómico sin poder consensuar otro punto de acuerdo más que su odio al kirchnerismo, los medios de comunicación son los que ponen los ejes de debate para que, por lo menos, los políticos opositores tengan algo de qué hablar el lunes en contra del gobierno. La orfandad de ideas y propuestas de la oposición es tan patética que hasta una bóveda puede erigirse en un tema de opinión durante semanas.

        Hoy, los grandes medios, presionando a los gobiernos legítimamente constituidos, son la versión moderna del poder destituyente que otrora ejercieron las Fuerzas Armadas con el acompañamiento de actores de la sociedad civil, entre ellos, estos mismos grupos de referencia. En este sentido, el mantenimiento de las condiciones que implican vivir en democracia en sentido amplio- mayores niveles de igualdad social, libertad de expresión, ampliación de derechos y en última instancia más justicia social- y poner en acto políticas redistributivas y de ampliación de derechos requiere no sólo de la voluntad política de la dirigencia, sino de la acción militante y organizada de la sociedad civil para defender y darle continuidad a los logros alcanzados. Es cierto que se requiere de fuertes liderazgos, pero la construcción de poder popular es la que tiene que darle sostenibilidad a este proyecto.

        Quienes quieren volver atrás pregonan los peores augurios y recrean climas apocalípticos sosteniendo que se trata de un fin de ciclo y que el modelo está agotado cuando lo que hacen es anteponer sus propios deseos a la realidad. Como sostuvo la Presidenta Cristina Fernández en su discurso del 25 de mayo: “No soy eterna, lo he dicho muchas veces. Y tampoco lo quiero ser. Es necesario empoderar al pueblo y a la sociedad de estas reformas y conquistas para que ya nunca nadie más se los pueda arrebatar”.

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