Graciela Roso, la talabartera elegida por todos

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El cuero se doblega entre sus manos. Vecina de Talar, hace 28 años desarrolla un oficio que tradicionalmente está asociado a los hombres. Hace piezas únicas que son portadas por los tradicionalistas que desfilan en la Rural, Jesús María y en todas las fiestas gauchas del país.

 

Trabajar el cuero ha sido considerado, tradicionalmente, cosa de hombres por la fuerza que hay que hacer. Pero quienes no se distraen con las inconsistentes diferencias de sexo y avanzan, espontáneas, por la vida, se abren caminos productivos y originales. Así le pasó a Graciela Roso, una vecina de Talar que, curioseando, encontró su profesión: “Cuando yo tenía unos 16 años, mi papá le alquiló un local a un señor que hacía fundas para armas. Yo miraba cómo trabajaba y me preguntó si quería aprender. Así empecé. Aprendí rápido, le daba ideas y él se sorprendía. Al final nos hicimos socios. Él, después, se mudó a Chacabuco y venía cada 15 días, pero en un momento me dijo que no podía venir más. Entonces yo me dije ‘o me fundo o salgo adelante’. Dios me ayudó y salí”. No sólo salió adelante, entró también al mundo del tradicionalismo, donde ocupa un sitio distinguido.

 

Las terminaciones más finas

Equipada con un delantal rojo, Graciela abrió la puerta de su taller en el cual una amplísima mesa convoca inmediatamente la mirada. Cueros, dibujos, libros de arte, cuchillos, vainas y un gato conviven en la alta mesa de trabajo. Allí realiza desde el diseño hasta la última costura: “Cada cliente se lleva un producto original. A veces traen la idea, pero en general yo diseño todo el motivo, flores, colores. A veces voy viajando y de repente se me ocurre algo nuevo. Todas las piezas son únicas, no puede haber nada repetido”. Asimismo, su trabajo debe respetar las características de lo tradicional, por lo tanto la creatividad se encuentra con determinadas pautas: colores, tipo de flores, material, que es fundamentalmente la suela, aunque en ocasiones trabaja el carpincho o el ñandú, “me lo traen especialmente” – aclaró -; también el terciopelo o la pana antigua, “recupero cortinados del Colón, tapizados de sillones antiguos”. Si hace alforjas, utiliza lona.

Sus piezas son sobrepuestos para desfiles, sobrecinchas, tiradores, vainas. En 2009 hizo su primer lomillo: “Lo presenté en Bragado, a todos les gustó, pero lleva mucho tiempo, casi un mes. Hay que rellenarlo con junco, repujarlo, coserlo”.

Se la puede encontrar en las exposiciones más importantes del país, si bien señaló: “En la Rural no tengo stand, pero muchos de los que desfilan tienen mis prendas o los plateros, mis vainas”. Para exponer, debe pedir prestado a sus clientes porque sólo hace piezas por encargo.

“Algunos son un poco egoístas”, contó risueñamente, “quieren a la Graciela sólo para ellos y cuando alguien les pregunta quién les hizo lo que tienen, le dicen ‘una viejita, que murió’. Acá muchas veces llegó gente que me decía ‘no sabés los años que te busqué’”. Además de tener clientes en todo el país, también la visitan del exterior: “Viene un señor de Chile todos los meses. Me dice ‘sos única en Argentina y, para mí, en el mundo’. Allá tiene un viejito que le trabaja, pero nada que ver con lo mío”. Estableciendo diferencias entre el trabajo de los hombres y el suyo, indicó: “Mis trabajos son más delicados, yo me fijo mucho en las terminaciones, siempre busco el detalle”.

Entre las rarezas que ha hecho recordó: “Un pretal para un elefante de un circo, que hace 20 años, estaba en Talar, fueron metros de cuero. Hice el cinturón con las cartucheras de western para una película de Carlitos Bala. Y lo último fue un arnés para el circo Servian que estuvo en Tigre; usé suela muy gruesa porque tenía que soportar un palo de 10 metros y arriba una chica que hacía equilibrio, tenía que ser muy seguro”.

Otra de sus habilidades es la cocina; con su buen humor habitual, comentó: “Muchos de los que vienen no sé si es por el cuero o por los brownies. Ahora nos vamos a juntar con los gauchos y ya les dije que voy a hacer empanadas fritas en el disco de arado”.

Este 2012, Graciela Roso cumple 28 años de talabartera; en todo este tiempo hizo tantas cosas que “parece que tuviera 100”, dijo con su acostumbrada frescura. Pero todavía tiene dos materias pendientes: hacer una exposición en Tigre y conocer al intendente. Esperamos que pueda lograrlo antes de aceptar la propuesta de ir a trabajar a Inglaterra, aunque descontamos que el tradicionalismo argentino no lo permitirá.

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