Entrevista a Mario Yulán, párroco del Perpetuo Socorro, de Rincón de Milberg
Conocedor de la otra cara de Rincón, los barrios humildes, habla sobre temas difíciles de resolver: la desintegración familiar, las carencias de la escuela, la droga y la ley del más fuerte.
Desde hace años, la localidad de Rincón de Milberg se viene transformando, tanto desde la obra privada – con sus espléndidos barrios cerrados, para pocos -, como desde la obra municipal, que busca mejorar el espacio público, para todos.
En ese ámbito donde se vienen, por lo tanto, operando tantas modificaciones, sigue existiendo un lado oscuro, y de ese aspecto habla aquí el Padre Mario Yulán, que está al frente de la Parroquia del Perpetuo Socorro desde hace 3 años.
La parroquia nuclea 3 jardines de infantes y 3 apoyos escolares, atendiendo casi unos 500 chicos. “La educación y el deporte son los dos elementos con los que trabajamos para que los chicos no estén en la calle”, dice el padre Mario y explica: “un deporte dirigido, con valores que apuntan a la camaradería y a compartir, tratando de sacar la competencia por la competencia misma. Buscamos llenar de valores ese espacio, porque el niño los tiene, pero a veces no están favorecidos por los ambientes donde les toca vivir”.
El contacto directo y continuo con los chicos de los barrios humildes, le permite a este sacerdote afirmar: “muchos chicos quieren salir de sus casas porque sufren mucho, porque es un ambiente de desencuentro, de violencia, entonces, de alguna manera, están buscando salir. A veces lo manifiestan directamente, otras con sus actitudes. Hay madres que, después de muchos rodeos, dicen que en la casa hay violencia, entonces trabaja la asistente social con las derivaciones necesarias. Trabajamos mucho con el Centro de Salud Madre Teresa, vamos haciendo una red porque no podemos solucionar los problemas de todo el mundo”.
Afecto para vivir
“Lo primero que sufre un niño es la falta de contención y afecto”, subraya Mario. Indudablemente, quienes deben dar afecto y contención en primera instancia son los padres, sin embargo “a veces uno ve cómo tratan a sus propios hijos y no se comprende, ningunean a los niños o los golpean. Aquí ya tenemos un problema; si encima viven en condiciones precarias, el chico quiere salir de ahí, no tolera, huye”. En esta situación tan angustiante suele aparecer el hermano mayor: “Muchas veces quedan a cargo de los hermanos mayores, que hacen lo que pueden, pero que no están preparados para contener a sus hermanitos. Algunos son maravillosos y, aún viviendo en situaciones de violencia tremenda, tienen unos valores y son mucho más maduros que el padre y la madre. Ahí uno se pregunta cómo hizo ese chico, seguramente algo captó, algo vio, lo hizo propio y se dijo que para sí quería algo distinto”.
Desde su visión de sacerdote, Mario sostiene que “todos llevamos en nuestro corazón una tendencia hacia el bien, cuando se cruzan otras cosas, el alma se dispersa y se producen estragos”.
“Los chicos andan mendigando, por el barrio y por la vida, cariño, afecto. Van al comedor a comer, pero más allá de la comida, buscan que alguien los llame por su nombre, quieren que se los nombre con cariño, que se les pida por favor, que se les dé las gracias, que se les ponga un límite. Y cuando el límite y el afecto no están en la casa, están a la buena de lo que la vida les presente. A veces pueden encontrarse con personas muy buenas o no. Y ahí está el problema. Si se encuentran con personas buenas que quieran rescatar al ser humano, entonces tienen una posibilidad. Así podríamos ir construyendo una sociedad distinta, difícil, pero distinta”.
Junto a esta realidad casi asfixiante, surge la palabra alentadora: “la tierra que nos toca vivir es dramática, dolorosa y magnífica”.
Los baches de la escuela
Dada su convicción sobre el poder transformador de la educación, el Padre Mario tiene una mirada aguda sobre la misión de la escuela actual.
“La escuela tiene muchos huecos. Creo que hay que hacer un trabajo en conjunto, no puede haber tanta diferencia entre una escuela y otra. Muchas veces las diferencias están dadas por quienes lideran la escuela, es así que en algunas se recibe un montón y en otras poco, tanto en el aspecto educativo como en la formación en valores. Porque se puede llenar de educación a un chico, pero si no lo formamos en valores, entonces algo anda mal. También es verdad que a veces la escuela hace lo que puede, porque el trabajo de la familia es muy difícil de reemplazar. Nada suple a la familia, pero la escuela puede colaborar. Hay muchas heridas que vienen desde atrás, del hogar, que es muy difícil que la escuela pueda remediar. Pero creo que la escuela es una herramienta, porque tiene al chico casi 9 meses, varias horas durante 5 días, es decir que pasa muchas horas en la escuela. Entonces, al final del período, la escuela tendrá que preguntarse qué le ha dado a los chicos. Es una pregunta que se tiene que hacer la escuela. Por lo que uno escucha de los chicos mismos, hay muchos reclamos para unas, mucha aceptación de otras y ese desfasaje, en el mismo barrio, va creando una diferencia. Ni pensar cuando está la institución privada, ahí los baches se van haciendo mucho más grandes”.
Aunque se evidencia un cuestionamiento al accionar de la institución escolar, Mario no cree que haga falta crear otra institución, sino “optimizar lo que hay. Tenemos que ponernos de acuerdo en un proyecto común. Lo que sucede es que los adultos estamos mirando intereses muy personales y no estamos viendo el bien común, para esto hay que escuchar al otro, ver quién tiene el mejor proyecto e ir todos detrás de él”.
“Yo creo que la educación nos va a salvar, pero otro elemento más importante todavía es el amor. Somos muy solidarios y reaccionamos ante una emergencia, pero esto no lo tenemos incorporado a la vida cotidiana, nos falta un estilo de vida en el amor”.
Eso tan temido: el paco
“Los chicos que viven en la calle, a los 10 u 11 años ya están expuestos. A los 12 años ya están en un gran riesgo, porque no los controlan tanto en la casa. Cuando no hay control del hogar, un chico de 12 años, en una villita, está en peligro. Ni qué decir de un joven que todas las noches está en la esquina, con un fueguito, primero viene el alcohol, después la droga y después viene el robo”.
Sin dudar, Mario sintetiza: “en este momento, el mayor peligro es la droga y el alcohol”. Pero a esto se suma “la falta de acceso al estudio y al trabajo, entonces, cuando tienen mucho tiempo libre, se juntan, sin saber para qué se juntan, alguno incita, otros son muy frágiles, aceptan y después es muy difícil salir del grupo. Salir de la manada tiene su precio”. Aquellos que quieren romper alguna regla, como “quedarse con la plata, pagan un precio muy alto. El año pasado me tocó hacer dos velorios, 16 y 17 años, no entregaron la plata a tiempo y les pegaron un tiro”.
Surge el tema de los códigos internos a las villas: “se respeta al más fuerte, a ese no se lo toca, o al que se necesita por algo. El más débil o frágil, pierde. Se terminan yendo o se tienen que encerrar en las casas con sus hijos”.
Inmediatamente aparece la contracara: “también hay gente con ideales altos que quiere vivir mejor. Pero aquel grupo minoritario termina incidiendo fuertemente en el barrio, por el miedo, la venganza, el odio”.
Pareciera ser una realidad sin escapatoria, sin embargo el Padre Mario sostiene que “el que no entró de lleno, siempre está buscando un salvavidas; si lo encuentra, tiene muchas chances de salvarse. Los jóvenes dicen ‘yo estoy en el paco, pero quiero salir’. Distinto es aquellos que ya tienen todo el cerebro tocado, ya algunos necesitan atención psiquiátrica, son casos de internación”.
El dolor que siente por este tema lo lleva a asumir posturas valientes y terminantes: “creo que no se corta el circuito del paco porque no se quiere, creo que si hay una decisión política de sacar la droga, se saca. El día que decidieron entrar a los desarmaderos de San Miguel y José C. Paz lo hicieron y los cerraron, es decir que, si se quiere, se puede. Las rutas de las drogas son conocidas, se sabe por dónde entra, dónde están las pistas de aterrizaje. Pero siempre caen los más chiquitos”.
Pero existe otra herramienta que la sociedad tiene para alejar este mal: “en la medida que se hacen casas, se asfalta, se pone luz, se transforma la vida. La realidad de las personas se dignifica y la delincuencia se va a otro lado. La delincuencia busca la oscuridad, el esconderse y el mejor lugar para esconderse es donde no hay control. Una vez que los barrios se urbanizan, cambian. Creo que en eso está el Municipio, aunque no le va a ser fácil a esta gestión ni a ninguna que estuviera en su lugar. Pero hay que avanzar. Hay que tener creatividad para ver cómo hacerlo junto con la gente, a qué están dispuestos ellos, para que no venga como una dádiva. Algo tiene que costar porque si no, no se valora. Hay que sumar el protagonismo. Además hay que pensar un diseño para que la vida sea digna, casas, plazas, espacios libres, árboles, que también son necesarios para vivir”.
Educar en valores, recuperar el concepto de la dignidad de la vida, investir la vida diaria con solidaridad y ternura son tareas que apremian porque hay demasiadas personas expulsadas de la humanidad.
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