“Me da pena que los que vienen detrás no sepan lo que fue Tigre”

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Árboles y casas cayeron por la furia del mercado. Las calles que transitamos todos los días tienen una historia que se debe preservar. La supuesta modernización no debe modificar un estilo de vida sencillo y tranquilo que la mayoría de los vecinos desean conservar.

 

En su libro Historia del Siglo XX, Eric Hobsbawn, que murió el 1° de octubre pasado, escribió: “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”.

Una de las formas de destruir el pasado es voltear las casas antiguas, alrededor de las cuales se fue construyendo la historia de un pueblo. “Me da pena que los que vienen detrás no sepan lo que fue Tigre”, se lamentó Nicolás Greggi, un vecino de tercera generación de esta ciudad que, además de recordar lugares y personas, compara nuestra realidad con sus vivencias en Europa.

Nicolás creció jugando a la pelota en las canchitas que se armaban en la Sáenz Peña, que era de tierra; yendo al cine de la Sociedad Italiana, los jueves, por 10 centavos; y nadando en “la playa Gamba”, un sector del río Tigre que estaba en los fondos del club Hacoaj.

 

Tener pasado

“No puedo ver que estén volteando casas antiguas, arboledas que no se recuperan más”.

En la zona comprendida entre el río Tigre y el Reconquista todavía se conserva el típico paisaje urbano del Tigre de antaño, donde la naturaleza forma parte de las construcciones que hablan del esplendor de otra época. “Cuando estuve en Munich me propusieron ir al barrio residencial, es algo parecido a esto. Todas casas antiguas que no se tocaron. Ellos resguardan algo que, en definitiva, son casas viejas; nosotros, además de las casas, tenemos ríos, árboles. Ellos no tienen esto”, explicó Nicolás que anduvo por Europa y por eso puede asegurar que, por allí, “casi no hay ríos, por eso la gente viene a ver nuestra belleza natural”.

Como en Amsterdam, propone hacer un tour en lancha que “parta del río Tigre y Luján, pase por atrás de Hacoaj, llegue al Reconquista y termine otra vez en el Luján, al costado del museo de arte”. Por supuesto, habría que arreglar las márgenes del Reconquista que “dan una lástima”.

A pie, cruzando el puente Rocha, nos encontramos a la izquierda con “una casa histórica” y esperamos que subsista. Subiendo por 25 de Mayo se llega a Liniers, por donde “se corrían carreras de bicicletas. Tiene una arboleda magnífica, nosotros no nos damos cuenta, pero los extranjeros vienen y se enamoran”. Hacia uno de sus extremos, Liniers conduce – para los memoriosos – hacia los barrios El Churrasco y El Chingolo. Esas callecitas guardan apellidos que ya no están, como los Sáenz Brione que “vivían en la calle Colorados, eran los dueños de sidra Real, que se hacía con las manzanas del Delta”. Hacia el otro extremo, nos lleva al río y allí, ay!, algunas casas han quedado sepultadas tras paredones. ¿Cuál será su destino?

Alrededor del MAT se han construido moles, “¿eso es lo que vamos a mostrar?”, se preguntó nuestro entrevistado. “A Chapaleo lo voltearon, al lado hay una casa que también van a voltear”.

Nos quedan los clubes de remo, “La Marina es una belleza, pero al lado tiene un pajonal, casas derruidas, la intendencia tendría que hacer algo porque no puede ser que la gente venga de Europa y vea eso”. Quedan, asimismo, “algunas casas que deberían ser declaradas monumento histórico, como la quinta Astengo”.

No alcanza con determinar ciertas normas de construcción. El patrimonio natural y cultural debe ser preservado. Pertenece a toda la comunidad, es parte de la historia que han ido construyendo las generaciones que ya no están o están por irse y la mejor manera de reconocerlos y homenajearlos es conservar lo que hicieron con tanto esfuerzo, ya sea una casona, un humilde rancho o los árboles que plantaron, porque fueron más inteligentes y sensibles que muchos arquitectos actuales.

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