Transformaciones que perjudican a los vecinos históricos

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Villa La Ñata. Los barrios privados no sólo cercan esta localidad, también se han iniciado emprendimientos con la misma lógica constructiva en el interior de la villa. Los vecinos históricos vienen padeciendo la inoperancia municipal, agravada con esta forma de ocupación de la tierra.

 

Villa La Ñata tiene el encanto de los pequeños pueblos con veredas de tierra y pasto, calles con mejorado, ausencia de semáforos y casas bajas con mucha arboleda. Conservar este encanto será trabajo de los habitantes del lugar; mejorar las condiciones de vida, manteniendo estas características, tendría que ser obligación del estado municipal, pero…

Caminando por Mitre, la calle principal del pueblo, hacia el puente Eva Perón, se llega a Rivadavia; girando allí a la derecha… los reclamos son muchos.

Sobre la mano izquierda de Rivadavia viven varias familias; una zanja con agua turbia se extiende por los frentes de las casas. “El agua de toda La Ñata desemboca acá”, coincidieron todos los entrevistados.

“La zanja no la limpian, el pasto no lo cortan, la basura la llevamos nosotros porque acá no entra el basurero”, explicó Oscar Leguizamón. A todo esto, hace 3 años, se sumó el taponamiento de la zanja y la construcción de un terraplén de 2 metros sobre la vereda de enfrente: una vieja quinta, abandonada durante muchos años, fue devastada para transformarla en un loteo con una laguna en el centro. Según dicen, no será un barrio cerrado, pero ya está perjudicando a los vecinos preexistentes como si lo fuera.

“Antes, eso era un reservorio; ahora, con lo que hicieron, el agua no se puede distribuir, entonces se junta en la parte más baja que es donde vivimos nosotros”, dijo Carlos, que vive allí desde 2001.

La quinta se extendía desde la calle Mitre casi hasta el arroyo Carolino o, quizás, hasta el arroyo mismo. Aparentemente hay allí un espacio confuso donde estaría incluida una calle pública que nunca estuvo abierta (pero figura en los papeles) y ahora habría quedado dentro del nuevo barrio. Siguiendo los parámetros actuales de construcción, la quinta se transformó en tierra yerma, ni un arbolito quedó en pie; también talaron los árboles de la calle, que funcionaban como una barrera contra el viento. “A nosotros eso nos perjudicó, porque ahora el viento nos mueve la parte de arriba de la casa, que es de madera”, contó Jorge.

 

Barro, mosquitos y luces siempre encendidas

El 26 de octubre de 2014, estos tigrenses fueron sorprendidos durante la madrugada por una marea espectacular. Hay dos versiones básicas: se produjo la rotura del terraplén, que contiene el agua del canal Carolino, o falló una compuerta cercana a un barrio privado. Algunos pudieron subir sus muebles a la parte de arriba de sus casas, otros no lograron salvar nada. Todos tuvieron dos metros de agua en sus terrenos y entre 80 centímetros y un metro de agua dentro de sus viviendas. “En mi casa entraba el agua por la ventana”, recordó Jorge, mientras Oscar lamentó haber pintado 15 días antes.

“Hay que ser consciente de que vivimos en una zona tipo isla”, reflexionó Carlos, que levantó su casa 1,60 metros. Refiriéndose a la obra realizada hasta ahora en el futuro barrio, expresó: “Con la altura que elevaron llega a venir una marea y vamos a tomar agua parados”.

Estos vecinos han quedado en una zona de riesgo, que se puede profundizar si las obras planeadas se llevan a cabo. “Quieren levantar la calle (Rivadavia) 60 centímetros y darle 15 metros de ancho, porque todos los lotes que dan sobre esta calle tienen entrada por acá. Entonces van a mejorar la calle, la van a asfaltar, no por nosotros, sino por ellos”. Carlos sabe que esa “mejora” es para ellos una trampa mortal porque los dejará en un pozo.

Rellenar cuesta “una fortuna”, es decir que está fuera de la posibilidad de todos esos vecinos. “Acá los camiones con tierra no pueden entrar porque la Municipalidad les hace multa. Para los country no hay ningún problema. Ahora, cualquiera de nosotros llama un contenedor que nos cobra unos pesitos por tirar un poco de tierra o escombro y, a esos, los paran”.

Los pozos de la calle Rivadavia están esperando que alguna máquina municipal se haga presente, pero como esto nunca pasa, los vecinos se organizan y ellos mismos van rellenándolos, ya que, cuando llueve, “la calle es intransitable”. Con las luminarias también hay problemas: “Ninguna luz se apaga porque las fotocélulas no funcionan, están quemadas. La que está frente a mi puerta también se quemó, entonces subí con la escalera y puse una llave, la prendo a la noche y la apago antes de irme a trabajar”.

Si bien existen campañas contra el dengue plasmadas en lindos folletos, en ese sector, no se sabe por qué, no fumigan, por eso los vecinos juntan el dinero y proceden a la fumigación.

Los reclamos exceden la calle Rivadavia: “El lugar que es para la plaza tiene un cartel hace años, jamás hicieron nada. Los chicos no tienen un espacio para ir a recrearse, en la costa hay una hamaca… rota”.

¿Será éste el precio a pagar por vivir lejos del Palacio Municipal?

 

Foto: Luminarias encendidas en la calle Rivadavia

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