Al mal tiempo, buena cara

Un barrio que se sustenta con la pesca artesanal. Las familias del barrio San Pedro Pescador, de las afueras de Resistencia, se vieron obligadas a buscar refugio en las zonas altas, por la crecida del Paraná. Muchas de sus pertenencias las llevó la corriente, pero la vida continúa y los hombres siguen saliendo con sus canoas para tirar las redes en la mitad del río.

 

        A fines de junio, lluvias inusuales en el sur de Brasil provocaron una crecida desmedida de los ríos Iguazú y Paraná; los turistas que llegaron a las Cataratas no pudieron transitar por los habituales senderos; muchos chaqueños tuvieron que dejar sus casas que quedaron sumergidas bajo metros de agua. Así fue para los pobladores de San Pedro Pescador, un barrio humilde que está sobre la costa del Paraná, debajo del puente General Belgrano, que une Resistencia con Corrientes capital.

        El barrio surgió a causa de otra crecida del Paraná, cuando algunas personas encontraron refugio en el viejo obrador del puente; las aguas bajaron y, aunque la costa baja e inundable no es propicia para su poblamiento, la gente igualmente se quedó.

        A esa altura, el Paraná gira y el empuje del agua hacia el oeste va carcomiendo de manera constante la costa, es decir que, aún sin lluvias ni crecidas, esa zona no es recomendable para habitar, pero la gente se arraigó en el lugar y, si bien actualmente algunas casitas se han desmoronado, el barrio San Pedro Pescador, más conocido como el barrio de los pescadores, ya es un clásico de las afueras de Resistencia.

        Todas las tardes, con el puente como testigo inamovible, se puede ver a la fila de pescadores que esperan su turno para llegar con la canoa hasta el centro del río y allí tirar la red. “Son 20 o 30 canoas que están tirando y levantando redes. La red está en el agua entre 15 minutos y una hora y media. Se tira, se recoge, se vuelve a tierra para dejar lo que se pescó y se vuelve a salir. Según la cantidad de canoas que haya, se sale 6 o 7 veces por día. Yo empiezo a las 5 de la tarde y termino a las 11 de la mañana”, contó Oscar Portillo, más conocido como Picu.

        Miembro de una familia de pescadores, aprendió el oficio de su padre, “nacido y crecido en la costa del río”. Como todos los chicos, a los 12 años ya estaba entre las canoas; primeramente pescó con espinel y línea y en cuanto pudo comprar una canoa, comenzó con la pesca comercial artesanal, con la cual, desde hace 15 años, sustenta a su propia familia.

        En la red, de 450 metros, que él mismo fabrica, cae una gran variedad de peces: surubí, dorado, pacú, sábalo. “Un surubí puede pesar hasta 40 kilos y, cuando sale uno muy chico, se devuelve al agua. Por noche se puede sacar hasta 100 kilos de pescado”, contó Picu.

        Si bien la crecida puso en estado de alerta a todas las familias y les hizo abandonar sus casas, el trabajo continuó, ya que “hay que salir a buscar el pan”. Además, las aguas abundantes trajeron buena pesca que “hay que aprovechar porque 3 meses atrás no había nada, porque el agua estaba muy baja”. Así es la vida del pescador, difícil de planificar porque es el río el que manda.

        Como el barrio está muy cerca de la ruta que empalma con el puente, los pescadores venden allí su producción. “La gente viene a comprar porque busca pescado fresco y buen precio”, aseguró Picu, cuya madre es la encargada del puesto que tienen sobre la ruta.

                También su esposa aporta a la economía familiar: “Es una cocinera de 10”, reconoció el pescador y lo confirmaron los comensales que estaban chupándose los dedos y esperando que llegara una nueva fuente de empanadas, por supuesto, de pescado. Porque esta familia, con la amabilidad propia de los chaqueños, ofrece en su hogar exquisitas comidas a base de pescado; cuando de asado se trata, se lo ve a Picu sobre la parrilla, pero si los platos son más elaborados, por ejemplo marinadas o canelones, son las manos femeninas las que trabajan vertiginosamente. “A mi señora le encanta que venga gente, lo hacemos de corazón y con mucho respeto”. Y siguió conversando en una sobremesa que lo alejó por un rato de los avatares de la inundación, de la lluvia que continuaba y del pesado trabajo que no tiene día de descanso.

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