La medicina del monte indígena

Volver a lo natural. Cecilia Cabrera vive en un pueblo a orillas del mar, en Uruguay. Hace años hizo un curso de plantas medicinales y quedó atrapada por la riqueza de la sabiduría ancestral. Cultiva su huerto, hace farmacia casera, da cursos. Forma parte de la Red de Plantas Medicinales de América del Sur.

 

La vida la llevó a Barra de Valizas, “un paraíso oceánico”. Allí, en medio de una naturaleza imponente, que también es dura porque “hay que soportar viento, lluvia, crecidas”, Cecilia Cabrera cultiva un huerto medicinal y se dedica a la farmacia casera.

“Uno de mis abuelos era productor de flores; tengo fotos mías de 1 año con él entre boniatos y papas. Mi otro abuelo era jardinero y apicultor. Toda la vida estuve conectada con las plantas y el día que hice un curso de plantas medicinales, no paré. Es una puerta que abrí y ya no cierro más, porque las plantas ayudan en todos los niveles, físico, emocional, espiritual. Se abre esa puerta y no se vuelve”.

 

Dar para recibir

El camino de la farmacopea lo fue recorriendo con Ramona Aguilera, “una veterana que fue alumna de Atilio Lombardo, director del botánico de Montevideo durante muchos años”.

También estuvo en Argentina, en los encuentros LaiCrimpo: “Eso es muy interesante, intercambiamos conocimientos con comunidades indígenas”.

Con el respaldo del Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas y bajo la coordinación de la socióloga Mónica Litovsky, participó en el libro de autoría colectiva Cosecha de Caminantes: “Es un libro sobre 13 plantas medicinales del bosque indígena. La medicina que hay dentro del monte es muy valiosa, en un momento apareció la ciencia y dijo ‘esto es ignorancia’, pero hay tanta sabiduría y tanta medicina que es increíble. A través del libro revalorizamos nuestra memoria, nuestras raíces, nuestro patrimonio”.

Actualmente, Cecilia da cursos y sostiene que “todos pueden tener su huerta y su botiquín natural, lo principal es saber las propiedades de las plantas”.

Durante el 2014 trabajó en una escuela rural de Rocha con un grupo de 30 mujeres. “Todas quedaron haciendo sus cremitas, sus desodorantes. Es buenísimo compartir este conocimiento, no hay que guardárselo porque un mundo mejor se hace así, compartiendo”.

Su puesto está siempre rodeado de mujeres que leen las etiquetas, preguntan y algunas dicen “ah! Esta planta también la usaba mi abuela”.

Una de las cremas que más atrae es la de sauce y ceibo. Cecilia aclara: “Son árboles del monte indígena, tienen muchas propiedades”. Y, gustosa, da detalles: “El sauce es analgésico, como la aspirina, pero no destruye el estómago ni licúa la sangre. Usamos la entrecáscara, que está detrás de la corteza, ahí está toda la savia y, por lo tanto, está concentrada toda la fuerza de la planta”.

La extracción de la savia es una ceremonia y “es muy importante hacerla para que dé resultado”. La relación con el árbol comienza pidiéndole permiso para hacer el corte: “La savia es como la sangre del árbol, cuando cortamos empieza a sangrar, por eso lo cubrimos con una cataplasma de barro o arcilla para que no se enferme, no se llene de insectos o de hongos y para que no le duela”. Después del permiso y la extracción, se procede al agradecimiento: “Los árboles son seres vivos, por eso es muy importante el respeto y el agradecimiento”. Así, el árbol seguirá vivo y podrá, en otra oportunidad, volver a dar sus dones.

El ceibo, flor nacional de los dos países, es “buenísimo para picaduras y picazones en general, para hacer baños de asiento, para cicatrizar, para los dolores reumáticos”. Cecilia prepara una crema de árnica, sauce y ceibo: “Juntos se potencian, hacen un trío ideal. Los pescadores sufren mucho de los huesos por la humedad, ellos la usan y les resulta muy efectiva”.

También trabaja con arcilla: “La junto, la cerno, la limpio, la mezclo con distintas hierbas, la potencio con el sol de la mañana”. Mezclada con bicarbonato de sodio o sal marina y aromatizada con clavo de olor, polvo de salvia o menta, se usa como dentífrico, “queda como una pastita por la que se pasa el cepillo”; en otro caso, se puede usar para mascarilla, “es buenísima para estiramiento de la piel, es desinflamatoria”.

Con distintas tinturas madres prepara repelentes, agregándoles citronela, ruda, romero. “No son aceitosos, también se hacen en gel”.

Acostumbrada a un intercambio respetuoso con la naturaleza, Cecilia expresa: “El universo es perfecto, somos nosotros los que nos complicamos. Toda la medicina está en nuestras manos, el botiquín lo pisamos. Tenemos que sensibilizarnos más y cuidar el medioambiente”.

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