Un recorrido en kayak de 1400 kilómetros

Las maravillas del río Uruguay. Durante 27 días, Jorge Mazzochi y Sebastián Arena exploraron el curso del Uruguay, que, además de hacer su aporte al Delta, está colmado de bellezas que podrían desaparecer si prosperan los proyectos de las mega-represas.

 

El Delta del Paraná es un ecosistema sobre el cual muchas personas están interesadas. Algunas para ganar plata, sin importarles que esto implique su destrucción; otras, por suerte, están fuertemente comprometidos con su conservación.

Entre estos últimos se encuentran Jorge Mazzochi y Sebastián Arena, vecinos de las islas de primera sección, que hicieron una travesía por el río Uruguay, desde su naciente, pues “este río también hace su aporte al Delta, que es lo que más nos preocupa e interesa”. Jorge, que vivió en Misiones, sabe que es necesario proteger ese territorio “no como algo ajeno a Tigre o al Delta, sino como algo fundamental para la conservación del Delta. Debemos conservar las aguas desde sus orígenes”.

Nuestros vecinos hicieron un viaje de un poco más de 1400 kilómetros y 27 días de remada. Avanzaban entre 60 y 70 kilómetros por día, lo cual les permitió conocer cambios de suelo, clima, costumbres.

“Partimos de El Soberbio, que está debajo de los Saltos del Moconá, el salto longitudinal más largo del mundo. Es una falla ubicada en el lecho del río y cuando hay poca agua se aprecia mejor. Allí el río es totalmente cristalino, se pueden ver piedras gigantes. En Corrientes empieza el canto rodado y en Entre Ríos aparece la arena. Es decir que en miles de años se fue desgastando la piedra hasta hacerse pequeña arena que llega hasta Martín García, punto cero del Uruguay”, explicó Jorge.

 

Paisaje de postal

Si bien Sebastián y Jorge quisieron ingresar al río Uruguay por el arroyo Pepirí Miní, que está cerca de la ciudad de San Pedro, no lograron hacerlo porque “es muy pedregoso, con muchas barrancas. Jamás nadie lo intentó”. Por este motivo, llevaron el kayak hasta El Soberbio y allí lo colocaron en las celestes aguas del Uruguay.

Por esa zona, además de los famosos saltos del Moconá, hay muchos otros que “los lugareños llaman ‘correderas’ o ‘cachuelas’ porque dicen que es como si el río estuviera cachado”. Debido a las fallas, el río pasa de mucha altura al nivel cero y, aunque Jorge señaló que lo va haciendo de a poco, en algunos lugares se encontraron con sorpresas: “Uno va remando en un río anchísimo y brillante – hay veces que se confunde el río con el cielo – y ve que 1000 metros adelante baja y se empieza a escuchar el ruido del agua y puede ser un salto de 15 metros, divididos en muchas partes. Es peligrosísimo. Jamás pensamos que iba a ser tan peligroso”.

Ya despidiéndose de Misiones, frente al pueblo de San Javier, los remeros se encontraron con un paisaje de belleza extraordinaria: El Roncador.

“Es una de las correderas conocida por los lugareños. Allí el río se hace como una herradura, hay un desnivel de muchísimos metros, así que hay que ir por la costa, bajarse del bote, meterse hasta el pecho en el agua, ir caminando entre las piedras con el agua que empuja. Es increíble ver a los pescadores que tienen unos botes – caicos – que hacen ellos mismos con ramas y troncos. Ellos se fondean al borde del salto, en estos botes muy rústicos, y pescan en la tormenta del salto porque allí hay peces muy grandes que van remontando el río para desovar. Una vez que pasamos eso, era una postal ver esa herradura con todos los botecitos en el borde y nosotros mucho más abajo”.

Tanta generosidad de la naturaleza no se ve retribuida por los humanos: nuestros viajeros tomaron contacto con dos situaciones complicadas.

Una es la pesca ilegal. “En Argentina está prohibida la pesca con red, en cambio Brasil lo permite. Ellos hacen harina de pescado, entonces no respetan el porte del pez, los grandes compradores llegan con camiones y se llevan todo. Hay gente que sólo vive pescando, son un poco salvajes, van de noche y ponen redes en todo el ancho del río. Nuestra Prefectura les levanta las redes, pero ellos son muchos y están mejor armados, así que es difícil combatirlos. Esa es la cultura del lugar, porque siempre hubo abundancia extrema, entonces la gente piensa que nunca se va a terminar el pescado”.

El segundo problema es la espada de Damocles que pende sobre la región: las mega-represas. “Después de ver tanta belleza, nos duele que el gobierno nacional quiera hacer dos megarrepresas: una en Garabí – Corrientes – y la otra en Panambí – Misiones. Eso implicaría que la cota del río suba a niveles altísimos y todo lo que vimos quedaría totalmente debajo del agua. Sabemos que las mega-represas no son la forma de generar energía limpia. Hay otras propuestas, pero no son escuchadas. En Alba Pose estuvimos con la Mesa Provincial del No a las Represas. Hubo un corte de río simbólico con argentinos y brasileros, porque esto afecta a los dos países”.

 

La selva y el ecoturismo

No sólo el paisaje corre el riesgo de modificar su fisonomía, también los nativos de la zona se han visto afectados por la sociedad de consumo.

“Pocas son las aldeas de guaraníes que quedan, porque el capitalismo también se metió entre ellos. Pero muchos conservan su cosmovisión de la naturaleza, saben que son parte de ella”.

El ecoturismo se ha transformado en un recurso importante para la zona y, de alguna manera, permite la protección de la selva.

“La gente piensa que Brasil tiene más selva que Argentina, pero el último relicto de la selva paranaense está en nuestro país, porque Brasil deforestó todo cuando estalló el boom de la soja. Del lado argentino se pueden ver monos, tucanes, tapires; del lado brasilero, si se mira desde cierta altura, se ven las divisiones entre campo y campo. Está todo pelado, ya no queda selva. Nosotros, en cambio, tenemos la reserva de biósfera de Yaboty, el Parque Provincial de Moconá”.

Jorge indicó que, aunque los lugareños son concientes de la necesidad de proteger la selva, “también tienen muchas necesidades, así que, si tienen necesidad de cortar un árbol…” y remató: “La naturaleza va desapareciendo muy rápido y el ser humano va tomando conciencia a un ritmo muy lento, esperemos que la matemática ayude al futuro”.

 

Río abajo

A la altura de Corrientes, en el Uruguay se forman bancos de arena blanca con selva. No sólo se destaca el paisaje natural, “la identidad del correntino es envidiable”. Allí se da la conjunción del guaraní y el criollo y “eso hace una variedad cultural riquísima”.

Ya en Entre Ríos, “desaparece la vegetación alta y aparece la estepa, con espinillos, talas. Allí el paisaje es más abierto y ventoso”. Otra cosa también desaparece: la corriente continua del río, por la presencia de la represa binacional de Salto Grande.

“Al llegar a la represa, había 46 metros de profundidad (el promedio del río en todo el trayecto es de unos 3 metros). Se forman olas gigantes, por eso el guardacostas nos siguió por precaución. Por supuesto, allí es imposible remar, hay que ir a tierra y dar toda la vuelta”.

Jorge recordó que “el lago de la represa dejó bajo el agua a Federación. La cantidad de agua que se puede juntar allí es inimaginable; si llueve mucho y Brasil tiene que tirar agua de sus mega-represas, puede ocurrir un desastre”.

Salto Grande partió al río: de un lado quedaron las aguas cristalinas, del otro “un río que parece haber perdido su esencia: el agua está quieta, el color cambia, también la temperatura”.

El recorrido por el Uruguay concluyó cuando llegaron al arroyo Martínez que los condujo hasta Villa Paranacito: “Ahí nos esperaba la Prefectura, que nos dio albergue. Durante todo el viaje estuvimos en sus destacamentos, compartiendo comidas y muchas historias. Nos dieron una gran mano, estamos muy agradecidos”, explicitó Jorge, que, antes de llegar a su casa en el Gambado, remontó el arroyo Bravo, donde vivía su padre cuando era chico.

Este viaje terminó, pero seguramente para Jorge y Sebastián en lugar del cartel de “the end” debe haber uno que dice “continuará”.

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