Descubrir una vocación, desarrollarla y volcarla en la carpa

Compañía Nacional de Autómatas La Musaranga. Tienen una carpa donde despliegan un espectáculo para toda la familia, hacen una revista, editan libros, construyen muñecos y juegos con materiales en desuso. El multifacético grupo, con la estética de la sencillez, reaviva viejas rutinas circenses que “hacen matar de risa a todos”. Se los encuentra periódicamente en la plaza de San Fernando; hace poco incorporaron al grupo un espectáculo con cuentos de Fontanarrosa. Los miércoles están con el Tata Cedrón en El Puchero Misterioso, en Hasta Trilce.

 

Mientras hacía ruidito con la cucharita de café, Pedro Hasperué nos contó que el 24 de junio de 1995 (vaya exactitud!), La Musaranga hizo su primera función de títeres/carpa/kermés/parque de diversión. Pero el germen estuvo 5 años antes, cuando en el barrio San Roque, de San Fernando, comenzaron a compartir el tiempo con los niños, pintando, dibujando, haciendo muñequitos, inventando la vida.

“Un día estábamos con la Chuchi armando una historieta, de ahí pasamos al muñeco, entonces fuimos a la zanja del barrio y agarramos unas maderas (y en un paréntesis Pedro recordó que su abuelo le hacía robots con taquitos de madera) y otras cosas. Llevamos lavandina y yo estaba limpiando y la nena me dijo ‘mirá, Pedro, si le ponemos dos tapitas, parece la cara de un señor’”. Ese fue el germen de otra característica de la compañía: darle una segunda oportunidad a un objeto que cayó en desuso.

De la Casita de la Leche – imaginamos un saloncito de 3×3, levantado a fuerza de voluntad y subsidios – pasaron a la plaza (el sol y el aire son siempre vivificantes), de los muñecos a los títeres, de la carpita a la carpa más grande; con unas bicicletas viejas, Pedro armó unos juegos, “los pibes los atendían, se cobraban unas moneditas, se hacían las obritas de títeres con los chicos. De ese elenco inicial quedan tres, ya con hijos”.

Ah, detrás de todo – como ahora en El Puchero Misterioso – estaba Alejandro Cantarero, el Flaco, el otro fundador de este camino de sutil alegría.

Juntos fueron construyendo, “a golpes de corazón”, la Compañía Nacional de Autómatas La Musaranga.

 

Desde las artes y los oficios

Terminado el secundario, Pedro y Alejandro iban a pintar al puerto de San Isidro; instalaban el caballete y capturaban la naturaleza, “hasta llegamos a hacer asaditos a la noche”. Los imaginamos cargados de exaltación poética y con un tenedor en la mano.

Los cuadros se fueron sumando, entonces “hicimos una muestra en una plaza y como teníamos unos muñecos, dije ‘¿y si ponemos una musiquita, hacemos una pantomima y armamos una típica de tango?’, porque nadie se animaba a hablar”. Por suerte, el cuñado del Flaco Alejandro se animó, hizo de presentador, armaron un cuadro musical con los muñecos y he ahí otro germen de La Musaranga.

Con el tiempo se fueron acercando amigos de saberes múltiples: las vecinas que saben coser; don Roberto, un veterano encuadernador; actores; músicos; escritores. “Nuestro trabajo lo hacemos desde las artes y los oficios. Arte aplicada al oficio. En nuestra cultura, la cuestión manual está como relegada y las cosas del pensamiento parecieran más elevadas. Nosotros mezclamos esas figuritas, porque si alguno llega a escribir lindo, acá arma su propio libro”, explicó Pedro.

Tienen una pequeña editorial (UBOVAR); los mismos integrantes de la compañía encuadernan, hacen los dibujos, grabados y, desde luego, el contenido. Un libro muy recomendable, sobre todo para aquellos que están buscando una señal del destino, de las estrellas, del viento o de un libro, es Horoscopero Etéreo Criollo, de Tiburcio Porvenir; tan cargado de filosofía, enseñanzas y sabiduría está que, al abrirlo simplemente al azar, nos encontramos con la frase “la vida cabe en una flor”. Nada más, lector, está en usted investigar dónde comprarlo.

Construyen, también, muñecos para la venta; justamente durante la entrevista una pequeña aprendiza estaba pintando taquitos de madera, ensuciándose los deditos y escuchando, por ejemplo: “La imposición propagandística es muy fuerte. La transmisión familiar también es potente, pero, a veces, se corta”.

Esa transmisión familiar y socio-cultural es la que subyace en el armado del espectáculo que presenta La Musaranga, que no es un circo, pero sí una carpa de títeres; no es un grupo de teatro, sino “una compañía de tercera posición”. Música de Feliciano Brunelli y Rafael Rossi, la voz inolvidable de Nelly Omar o de Ignacio Corsini forman parte del espectáculo; y el entramado latente surge en el comentario de los espectadores: “Ese tango lo cantaba mi abuela, la recuerdo en el patio de casa, hacía tanto que no lo escuchaba”.

La Musaranga recupera y reactualiza una estética nacional, que nació en la carpa de los hermanos Podestá, cuando se animaron a poner en la arena del circo a Juan Moreira.

Y la niña seguía escuchando: “El teatro convencional es cerrado, intimista, no importa qué pasa con el público; en la carpa, en cambio, sí importa, cualquier cosa que pasa, se toma. Tener al pueblo-público en la cabeza es distinto, de ahí surgen los temas, el modo de actuación, el afecto hacia el otro. Todo esto sigue dando vueltas, pero conocemos otras cosas, incluso, sin querer”.

Aún en contra del bombardeo publicitario, cada vez que La Musaranga pone su carpa en la plaza de San Fernando, los niños están haciendo cola para pescar con un pescadito de fierro que baja y sube y los padres preguntan “¿cómo hacen para tenerlos así?”.

Pedro aseguró que “construir una identidad y preservarla para seguir trabajando en la misma línea” es un verdadero trabajo. Este año, casi “como la corroboración de ese camino”, el Tata Cedrón entró en la carpa, se encontró como en su casa y les propuso hacer algo juntos.

 

El Puchero Misterioso

“Para que a cada paso un paisaje o una emoción / o una contrariedad / nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte / pequeña” nació El Puchero Misterioso.

Monchito con su bombo, Isaías recitando y cantando con el Tata, Miguel López con un bandoneón que conmueve hasta la médula, unas marionetas que nos traen “la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente”,  Rojo Estambul que nos despierta la pasión “con toda la furia de la lluvia, con todos los tambores de la lluvia, con todos los violines de la lluvia”, banderines, un hombre misterioso con una vieja valija y la voz del poeta Tuñón y el asombro y la emoción del público se juntan y crean, irremediablemente, belleza.

El espectáculo es para todos, pero “no para cualquiera”; hay que vibrar en la cuerda poética, mágica, en la cultura nacional y popular.

“El Tata es de lo más generoso, estamos agradecidos de por vida”, dijo Pedro Hasperué. Nosotros también.

 

Foto: Pedro Hasperué y la pequeña aprendiza

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