La sana costumbre de mantener las tradiciones

Desde Cerro Colorado, Córdoba, la famosa tejedora Nora Suárez cuenta cómo aprendió a tejer en telar horizontal, típico de la zona, y su intención de que los más jóvenes continúen con esta tradición.

 

Las viejitas tejedoras / no debieran morir / los criollos ya no tenemos / a quién mingarle un mandil”. Así homenajeaba Atahualpa Yupanqui a doña Guillerma, la tejedora que le hacía la vestimenta para su caballo.

Antiguamente, en todas las provincias argentinas, las mujeres del campo sabían tejer. “Antes todos teníamos telar en casa. Antes no se compraba nada”, confirmó Nora Suárez, eximia tejedora de Cerro Colorado, Córdoba.

Efectivamente, en cada casa había un telar y, mientras las más ancianas iban tejiendo, las jóvenes aprendían. “Mirando a mi mamá empecé a los 15 años. A los 20 ya me largué sola. Y cualquier duda que tenía, se la preguntaba a ella”. Hasta el día de hoy, Nora sigue tejiendo, en el telar que fue de su madre, y ahora es ella la referente de todo aquél que quiera aprender.

Consultada sobre el tema, la Lic. en Folklore María Angélica Gualmes Namuncurá, expresó: “Antes, todas las familias hacían ese trabajo. Ahora, aunque se está perdiendo, en todos lados quedan personas que persisten en mantener costumbres ancestrales”.

Don Américo, marido de Nora, no queda fuera de la tarea de su esposa, por eso aseguró: “Nuestra idea es que, cuando nosotros nos vayamos, queden otros”.

 

No hay dos iguales

Después de haber estado mucho tiempo a la intemperie, la familia pudo levantar un techo para proteger el telar; hecho de algarrobo, es eterno, igual que sus tejidos. De tanto dar vueltas, el palo envolvedor se ha suavizado y ya no arranca quejas de las manos de Nora que, seguramente, en las tardes de sol imperturbable, recuerda a su madre sacándose alguna astilla.

En octubre esquilan las ovejas; la lana pasará por un proceso de lavado, hilado en rueca, nuevo lavado y teñido. Con la materia prima ya lista, Nora empieza a tejer acompañada por las aves de corral, la radio y el mate; cuando el viento sople, escuchará el musitar de las hojas del tala, que de tan viejo, puede contar mil historias.

90 días le ha llevado la manta de una plaza que extiende sobre la mesa. “Para hacer esta manta, se necesitan 5 kilos de lana”. Necesita también mucha corteza para obtener los tintes que les darán vida a las guardas y en eso la ayuda don Américo. “Tiene que meterse en el bosque y sacar la corteza; luego se hierve. Algunas tinturas llevan lumbre; otras, no”. Mucho debe trabajar, ya que es necesario llenar tachos de 20 kilos.

Algarrobo, piquillín, chañar, romerillo son algunos de los árboles de donde se obtienen los tintes. “Para sacar la corteza, no volteamos ningún árbol. Buscamos un árbol seco o cortamos ramas”, aclaró Nora.

“El monte da sus secretos / al que hierve sus raíces”. A la búsqueda de colores, Nora sigue investigando: “Probé tusca, también la semilla del duraznillo para obtener verde que es difícil de conseguir”.

La tejedora va realizando la planificación de su trabajo sobre el telar mismo, en función de la cantidad de lana y los colores que tiene. “Es muy difícil hacer una prenda igual a la otra. Por más que uno quiera, no sale”.

“Ese es el encanto que tienen”, expresó la licenciada, “el valor de lo que no se puede repetir. Se podrán hacer muchas cosas de manera industrial, pero la persona conocedora inmediatamente se da cuenta. No se puede comparar nunca un trabajo que tiene anilinas con otro que tiene tintes naturales, por ejemplo”.

Quienes aprecian los tejidos de Nora, son los extranjeros: “Acá vienen de Estados Unidos, de Europa”.

Resaltando la necesidad de conservar estos saberes, la investigadora comentó que aquellas culturas han perdido prácticamente todas sus artesanías: “La pérdida es más pronunciada que la nuestra. Así que, si a nosotros nos asombra ver a una señora tejer en telar, a ellos mucho más. Muchos europeos lamentan haber perdido sus tradiciones, por eso viajan por nuestros países”.

Terminado un tejido, Nora inicia una nueva urdimbre para seguir el diálogo permanente con sus antepasados, que están presentes en sus saberes, en las costumbres y en las prendas que de ellos ha heredado, que, recalcó, “son eternas”.

“En otros espacios, la gente no entiende cómo se puede tener una relación permanente con los antiguos, pero ahí están, en sus prendas, en ese telar y esto genera un compromiso mayor. De ahí es de donde se saca la fuerza para seguir”, subrayó la Lic. Gualmes Namuncurá.

Cuando ya las ovejas volvían a su redil y el olor a peperina invitaba a un té, los vientos trajeron el recuerdo de una copla para la ocasión: “Mi madre es una pastora / mi padre un labrador / él de su vida hace un grano / y ella de su alma, un vellón”.

 

Hace ya unos años, en el mundo entero resurgió el gusto por el tejido en dos agujas y crochet. Por esto, el 9 de junio se festeja el Día Mundial del Tejido en Público. Iniciado en Europa, este festejo pasó también a nuestro país y el sábado 9 se celebró el evento en la Biblioteca Popular Cronopios de Villa La Ñata. Muchas mujeres se juntaron para compartir una tarde y tejer para los niños del Jardín de Infantes n° 954, islas Tigre.

 

Foto: Nora y su esposo Américo con la manta de una plaza.

Deja una respuesta