Los castigos no disminuyen la criminalidad

Derecho Penal: Pasado, presente, futuro

Una historia del derecho penal y una propuesta para cercar a la corrupción pública. En el libro publicado por Acercándonos Ediciones, Derecho Penal: Pasado, presente, futuro, del Dr. Carlos Parma, se logra un acercamiento a las escuelas del derecho penal, desde la inquisición hasta nuestros días. Humanización de las cárceles y vida digna para todos los ciudadanos, única fórmula para evitar la criminalidad. Corrupción pública: un delito contra la infancia, debe ser imprescriptible y de lesa humanidad.

        En un momento en que se habla de la criminalidad organizada, aparece el libro del Dr. Carlos Parma, Derecho Penal: Pasado, presente, futuro. Un libro breve (95 pág.) que nos permite acceder al complicado mundo de las penas y castigos, ejercidos por el Estado, que no han logrado disminuir la criminalidad ni los actos antisociales.

        El Dr. Parma es docente, jurista, Juez de Cámara en el Tribunal Penal de Menores de Mendoza; especialista en Derecho Penal, recorre en su libro la dogmática jurídica penal, advierte que es necesario humanizar las cárceles y el trato de aquellas personas que han sido condenadas por algún delito y, finalmente, desarrolla una interesante propuesta para combatir el auténtico mal que afecta nuestras vidas: la corrupción pública, que es un delito que socava el futuro de nuestros países.

        Como en todos los otros aspectos, los invasores europeos impusieron sus lógicas punitivas en este continente; sus pensadores y filósofos siguen influyendo sobre nuestras vidas. Sin embargo, desde hace algunos años, países andinos han recuperado una máxima de los pueblos pre-hispánicos: Ama sua, ama llulla, ama quella; no seas ladrón, no seas mentiroso, no seas perezoso, son los principios que, según parece, rigieron la vida de los pueblos andinos. Al respecto dice Carlos Parma: “Este paradigma derivativo va mucho más lejos que cualquier norma punitiva y logra un condicionamiento positivo social y neuronal que disuade y neutraliza conductas delictivas”.

Del talión a “hecha la ley, hecha la trampa”

        Se dice que la ley del talión fue el primer principio jurídico que le puso límite tanto a la venganza, como a los castigos ilimitados. Dicha ley establece una justicia retributiva, es decir un castigo proporcional al daño cometido, de ahí la famosa frase ojo por ojo, diente por diente.

        Transcurrido mucho tiempo, aparece otro cuerpo jurídico formulado por la temible inquisición. ¿Quiénes llegan al tribunal inquisitorial? “Los herejes, o sea mujeres, homosexuales, gitanos, negros, es decir los distintos. En este caso, la pena quitaba la vida, a través de la tortura institucionalizada por la inquisición”, nos explicó el Dr. Parma en una amena e instructiva charla.

        Toda Europa se vio sometida al teatro del suplicio, como dice Foucault; a finales del siglo 18, el espectáculo punitivo comienza su declive, pues “el Estado necesitó caminos, construcciones, puentes y la cárcel pasó a ofrecer esa mano de obra barata”. O sea que se recluye a la persona quitándole su libertad. “La pena siempre quitó algo: la vida, un ojo, bienes, la familia. Como ahora eso no se puede hacer, entonces quita tiempo y eso se hace con la reclusión en las cárceles, que se han transformado en un depósito de cuerpos. Allí están los delincuentes fracasados, porque los delincuentes exitosos no van a la cárcel”.

        También Foucault nos habla de esto: la reforma de la “justicia penal” hacia fines del siglo 18 no responde a una nueva sensibilidad, sino a la repartición, más ordenada, de los ilegalismos. El código penal sancionará de manera estricta el ilegalismo de los bienes materiales (robos), lo más accesible a las clases populares; mientras que dejará silencios, vacíos, interpretaciones para los ilegalismos de los derechos (fraudes, evasiones fiscales, operaciones comerciales irregulares) que tendrán jurisdicciones especiales, multas atenuadas, componendas, etc., reservados, desde luego, a la burguesía. En síntesis, el sistema capitalista introduce sistemática y tentacularmente el castigo de los cuerpos sobre una sociedad que necesita someter y disciplinar.

En lugar de represión, prevención

        Con una expresión sencilla y triste, “el derecho penal no tiene nada feliz para contar”, el Dr. Parma nos informó sobre una realidad evidente: “Las penas no restituyen nunca el daño causado por el delito”.

        Sin embargo, frente al aumento del delito común, “la respuesta que da la política pequeña es la represión, es decir que se aumente la cantidad de años en las penas, más policía en las calles, más cárceles. Sin embargo todos conocemos perfectamente la solución para disminuir el delito: mejor educación, más vivienda, más salud, más trabajo. El único camino posible es la prevención”.

        Evidentemente, la política nacional va en un camino decididamente inverso: la pérdida de puestos de trabajo es alarmante. “Cuando se apaga el humo de una fábrica, se abre la puerta de una cárcel”, sentenció Carlos Parma.

        La sobrepoblación de las cárceles de la provincia de Buenos Aires hizo que, en 2016, se decretara la emergencia del Servicio Penitenciario, anunciando la gobernadora Vidal la construcción de nuevas cárceles. No sólo no se construyeron las cárceles – que podrían mejorar las condiciones de vida de los presos – sino que aumentó la tasa de encarcelamiento.

        “¿Son las cárceles espacios para que el sujeto sufra o pueden tener función de resocialización? ¿Puede el sistema hacer que el tránsito por la cárcel transforme al sujeto en alguien próspero para la humanidad? Éste es un gran desafío y debe hacerse en un lugar humanizante y no en un lugar donde pululan enfermedades, hacinamiento, malos tratos”.

Corrupción pública

        Abogando de manera constante por una política de prevención, el Dr. Parma aseveró: “Todo el dinero que le falta a la política de prevención va al bolsillo de los corruptos”. Y mencionó el caso de Marcelo Odebrecht: “Un corrupto universal que ha logrado lo que no logró Bolívar, unió el sur para la maldad”.

        En 2016, Marcelo Odebrecht fue condenado a 19 años de presión por la causa Lava Jato. “Empresario experto en licitaciones públicas latinoamericanas. Facturó a través de su conglomerado empresarial 14.000 millones de dólares en operaciones espurias y no tanto. Sobornó por más de 800 millones de dólares”, escribió Parma en su libro.

        “El corrupto tiene miopía de futuro, porque sólo piensa en la recompensa inmediata. Y tampoco le interesa si tiene que pasar uno o dos años preso, paga el costo y listo”. En efecto, después de 2 años de cárcel, Marcelo Odebrecht – decidido a colaborar con la justicia de su país – pasó a cumplir condena domiciliaria.

        Este caso dejó al descubierto que “la corrupción pública es una gran epidemia que recorre América Latina”.

        La corrupción se entrelaza con todas las penurias que sufren los pueblos latinoamericanos, por eso el entrevistado sostiene que “este tipo de delito es contra la infancia, porque le prohíben a los niños tener leche, pan, vivienda, educación. Son delitos que afectan el futuro de la Nación”.

        La corrupción pública arrasa con el futuro de los niños y con la confianza de los ciudadanos, por eso actuar sistemática y decididamente sobre las mafias político-empresariales es imprescindible, de ahí su propuesta de declarar estos delitos en imprescriptibles y que sean tratados como delitos de lesa humanidad. “Si así son tratados, nos vamos a dar cuenta que producen muertes por goteo, muchas más que las que podría producir un asesino serial”.

        El Dr. Parma nos explicó que sobre la corrupción pública se ha trabajado teóricamente, que hay convenciones internacionales, pero, dado que se ha tomado casi como algo habitual, él propone que “se trabaje desde muchas áreas, no sólo desde la justicia. Porque si los periodistas enseñan a un Fariña como un hombre exitoso que se casa con la mujer más maravillosa del mundo, que tiene el mejor auto, que tiene dinero en Miami, que viaja, que es buen mozo, están comunicando que es un gran negocio ser corrupto. Lo que hay que decir es que ese señor, como otros tantos, produce hambre, daño, pobreza. Si eso se comunica, entonces se va a estar desalentando a futuros corruptos”.

        Profundizar en el tema es necesario, por eso queda hecha la invitación a leer el libro del Dr. Parma así como a estar atentos frente a aquellos comunicadores que, extraviados en el mundo de los espejitos de colores, ocultan la realidad y engañan al público.

Por Mónica Carinchi

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