Huellas del pasado y nuevos diseños en mimbre

, Medio Ambiente

Artesanas de la 2da. sección del Delta están los sábados en el mercado Sabe la Tierra. Con mimbre y otras fibras vegetales, Alicia y Susana rescatan saberes y se aventuran a la innovación.

El mimbre es un vegetal apto para el tejido; existen menciones sobre su uso que datan de 3000 años. Se presume que las primeras culturas que lo utilizaron, vivían rodeando el Mediterráneo. Fue Sarmiento quien lo introdujo en 1855 en el Delta del Paraná y, a partir de ese momento, se propagó con rapidez. En la actualidad es en esa zona donde se encuentra la mayor concentración del país (98% de la producción nacional). Muchas son las historias que se tejen alrededor de esta noble planta.

 

Así empezó la artesana Alicia

Terminando sus estudios secundarios, Alicia Montegutti se inscribió en su primer curso de tejido de mimbre: “Me inicié en esto casi por casualidad, se me presentó la oportunidad de hacer un curso que duró sólo 3 clases, aprendí lo básico, me gustó mucho y seguí sola, copiando”.

Después trabajó como vendedora, en el puerto de frutos, en una cooperativa de mimbreros y “viendo los productos que tenían, terminé diseñando una panera que no había en ningún lado. Así empezó la artesana”, destacó Alicia.

La artesana se estrenó con paneras cuadradas y a partir de ahí, comenzó a “ocupar espacios vacíos”. Descubrió también que “todos hacían estrellas de una misma forma y que no había estrellas de 5 puntas” y pensando en lo que a ella le gustaría comprar y no había, avanzó sobre sus propios diseños.

“Hay una forma madre de tejer el mimbre, está en uno salir de ella y diseñar con el propio toque”, expresó Alicia, que actualmente combina técnicas y materiales según su gusto y necesidad.

Uno de sus diseños son estructuras en mimbre seco y papel, forradas con fibras naturales, por ejemplo formio. “Yo lo uso mucho porque es una planta del Delta, manuable y noble. Con las hojas de formio se pueden hacer manijas, un tejido o un colgante. Es una planta muy noble en todos sus usos”.

El trabajo de artesana tiene para Alicia un beneficio adicional: “Yo tengo mi taller en casa y eso me permite estar con mi hijo, por eso también soy artesana. Lo decidí definitivamente cuando quedé embarazada porque era una forma de quedarme en casa para cuidar a mi hijo y también desarrollarme en lo que yo quería. Un trabajo con un horario estricto no me permitiría hacer la vida que hago: mando a mi hijo a la escuela, lo veo llegar, hago la tarea con él. Esto para mí es superimportante”.

Por ser habitante de la 2° sección del Delta, desde muy pequeña, Alicia conoce la historia de la artesanía en mimbre: “Hubo un momento en que había tanta cantidad de mimbre que bajó muchísimo, tanto la calidad como el precio. Mucha gente dejó de trabajar porque ya no le convenía. Ahora que hay menos mimbre, está revalorizándose el trabajo, pero también hay menos artesanos. Hay cosas que ya no se hacen, por ejemplo los asientos de junco, eso se perdió porque los artesanos no transmitieron el conocimiento”. Hay muchas cosas que se dejaron de hacer, por ejemplo el canasto de bicicleta. “Con mi compañera Susana nos propusimos rescatar esas cosas que dejaron de hacerse, por eso nosotras tenemos canastos de bici o la churrerita que las señoras nos dicen ‘uh, con eso juntaba los huevos mi mamá”.

 

Tejido y memoria

Además de artesana, Susana Medina es productora de mimbre: “En mayo se empieza a limpiar, en junio voltea la hoja, cuando empiezan las heladas se seca y queda la vara pelada. Ese es el momento de cortarla”. Sobre los colores de este noble vegetal, contó: “Si se lo quiere blanco, se lo vuelve a enterrar, así en la primavera, cuando brota, se lo pela y queda blanco. Para hacerlo rosado, se lo hierve, después se echa a un pozo de agua fría, se lo deja entre 15 y 20 días y cuando se pela, queda rosado. Si se quiere negro, se toma el rosado, ya seco, y se lo vuelve a meter en el recipiente con el tinte que largó el mimbre verde, y queda negro”.

El trabajo para obtener las varillas de mimbre lleva de 6 a 8 meses, con jornadas intensas: “Nosotros no nos regimos por horario, amanece y ya nos ponemos a trabajar. Después de comer, seguimos hasta la noche. Son 12 o 14 horas, no hay sábado ni domingo, porque, cuando estamos en cosecha, sólo se descansa cuando llueve. Si en 20 o 30 días no llueve, no se pierde un solo día de trabajo”.

Susana lleva sobre sus hombros una tradición familiar: “Nosotros somos 7 hermanos y como no había tanta plata, mi papá hacía todo. La leche que se tomaba era de nuestra vaca, la carne, la verdura de la huerta. Se autosustentaba completamente”. También hacía muebles y canastos: “Mi papá estaba trabajando y nos decía ‘pasen esto por acá, pasen esto por allá’, así, jugando, tejíamos y de repente terminábamos un sillón. Fuimos creciendo y nos fuimos olvidando, pero en alguna parte de mí eso quedó, porque, cuando veía un canasto, me agarraba una emoción”.

En la década de los 90, también ella se anotó en los talleres: “Yo necesitaba que me enseñaran las terminaciones, porque tejer sabía, yo me fijaba cómo estaba hecha una cosa y la tejía”. Ahora, que hace años que teje, están volviendo a su memoria las trenzas que hacía su padre. Susana se dedica fundamentalmente a las piezas grandes, como canastos guardarropas, esos donde seguramente se escondería jugando con sus hermanos, mientras las manos de su padre iban construyendo vida con su trabajo.

Deja una respuesta