Canoas y remos de madera salidos de la mano de un luthier

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Un oficio que empezó como hobby. Nacido en un típico barrio tigrense, conocido como la colonia turca, Lucas Míguez desarrolló una tarea que le permite vivir y trabajar en el Tigre que ama. Aprendió con un libro y con las lecciones y consejos que le han dado los viejos carpinteros navales. En las noches de luna llena, echa al río su canoa y recorre el delta, contándoles a los turistas historias que a todos les gusta escuchar.

 

        Llevar a los amigos a pasear por el Delta, para un tigrense es algo bastante habitual; remar desde pequeños en una canoa canadiense, aventurándose por los canales que desembocan en el Gambado, también suele ser una actividad frecuente. Pero que los paseos de fin de semana se transformen en un emprendimiento turístico y la construcción de canoas y remos, en un oficio que sostiene a la familia, por lo menos para los tiempos que corren, ya no es tan común, sino la historia personal de Lucas Míguez, un vecino que reconoce las maderas por su olor y está orgulloso de rescatar el oficio de hacer remos artesanales.

 

El aliento necesario

        Los primeros que disfrutaron de esas historias que circulan de islero en islero, de los aromas y de la infinidad de verdes que adornan la isla, fueron los amigos. “Y un día vino un muchacho israelí que nos alentó para que sacáramos más gente”. Entonces se fueron armando las excursiones, los días de semana para aprovechar la tranquilidad del río y las noches de luna llena, para alimentarse de la magia nocturnal.

        “Cada excursión es única. Vemos restos de casas, estatuas. Por ahí aparece una pava de monte, que quizás no interese mucho a los turistas, pero si les explicamos que han vuelto a aparecer, eso sí interesa”. Claro, estos jóvenes transmiten su propio entusiasmo por lo que ven, por eso detectan las peculiaridades del lugar mientras van dirigiendo con mucha seguridad la canoa y así los visitantes pueden dar sus primeras paladas con tranquilidad. “Vienen niños de 5 años a adultos de 80. Damos una pequeña instrucción en la rampa, explicamos por dónde vamos a navegar, cruzamos al Gambado y empezamos el viaje”.

        Como parte de la excursión, en el refugio donde se toma el necesario refrigerio, se da una explicación del proceso de construcción de las canoas y, de este modo, cada visitante se adentra en el encanto de darle forma a la madera.

 

Entre remos y canoas

        Con la instrucción de un libro y el entusiasmo por hacer lo que gusta, Lucas Míguez y Walter Besada hicieron una canoa, hace casi 20 años, que todavía siguen usando.

        “Empezamos como un hobby, nos juntábamos los fines de semana a trabajar. También hicimos los remos y comenzaron a preguntarnos si los hacíamos para vender. Entonces tomé la decisión de vivir de lo que me gustaba, dejé la facultad, mi trabajo y nos iniciamos con remos de canoa, después de kayak y, por último, de bote de club”.

        El trabajo abunda, por un lado porque cada vez hay menos gente que se dedica a este oficio y, por otro, porque cada remo que sale del taller de Lucas, es una pieza única, tratada con detalles de terminación. Y esto tiene un secreto: hasta hace unos años, Lucas se dedicó a la fabricación de violines y como la nostalgia es una especie de boya que siempre está flotando, nos aseguró que, cuando ya no pueda levantar tablas, retomará la luthería, que tiene el encanto de “trascendernos en el tiempo, mucho más que un remo”.

        El único momento en que interviene una máquina es en el corte de las maderas; después, todo es muy artesanal: encolar los gajos, prensar, cortar, tallar, lijar, barnizar. “Este oficio requiere paciencia y compromiso. Cada remo está individualizado, porque uno está pensando en quien los encargó, si es hombre o mujer, si mide 1,60 o 1,90, para qué los va a usar”.

        A los pedidos individuales, se suman los clubes de la zona. Es mucha la satisfacción que sienten cuando van remando por el delta y ven pasar remos hechos por ellos.

        Un capítulo especial merecen las canoas. El modelo estándar lleva unos 2 meses de armado, con horas y horas de lijar y lijar y después 8 manos de barniz.

        Quien encarga una canoa, elige “la calidez inigualable de la madera”, sostuvo Lucas que, en los 3 últimos meses del 2013, estuvo trabajando en un Gran Paraná 21, una canoa de dimensiones considerables: “A cada canoa, desde que la empezamos, le sacamos fotos para entregarle al dueño un CD con todo el proceso. Esta, además, que es muy grande, va con instrucciones de uso y un par de clases”, explicó el experto.

        Hay canoas salidas del taller de Lucas navegando por ríos de Córdoba, Santa Cruz, Neuquén, Mendoza y también en barrios privados.

        Entre tablas de marupá africano, pino oregon, lenga, cedro y nogal, remos terminados y otros en construcción, mucho aserrín y herramientas varias, Lucas reflexionó: “Disfrutamos de este trabajo y lo elegimos para vivir y trabajar en el lugar que nos gusta que es Tigre. Pero esto no es bohemio, porque trabajamos como esclavos, porque cumplimos, tenemos un régimen casi de domingo a domingo. Esto es elegido y hermoso y, también, estricto”. Como se ve, recuperar el oficio de los viejos carpinteros navales de Tigre, lleva el sello compartido de la excelencia y el orgullo.

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