El vino de la luna menguante

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Los inmigrantes italianos y la tradición de hacer todo en casa. Como su padre en Italia, Elio Segalla prepara, en abril, junto a sus hijos, el vino que tomará el resto del año. Su esposa lo acompaña elaborando conservas. Todo lo disfrutan en compañía de la familia y los amigos.

 

Hace 86 años, en el pueblo de Chiuppano, al norte de Italia, nació Elio Segalla. A los 23 años se vino para Argentina. “Tenía una tía en Estados Unidos que me explicó que, para ir directamente para allá, había que esperar mucho porque había mucha gente anotada. Si venía primero a Argentina, era más fácil”, cuenta. Y la Argentina lo recibió con los brazos abiertos, comenzó a trabajar, le fue bien y se quedó. Recorrió varias localidades del Gran Buenos Aires hasta que llegó a Pacheco, donde vive hace 58 años.

Ada Trotta, su esposa, también es italiana. Ella nació en el sur, en San Benedetto Ullano, “es un pueblito rodeado de montañas, a 40 km. está el mar”. Llegó a la Argentina con 17 años: “Yo tenía acá una hermana y un hermano que se escapó de la guerra. Mi mamá era viuda y decidió que acá o allá, pero todos juntos. Nos vinimos con otro hermano. Yo sufrí horrores. Mi hermano vivía en Los Troncos, cerca del poli; en el 58 vino una marea terrible y nos vinimos a Pacheco, frente a la plaza”. Y fue en esa localidad donde se conoció con Elio. Después vino el casamiento.

 

Y continuaron con las tradiciones

Allá en Chiuppano, el padre de don Elio tenía viñedos; por supuesto, hacía vino. Y aquí, en el mes de abril, todos los años, con sus hijos y amigos, reitera el ritual de hacer el vino casero: “Compramos mil kilos de uvas entre varios. Ahora es fácil hacer el vino porque en el mismo lugar donde lo venden, tienen máquina para moler. Nos traemos el mosto en un tacho de mil litros, ahí fermenta durante 8 o 9 días. Después se pasa a damajuanas donde queda hasta la luna menguante”. Luego, se pasa a otra damajuana, “con una manguera que no toca el fondo para que no pase la borra”, comenta Ada y Elio explica: “Porque es lo que arruina el vino”.

Durante 3 meses, con cada luna menguante, se hace el mismo procedimiento y, después, ya está listo para tomar. Quedan varias damajuanas de 25 litros. “Hay para todos”, destaca don Elio, en quien se nota el placer de compartir lo que tiene.

El vino dura todo el año y don Elio asegura que es el único que toma, “a mí me gusta el que hago yo”.

Como los italianos no desperdician nada, con la borra del vino y el hollejo, se hace la grapa: “Se pone todo en el alambique, con fuego, se forma vapor que se condensa y sale la grapa. De a gotitas va saliendo, lleva bastante tiempo”, dice Ada, que, con esa grapa, macera uvas. ¡Verdaderamente riquísimas!!

También la dueña de casa tiene su especialidad: las conservas. “Hago todo lo que hacía mi mamá”.

En marzo, “cuando ya hace un poco de fresquito”, compra tomates y prepara la conserva. También hace berenjenas en escabeche, ajíes agridulces. “Para todo el año”, comenta.

Como buenos tanos, también tienen su quintita: “Tenemos un poco de todo: acelga, habas, radicheta, lechuga, tomates, zapallo, perejil, albahaca” y, como si hiciera falta, Ada se encarga de aclarar: “No salimos a comprar”. En esa quinta no hay ningún bichito, porque ellos saben bien que las plantas aromáticas los alejan, por eso hay menta, orégano, laurel, salvia, “todos los perfumes”, y Ada acaricia sus plantas.

Hace unos años, el matrimonio volvió a Italia y se quedó unos meses para recorrer el país y encontrarse con sus familiares. Siempre recuerdan el terruño, pero ambos confesaron que no volverían porque aman a la Argentina. Un brindis, con vino blanco, por este amable matrimonio.

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