“Estoy plenamente feliz con lo que tengo”

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Caminaba por calles de tierra para ir al colegio parroquial. El párroco de la Inmaculada de Tigre, Roberto Barón, cumplió 40 años de sacerdocio. Habló de los nuevos desafíos que enfrentan los sacerdotes y señaló que “Dios se encarga de sorprendernos cada día y hace que la vida no sea aburrida”.

 

Cuando sus padres se casaron, fueron a vivir a una zona que, por aquel entonces, no tenía nombre, “entre Don Torcuato y Villa de Mayo, por la línea del Belgrano, con el tiempo se hizo una estación intermedia, Kilómetro 30. Todo era campo, me acuerdo que la casa más cercana estaba a 15 cuadras”. Así describió el lugar que lo vio nacer, el padre Roberto Barón, párroco de la Inmaculada de Tigre, quien acaba de cumplir 40 años de sacerdocio.

Su familia participaba de la vida de la parroquia de San Marcelo, en Don Torcuato. “Tenía que caminar mucho para llegar al colegio parroquial. Lo vi crecer porque las aulas iban aumentando junto con los alumnos, hoy es un colegio de 3 pisos. Mi madre era catequista, junto con la maestra y la directora. El sacerdote era muy amigo de la familia”. Justamente ese sacerdote fue quien lo motivó para tomar los hábitos: “Yo quería ser como él por dos cosas que me impresionaban, su modo de celebrar la misa y su disponibilidad inmediata para atender a quien lo necesitaba”.

La vocación se impuso y Roberto Barón se ordenó de sacerdote y, 40 años después, dice: “Yo no siento que hayan pasado 40 años, estoy feliz en el lugar donde estoy y con las cosas que hago”.

 

Los nuevos desafíos

El padre Roberto aseguró que “cada día de la vida del sacerdote es un desafío”, pero esos desafíos han ido cambiando junto con la sociedad: “Pobre no sólo es el que vive en una villa de emergencia, pobre es el enfermo que hay que ir a visitar, el que está solo, hay muchos otros tipos de pobreza, en este tiempo la nueva forma de pobreza son los chicos que caen en las adicciones”. Esta enfermedad, aseguró, se ve en todos los sectores sociales, “en lo que se diferencian es que el pobre consume paco que lo destruye y el que tiene plata consume un tipo de droga de mejor calidad. También en esto se da la injusticia del poder del dinero”.

La aparición de los barrios cerrados ha exigido a la iglesia “la misión de crear puentes para acercar esas nuevas realidades. A todos se los recibe por igual, entonces así se puede generar una comunión”. Y contó una anécdota: “Un día hubo marea jueves y viernes, entonces en la misa del domingo hice mención a los que ayudaron durante la marea. Y cuando salí, uno de un barrio privado me preguntó ‘¿qué es la marea?’Le dije que se perdía lo esencial de Tigre porque es lo que más nos une”.

En relación a esas nuevas formas de pobreza, comentó: “Yo descubrí las pobrezas más duras de los alambrados para adentro de los barrios cerrados, no de los alambrados para afuera. Porque cuando se ponen sólo las expectativas en las cosas materiales, cuando no hay contenido del corazón, eso provoca muchísimo sufrimiento”. Asimismo, el padre Roberto advierte el otro sufrimiento: “Hay cosas que son dolorosas porque a veces los barrios privados tienen al lado un barrio humilde y la persona que hace años que está tratando de revocar su casa, un día ve que en 4 meses se levantó una casa monstruosa que le tapa el sol. Eso también genera desilusiones y muchas otras cosas”.

Junto a estas tensiones propias de su tarea, encuentra también el compromiso de los jóvenes, “que provoca mucha alegría”.

Curiosos por saber si el padre Roberto tiene alguna meta por cumplir, respondió: “Si Dios me regala hacer con alegría todo lo que estoy haciendo, no le pido otra cosa. Yo ya hice viajes, ¿ir a ver al Papa Francisco? ¿para qué gastar esa plata? La gasto en ayudar a alguien que lo necesite, yo sé que él está bien y que él me diría ‘quedate trabajando en tu lugar’. Dios se encarga de sorprendernos cada día y hace que la vida no sea aburrida. Estoy plenamente feliz con lo que tengo”.

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