Haciendo un camino hacia las raíces

Iniciar un nuevo año abandonando la queja. Abandonó sus estudios de arquitectura para incursionar por la bioconstrucción, la huerta orgánica y todas las formas que conduzcan a una vida sencilla y profunda. Hizo su casa de adobe y colabora con sus vecinos para que utilicen la misma forma constructiva. Participa en la asamblea Unidos por el Río.

 

Para aquellos que creen que la ciudad permite una única forma de vida, Nacho, un casi arquitecto de 41 años, invita a que “cada uno busque la horma de su zapato”, deje de quejarse porque toda le parece mal y empiece, por fin, una vida diferente.

Fue de la mano de su padre a la costa del río de La Plata a pescar, se recibió de maestro mayor de obra en las Escuelas Raggio, estudió arquitectura en la UBA y, en el 2001, viendo unos videos sobre el Bauen, su vida hizo un click.

“Me sorprendió eso de las empresas recuperadas y el trabajo de la autogestión”. Empezó a buscar y se sumó a una cooperativa. “Trabajé con gente que nunca fue a un industrial y estaba construyendo su casa. Había mujeres llevando la carretilla!”. Ahí también se le cayeron los modelos machistas. Después, viviendo en la isla, se volvió a encontrar con mujeres que iban hasta la orilla del arroyo para cargar barro. “Esas son las mujeres que me gustan!”.

Ahora, desde hace un tiempo, vive en el barrio El Ceibo, entre las vías del tren de la costa y el Río de La Plata. “Acá recuperamos un terrenito para hacer una huerta”. Y paseando entre los canteros, Nacho fue enumerando las verduras que, entre todos, cultivan. “También tenemos este invernadero. Acá cultivamos árboles, porque en la próxima plantada, no importa dónde, donamos árboles”. A la huerta van los niños del barrio que, además de aprender, se apropian del lugar y luego sienten propios los árboles de la zona. Además de ser un espacio de intercambio y conocimiento, la huerta sirve como un cable a tierra, cumple una función terapéutica.

De repente un lagarto, negro con manchitas amarillas, hizo una aparición sorpresiva y se fue tan rápido como llegó. “Acá todo es muy natural”, dijo Nacho a modo de explicación.

En esa pequeña huerta, este joven tiene su casa. “Está hecha con ecolabrillos y adobe. En lugar de tirar todo en la calle, yo guardo todos los papeles en los bolsillos y después se meten en las botellas de plástico”.

Todos los tamaños de botellas sirven y los envoltorios de galletitas, caramelos, etc., también. “La estructura de la casa es de madera y en el medio de las maderas, los ecoladrillos. Después revoque de adobe de ambos lados”.

En el recorrido por la huerta, estuvo presente Humberto, un vecino de 87 años que, mirando la casa, dijo: “Esta casa en invierno es calentita y en el verano es fresquita”.

Como todo está muy pensado, el techo tiene una inclinación que termina en una canaleta. “El agua de lluvia cae en la canaleta, que la encontré, y de ahí a ese tanque de 1000 litros que también encontré. Estaba pinchado y lo arreglé con un parche. El agua de lluvia la usamos para regar porque no tiene cloro”. Sobre el tanque, Nacho puso un mosquitero para que no caigan hojas, porque el agua se pudre.

Por supuesto, también hay un lugar para la compostera. “Cuando uno empieza a hacer huerta, ya hay conductas que empiezan a cambiar, no se tira más lo orgánico”.

Para cocinar tiene un horno de barro; no tiene luz, se las arregla con una linterna led; para calentar la pava, se hizo una salamandra con un termotanque, “bien de islero”.

En su pequeña casa – rodeada de vegetación – la luz ingresa por muchas ventanas y por botellas de vidrio usadas como ladrillos.

“El día que la crisis estalle, nosotros tendremos nuestros alimentos, porque vamos haciendo un camino hacia las raíces”. Nacho fue recortando lo mejor de su educación tradicional para compaginarlo con lo que aprendió de compañeros campesinos y con los recuerdos que guarda en su corazón.

“Mis abuelos vivían en Concordia y yo iba a visitarlos. Mi abuela tenía en el fondo su huerta, su gallinero, su compost y yo no me olvido. Hoy huelo el olor a albahaca y me traslado a Concordia y me acuerdo que, cuando mi abuela me hacía la comida, no íbamos al supermercado y agarrábamos una fuente de telgopor con choclos, no, mi abuela me decía ‘vamos a comer’ y sacaba el choclo de la planta. Eso no me lo voy a olvidar más”.

Obviamente, la sociedad puede cambiar, pero el modelo de vida de los abuelos de Nacho, lo debemos retomar.

“Lo que es industrial, no tiene vida. Yo hago pan con mis manos, en el horno de barro y tiene vida. En cambio, un pan fargo, lo corta una máquina, tiene todas las fetas iguales, es vacío, sin espíritu. Y no pensemos en lo que le ponen, porque un pan casero dura 2 o 3 días y después se honguea, en cambio, un pan lactal lo tenés un mes y no se honguea. ¿Qué tendrá?”.

Surgieron entonces los recuerdos de los pulóveres tejidos por las abuelas y los delantales arreglados por la mamá. Cada zurcido era una demostración de amor. “Creo que hay cosas de mis abuelos que, más allá de que la vida cambie, se pueden retomar”.

Nacho participa de la asamblea Unidos por el Río. “Desde Tigre hasta Olivos y de Quilmes a Ensenada vienen privatizando la costa. Nosotros luchamos para proteger los espacios verdes públicos, porque tenemos esa costumbre rioplatense de tirarnos a mirar el río”.

Hoy se puede decir que la costa del Río de La Plata es ancha y ajena; pero, si en este nuevo año, muchas personas deciden, como Nacho, abandonar la modorra de la queja y marchan en defensa de los espacios públicos, entonces algo estará cambiando.

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