Un nuevo aniversario del hombre que le cantó a la tierra

Atahualpa Yupanqui. Como todos los años, el 31 de enero se reunieron en Cerro Colorado, Córdoba, los admiradores y estudiosos de Yupanqui. Además de cantar y recitar su obra, su amigo Hugo Argañaraz compartió con este medio experiencias y recuerdos.

 

Decir Atahualpa Yupanqui es decir Cerro Colorado, pueblo del norte cordobés. «Porque no soy de estos pagos/ me acusan de forastero/ como si fuera un pecado/ vivir como vive el viento”. Por mil caminos anduvo este argentino, nacido el 31 de enero de 1908; pero un día llegó al Cerro y, entre el arrullo del río y la hidalguía del algarrobo, su alma de poeta quedó enlazada a ese lugar.

Agua Escondida es la casa que tardó 25 años en construir y, aunque nunca vivió allí de manera permanente, a ella volvió cada vez que giras y exilios se lo permitieron. En esa sencilla casa, rodeada de cerro, río y árboles, Atahualpa fue armando un refugio cultural que hoy se transformó en la Casa Museo Atahualpa Yupanqui. Fotos, instrumentos, cuadros, objetos típicos de distintos países se pueden apreciar, con la compañía constante del canto de don Ata.

Cruzando el río Los Tártagos e internándose en el monte, se llega a un pequeño valle que el poeta llamó El Silencio. «Y así voy por el mundo, sin edad ni destino./ Al amparo de un Cosmos que camina conmigo./ Amo la luz y el río y el silencio y la estrella./ Y florezco en guitarra porque fui la madera”. Quizás estos versos nacieron en aquel lugar.

 

Ver y escuchar

“Soy Hugo Argañaraz, puro hijo del Cerro. En este momento soy el único poblador de Cerro Colorado que nació y vive aquí. Tengo 80 años y la lucidez para contar historias sobre la vida de don Ata”.

Yupanqui vivió 8 años en la casa de la familia Argañaraz y conoció a Huguito – como lo llamaba con evidente afecto – siendo muy pequeño. “Don Ata me confeccionó mis primeras yutas (ojotas de cuero que se atan en las canillas). Antes teníamos un par de alpargatas que nos tenían que durar todo el año. Y con las yutas andábamos sin cuidado”.

Con sus ojotas, el niño subía de la mano de don Ata por la falda del cerro Veladero; allí compartían los silencios mientras don Ata aprendía de la Naturaleza. «Para el que mira sin ver/ la tierra es tierra, nomás./ Nada le dice la Pampa/ ni el arroyo ni el sauzal”.

Don Ata era un hombre de palabras contundentes, no le gustaba que los desconocidos le pidieran que se tocara algo, pero, si se encontraba a gusto en una reunión, tomaba su guitarra y podía quedarse horas cantando. Don Hugo lamentó que aún no se lo reconozca como lo merece. “Será porque lo veíamos con tanta humildad, compartiendo con todos un mate, un vinito, conversando. Era una enciclopedia abierta”.

Durante sus viajes, Atahualpa le envió muchas cartas a su amigo; en la primavera francesa, le escribió: “Ustedes ya andarán buscando ponchos en la tardecita y doña Esther (madre de don Hugo) agenciándose yuyitos para la hora del mate. Siento mucha nostalgia del pago y nada sería más hermoso para mí que aparecer por tu esquina, atar mi caballo y entrar a saludar gente”.

Como suele suceder con nuestros grandes artistas, fue más reconocido en el exterior que aquí; con delicadeza, supo transmitir su dolor por este hecho: “Vivo aquí en Francia con bastante comodidad, trabajo bien, soy considerado en mi tarea artística. Nunca me faltan conciertos, pero la patria galopa en la venas y uno vive atajándose las ganas de internarse por caminos de tierra”.

Acompañado de su guitarra, Atahualpa recorrió los grandes escenarios de Europa, Japón, Israel, Estados Unidos; su lugar en el mundo fue Cerro Colorado, por eso allí decidió descansar para siempre: a la sombra de un gran roble, sin cruces, reposan sus cenizas y las de su amigo El Chúcaro.

Todos los eneros, para el aniversario de su nacimiento, se juntan en el Cerro los yupanquianos; recitadores y cantores van tomando el micrófono y la serena armonía se instala en el lugar, haciéndole honor a los versos del poeta: «Siempre bajito he cantado/ porque gritando no me hallo/ … / que el que se larga a los gritos/ no escucha su propio canto”.

 

Foto: Piedra que marca el inicio del recorrido por la Casa Museo Atahualpa Yupanqui

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