Plantas silvestres comestibles. Están a nuestro alrededor

En jardines, terrenos baldíos, al costado de las vías, crecen, tenazmente, las denominadas malezas. A pesar de este nombre, si aprendemos a reconocerlas y utilizarlas pueden ser un gran aporte para nuestra alimentación.

 

Cada vez que se encuentra, en el jardín o huerta, una planta que nació espontáneamente y crece fuerte sin requerir ningún tipo de cuidado, el dueño del lugar siente que las malezas están estropeando su trabajo. Ya lo ha dicho un estudioso del tema: “Cualquier planta que insiste en crecer donde el agricultor quiere que crezca otra, es una maleza”. Pero si “cambiamos nuestra cabeza”, como dice Martín Quiroga, y “en lugar de odiar a esa planta, estudiamos el proceso natural y sacamos provecho de él”, podemos comer mejor y trabajar menos!

Después de abandonar la vida citadina, Martín comenzó a estudiar botánica en el Museo Hudson y se apasionó con las malezas comestibles. “Empecé con la experiencia, o sea a comer todas las plantas que nacen espontáneamente en el jardín o en la calle”.

Se debe recordar que las células animales y las vegetales son muy distintas y los patógenos que las afectan, también. La precaución que se debe tener antes de comer plantas silvestres, es lavarlas bien, incluso remojarlas unos minutos en agua con dos gotitas de lavandina. ¿Quién nos asegura que las lechugas que comemos no están expuestas, al menos, al roce de animalitos silvestres?

Antes de que se inventara la agricultura, los hombres eran cazadores y recolectores, es decir que echaban mano a lo que les ofrecía la naturaleza. Actualmente, los etnobotánicos están recuperando conocimientos que se fueron perdiendo. Algunos de esos conocimientos los compartió con nosotros Martín Quiroga.

 

Sabrosas y económicas

Entre las plantas que más a menudo encontramos en nuestro diario caminar, está el diente de león, una planta nativa del hemisferio norte.

“Es una especie comestible y también medicinal. Hago esta aclaración porque hay plantas que son sólo medicinales y esto significa que tienen una dosis máxima recomendada. Si uno se pasa de esa dosis, se pueden tener efectos adversos. En cambio, el diente de león se puede comer sin problemas”.

Se come crudo o hervido; tiene sabor amargo; sus flores se pueden utilizar en ensaladas; las raíces se secan, tuestan y utilizan como café. Las hojas del diente de león son ricas en vitamina A, hierro y ácido fólico; contienen más betacaroteno que la zanahoria o la espinaca.

Otra planta que probó Martín es la carne gorda, hermosísima buenaza también llamada amor porteño. “Se puede comer cruda o cocida, como croquetas. Una vez llevé a una fiesta, se las comieron todas!”. Su nombre científico es talinum paliculatum y los ingenieros agrónomos sostienen que le hace la guerra al glifosato. ¡Te queremos, carne gorda!

“La verdolaga o portulaca crece mucho en los suelos modificados donde impacta directamente el sol. Se come en ensalada y también cocida”. No sólo se comen sus hojas, también su tallo, flores y semillas. Tiene gran cantidad de omega 3, vitamina C y antioxidantes.

Recetas de borraja, una planta de la zona del Mediterráneo, figuran en el libro El Nuevo Arte de la Cocina, publicado en 1767, en España. Martín utiliza sus hojas para hacer pastas rellenas y tiene una ilustrativa anécdota: “Para un almuerzo familiar preparé ravioles de borraja. Mi viejo, que desconfía de las cosas que hace su hijo, compró ravioles. Por supuesto, comimos los ravioles comprados; después dijo ‘cociná algunos de esos, así los probamos’. Le encantaron! Tiempo después me llamó para contarme que había escuchado en la FM Tango que los conductores habían ido a un lugar relejos donde se comen cosas especiales, por ejemplo ravioles de borraja! Ahí aceptó que esa planta silvestre se puede comer. Hay muchos prejuicios, si a uno le presentan un plato exclusivo en un restaurante, eso es supermoderno; si uno lo hace en su casa, es comida de pobres”.

También el bambú tiene su aspecto comestible: los brotes son un alimento indispensable en la dieta de los orientales. En este caso, Martín tiene una propuesta especial.

 

Un recurso extraordinario

Existen más de 1800 especies de bambú. En Sudamérica es donde hay más especies nativas. Y en Argentina tenemos “dos especies de bambú sólido, una en la zona guaranítica y otra en el sur, en los bosques andino-patagónicos, que es la caña colihue”, explica Martín, que asimismo destaca: “Esta es una caña que vive 10 años, florece y se muere y, entonces, es altamente inflamable, por eso sostienen que es la culpable de los incendios. Pero se puede evitar la floración, por lo cual se mantiene viva y se convierte en cortina de incendio, ya que tiene mucha agua. En Chile es un recurso maderable extraordinario”.

Los bambusales abandonados son un desaprovechamiento de recursos, ya que “el 60% de los brotes mueren porque no tienen lugar para crecer. Para tener un buen bambusal, hay que sacarle el 80% de los brotes todos los años, de esta manera se llega al diámetro máximo del potencial de la especie”. Todos esos brotes que se deben extraer para que luego se pueda utilizar la caña, a su vez son un recurso alimenticio y económico muy importante. “El brote tiene muchas propiedades nutricionales; hay que cocinarlo unos 30 minutos, no se puede comer crudo porque es cianogénico. Aunque los orientales lo cultivan muchísimo, hay un mercado muy interesante para la exportación”.

Un país que se destaca en la utilización del bambú para la construcción es Colombia: “El arquitecto Oscar Hidalgo López propuso el uso del bambú en la vivienda social y, actualmente, Simón Vélez se destaca en el diseño de casas para ricos”. En nuestro país, es el arquitecto tucumano Horacio Saleme quien está propulsando el uso de este material.

Martín Quiroga tiene sus propias propuestas para esta planta que crece con tanta facilidad por estos pagos: realizar cultivos varios en el medio de un bambusal y plantarlo, también, en zonas áridas. “Las zonas áridas de nuestro país, en general, tienen pendientes. Si construimos la casa en la parte alta de la pendiente, en la parte baja se puede tener un bambusal y alimentarlo con las aguas grises –  ducha, lavado de ropa, orina – de la casa. Toda el agua que es contaminante, para el bambú es alimento, porque esa agua tiene fósforo, que es uno de los nutrientes del bambú”.

Para alimentarnos o protegernos de la intemperie, las plantas que crecen espontáneamente son un aliado para nuestras vidas.

 

Para continuar con el tema, recomendamos los libros Malezas comestibles del Cono Sur y otras partes del planeta, de Eduardo Rapoport; y Buenezas en la mesa, de Bárbara Drausal.

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