ARTICULO COMPLETO – 40 años en la estación de Tigre
Atienden el puesto de diarios y también a los perros que llegan al lugar. Hacen todo “de corazón” y no olvidan a otros que también ofrecen su colaboración. Simplemente son Juan y Roberto.
La estación de Tigre sufrió una gran transformación: cambió de lugar, se modificó el edificio, aumentó significativamente el número de pasajeros que la atraviesan; pero lo que no se transformó fue el afecto que Juan, el diariero, y su hijo Roberto tienen por los perros.
Desde hace 40 años, don Juan atiende con una sonrisa a sus clientes y a todos los visitantes que se acercan al kiosco a pedir información. Con la misma dedicación, se ocupa de los perros que llegan a la estación, ya sea porque son abandonados o porque otros perros los van acercando, como pasó con una perrita sarnosa que no se dejaba tocar por nadie y “otra perrita la fue trayendo, de a poco la empezamos a tocar, a dar pastillas y ahora está bárbara”, cuenta el hijo de Juan.
Los dos trabajadores llegan a la estación antes de las 4 de la mañana y “ya nos reciben, conocen el ruido de la moto”, manifiesta Roberto, “y la Negra avisa cuando llega el camión de los diarios”. Al mediodía, los comensales se acercan y “nunca dejamos a pata a nadie, cada uno tiene su bandeja y a veces comparten”, explica Roberto.
Estos dos hombres hacen todo a pulmón y muchas personas colaboran con ellos: una proteccionista –Regina – les lleva comida, también las empleadas de TBA que siempre se encariñan con algún cachorrito, incluso algunos pasajeros. “Cuando realmente algo se hace de corazón, la gente se da cuenta”, asegura Roberto, que en su casa tiene 5 perras, también recogidas de la calle.
“Acá hay 3 camas disponibles y cuando hace mucho frío, dejamos que duerman en el kiosco”, dice don Juan, mostrando a una “inquilina”, muy cómodamente instalada. Los perros que ellos tienen están vacunados y castrados; ahora Colita “anda con problemas de bronquios, pero ya tiene su medicación que la trajo una pasajera que trabaja con veterinarios”, informa Roberto, quien pide un reconocimiento especial para Carlos, un veterinario de Rincón que siempre colabora con ellos, “es una persona excelente”.
Cuando aparecen cachorros, no sólo los cuidan, también les buscan adoptantes; Roberto se para en el andén con el cachorro en brazos y empieza a decir “llevame, llevame, necesito un hogar” y siempre aparece un vecino sensible, al que “le tomamos los datos porque después nos damos una vuelta para ver si necesita algo”. También algunos perros, cuando andan con problemas, se dan una vuelta, como Tarzán que “apareció cuando era muy chiquito y después se fue, ahora anda por Rincón, manguea panchos a la bajada del puente y vuelve cuando está enfermo o tiene mucha hambre”, cuenta Roberto, acariciando a Colita.
“La estación es la casa de los perros, por eso no hacen nada acá, van a hacer sus necesidades a otro lugar. Es un respeto que ellos tienen”, sostiene Roberto y, rápidamente, Juan dice que “los perros no molestan, las personas sí, porque el fin de semana dejan una basura bárbara” y aprovecha para manifestar que los tachos no son suficientes y que los días de lluvia la gente está amontonada porque hay dos plataformas que sólo tienen 20 metros de techo. Como la nueva estación es más chica que la anterior y además la afluencia de pasajeros ha crecido, “los domingos esto es increíble”, dice el hombre que hace 40 años observa el movimiento de la estación.
Su mirada va más allá, “sábados, domingos y feriados, la calle Mitre tiene que ser peatonal porque las veredas son angostas y tienen muchas raíces, ya se cayó mucha gente”. Don Juan también se ocupa de la armonía estética del lugar, por eso, desde hace 4 años, está pidiendo que repongan la palmera que falta en la estación, “pero nadie me escucha, en Cazón un viento tiró 3 palmeras y al otro día ya las repusieron y acá pasaron 4 años y todavía nada, cualquiera se da cuenta que ahí falta algo”, y señala el cantero vacío. ¿Será que los funcionarios municipales no visitan la estación por eso no se dan cuenta de la falta?
Durante la entrevista, varias personas se acercaron a hacer consultas, “todos nos preguntan a nosotros, el diariero es el que sabe todo” expresa risueñamente Juan y comenta que a todos los turistas los manda al museo. “Yo me siento contento de estar en Tigre, que siempre atrajo gente porque lo mismo pasaba cuando estaba el Tigre Hotel. Además, si tenemos uno de los 7 deltas del mundo, está bien que la gente lo conozca, pero, ojo, hay que cuidarlo”, advierte Roberto.
Y así, entre la compañía de los perritos y las consultas de los turistas, don Juan termina diciendo “con nosotros hasta las palomas comen”.
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